El pacto tiene como objetivo acabar con las huestes de Daesh (el autodenominado Estado Islámico) y del Frente Fatah al Sham (antes conocido como Frente al Nusra), dos grupos proscritos por la comunidad internacional. Se da la circunstancia de que ambas organizaciones son mutaciones o escisiones de Al Qaeda.
El trato no se ha construido sobre la base de la confianza mutua sino sobre la de los intereses comunes. En otras palabras, Washington y Moscú han confluido en la mesa de negociaciones por cuestiones de utilidad y necesidad, para poder salir juntos del cenagal sirio. Ha prevalecido el pragmatismo, pues las relaciones bilaterales no atraviesan su mejor momento.
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Quince horas estuvieron negociando Serguéi Lavrov y John Kerry. El jefe de la diplomacia rusa se mostró muy sonriente ante las cámaras; más que su colega estadounidense. El experimentado Lavrov estaba muy satisfecho del resultado final, pues comprende perfectamente las implicaciones que tiene el acuerdo para su país en el complicado tablero mundial. El éxito de las conversaciones también se ha debido, en gran medida, al buen talante personal que se ha ido gestando entre ambos dirigentes, a pesar de los profundos desencuentros estratégicos que los separan.
Tras estudiar en el prestigioso Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú (MGIMO, por sus siglas en ruso), Lavrov trabajó desde 1981 a 1988 en la representación soviética ante las Naciones Unidas de Nueva York. Regresó a su patria, donde ocupó cargos de responsabilidad hasta que, en 1994, fue nombrado embajador de la Federación Rusa en la ONU, puesto que ocupó durante 10 años consecutivos. En marzo de 2004, el presidente Vladímir Putin lo nombró ministro de Asuntos Exteriores, cuyas funciones ha venido desempeñando posteriormente con Dmitri Medvédev y, de nuevo, durante la segunda administración de Putin. Todo eso es una prueba fehaciente de su eficacia. De carácter decidido y con buen sentido del humor, su defensa de los intereses de Rusia le ha valido ser conocido en algunas cancillerías occidentales como el 'ministro no'.
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Esa importante transformación, fruto de la influencia rusa, se plasmará en que la Fuerza Aérea siria tendrá que evitar atacar aquellas zonas controladas por unidades paramilitares del Ejército Libre Sirio o por las islamistas salafistas de Ahrar al Sham.
El delicado cese de las hostilidades arrancó el 12 de septiembre, coincidiendo con la celebración del Eid al Adha, la Fiesta del Sacrificio, una de las más importantes del calendario musulmán, cuando se conmemora comiendo cordero la voluntad de Ibrahim (Abraham) de ejecutar a su hijo por deseo de Dios. La ansiada calma supondría un alivio vital para la asediada localidad de Alepo, cuyos 250.000 habitantes andan escasos de agua y de combustible tras el fiasco de la tregua de febrero pasado.
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El objetivo número uno de la operación se llama Daesh, mucho más débil que hace un año. Desde entonces, estos yihadistas extremos han ido cediendo territorio en todos sus frentes. Perdieron Palmira en Siria, así como Ramadi y Faluya en Irak. Y, más recientemente, se retiraron de dos aldeas fronterizas con Turquía, lo que tendrá sin dudas un efecto muy perjudicial para su nivel de reclutamiento exterior, pues por allí solían entrar clandestinamente los jóvenes occidentales que lograba captar su potente aparato publicitario. En todo caso, aunque el autoproclamado Estado Islámico está siendo duramente golpeado por unos y otros, aún está lejos el momento de su derrota completa. Todavía controla Al Raqa, su 'capital' siria. Tiene miles de combatientes fanáticos muy fogueados y dispuestos a morir. Y la amenaza de que perpetre nuevos atentados terroristas en Europa continúa siendo demasiado latente, lo que podría condicionar la agenda internacional.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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