"La justicia es el pan del pueblo; siempre está hambriento de ella".
René de Chateaubriand, diplomático y escritor francés
El castigo por mano propia y a espaldas de la ley es un fenómeno de vieja data en la memoria colectiva de México. En los tiempos de la Revolución no pocas veces las diferencias ideológicas y de credos, que en esencia son lo mismo, se dirimieron por vía extrajudicial. Más cercano en el tiempo, el 14 de septiembre de 1968, cinco jóvenes fueron linchados en San Miguel Canoa, Puebla, al ser considerados comunistas que iban a perturbar la tranquilidad vecinal en los convulsos días del movimiento estudiantil del 68 —en 1975, Felipe Cazals recreó el hecho en la película 'Canoa'—. En estos casos, las razones fueron diferentes, pero de igual raíz: el odio exacerbado hacia lo que se percibe como una amenaza.
Pero el linchamiento no puede verse solo como evidencia de la crisis que atraviesa el país en materia de seguridad, de la debilidad del Estado de derecho tantas veces exhibida. En tanto forma de violencia social, el linchamiento es evidencia, por un lado, de la asimilación del actuar colectivo como procedimiento válido para la disconformidad aun cuando se eclipse a la ley; del otro, evidencia de la preocupante falta de esos valores que la familia y la escuela inculcan, carencia que lleva a las personas a obrar irreflexivamente y a convertirse, en ocasiones, en marionetas cuyos hilos son incapaces de distinguir.
Cercano cariz tuvieron los hechos ocurridos en octubre de 2015 en Ajalpan, Puebla, donde los hermanos José Abraham y Rey David Copado Molina fueron confundidos también con secuestradores y linchados por una muchedumbre de unas mil personas que los golpearon e incineraron a pesar de las credenciales de encuestadores que portaban y a pesar de los esfuerzos de la policía por protegerlos.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
Les invitamos a comentar la publicación en nuestro sitio web, Facebook o Twitter.