Al conseguir la independencia de Bélgica en 1960, los congoleños adquirieron un territorio rico en yacimientos de diamantes, oro, tungsteno, cobalto, cobre, uranio y coltán. Pronto, la lucha por el control de estos recursos convirtió al país en un escenario de violentos enfrentamientos. Uno de los cuales fue la segunda guerra congoleña de 1998-2003, durante la cual 15 grupos armados, apoyados por 9 países, se enfrentaron unos a otros, eliminando a su paso a miles de civiles. La enorme magnitud de la destrucción y casi cinco millones de muertos le dieron al conflicto el nombre informal de la Primera Guerra Mundial Africana o la Guerra del Coltán.
Terminada la guerra, las tropas de los países extranjeros abandonaron el territorio del Congo, pero en las provincias del este del país, sobre todo, las ricas en yacimientos minerales, el poder lo tomaron en sus manos diversos grupos. Muy distintos por su composición, se dividen en dos categorías. Unos utilizan el este de la República Democrática del Congo (RDC) como base para ataques contra los países vecinos de Uganda, Ruanda y Burundi. Los otros están respaldados por los Gobiernos de estos países para la extracción ilegal y posterior contrabando de materias primas valiosas.
La paradoja es que los combatientes del ERS, que declaran lemas cristianos, se abastecían por los islamistas del norte de Sudán. Sin embargo, después de la aparición de Sudán del Sur y una serie de operaciones de las fuerzas especiales de EEUU, que llegaron por invitación del Gobierno de Uganda, el ERS fue derrotado, y sus combatientes se dispersaron por los países vecinos: la República Centroafricana y la República Democrática del Congo.
Según el informe de junio de la Misión de la ONU para la Estabilización en el Congo, en los últimos dos años, los combatientes de las FDA asesinaron alrededor de mil civiles, eligiendo a sus víctimas, principalmente, entre la población cristiana de la provincia congoleña de Kivu del Norte.
La última tragedia ocurrió el 14 de agosto de este año, cuando, bajo el manto de la noche, los combatientes entraron en la ciudad de Beni y mataron con machetes a unas 70 personas.
Además de combatientes cristianos e islamistas, en la región operan grupos étnicos. Entre ellos, por ejemplo, las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda, grupo armado de los representantes de la etnia hutu. En las provincias orientales de la República Democrática del Congo, este grupo entra en constante conflicto no solo contra las FDA, sino contra las tropas conocidas como Mai-Mai. Es un nombre general para una variedad de milicias tribales, creadas para la autodefensa contra los combatientes de Ruanda en la década de los 90.
Según International Business Times, los rasgos distintivos de este grupo son el uso masivo —en comparación con otros grupos— de niños soldados, además de la práctica de rociarse 'agua mágica' que, según los miembros de Mai-Mai, los hace resistentes a las balas. En lo demás —asesinatos, secuestros, violación masiva de mujeres— los militantes de este grupo no difieren de otros.
El Ejército de la República Democrática del Congo está en una guerra permanente contra todos los grupos armados. La situación se complica no solo por la corrupción total en sus filas, sino porque por cada grupo derrotado aparecen dos nuevos. Además, varias organizaciones de derechos humanos acusan a los militares de crímenes y actos violentos.
La jefa del Centro de Historia y Antropología Cultural del Instituto de Estudios Africanos de Rusia, Galina Sídorova, comentó al medio ruso Vlasti la situación actual en el Congo.
"La inestabilidad en la RDC está directamente relacionada con los países vecinos y las empresas extranjeras relacionadas con la extracción de minerales".
Además de los grupos mencionados, en la RDC actúan varias decenas de diferentes agrupaciones y facciones. Todos ellos se centran en el control de ciertos minerales.
El más valioso de ellos no es el oro ni los diamantes, sino el coltán. Su valor ha aumentado mucho en los últimos años y sigue creciendo, ya que se utiliza en la fabricación de casi todos los dispositivos electrónicos modernos.
En 2010, salió al aire el documental 'Sangre en el móvil' ('Blood in the mobile') del periodista danés, Frank Poulsen. El autor llama la atención del espectador no solo a las terribles condiciones en las que se extrae la tantalita o el coltán, sino también a su compra por las corporaciones occidentales, como Nokia o Siemens. El mensaje principal de la película es: 'Comprando un teléfono, financias la guerra en el Congo'.
De acuerdo con el doctor en Ciencias Geográficas, Vladímir Dergachev, "un papel clave en el negocio criminal lo jugaron las empresas belgas que utilizaron el aeropuerto internacional en la ciudad turística de Ostende. A través de esta base se suministraban armas a los puntos calientes en África. Al mismo tiempo, con los vuelos de vuelta, se sacaban la tantalita y otros metales raros y preciosos. Las corporaciones transnacionales crearon empresas falsas, incluyendo en los paraísos fiscales, para hacer negocios delictivos.
Según Bloomberg y Huffington Post, la ley obligaba a las empresas públicas a proporcionar información a la Comisión de Valores y Bolsas, sobre si recibían cualquiera de los cuatro metales (oro, tantalio, estaño y tungsteno) de la RDC. Sin embargo, cinco años después, un informe conjunto de Amnistía Internacional y de Global Witness, titulado 'Buscando la transparencia' ('Digging for Transparency'), reveló que 79 de cada 100 empresas analizadas no cumplían con los requisitos de la legislación estadounidense sobre los minerales en conflicto, ni tan siquiera parcialmente.
"La comunidad internacional no presta atención a la tragedia hasta que se salga de las fronteras de los países-víctimas, hasta que se haga muy peligroso ignorar lo que está sucediendo", afirmó Nikolai Shcherbakov, investigador jefe del Instituto de Historia Mundial de la Academia Rusa de Ciencias (Centro de Estudios Africanos), citado en el artículo de Kommersant.