Las razones para explicar el olímpico fracaso mexicano en Río —no cabe otro calificativo: las tres preseas conseguidas en un solo día, la víspera de la clausura, fueron tres batallas ganadas en una guerra ya perdida— van más allá del culpable de ocasión, dígase Alfredo Castillo, actual director de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), y de los puntuales desencuentros de esa entidad con varias federaciones deportivas nacionales y el Comité Olímpico Mexicano (COM) que encabeza Carlos Padilla.
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En esa subordinación del deporte a la política habita otro factor que ilustra el fracaso mexicano en Río 2016. Ello explica que puestos directivos estén ocupados por personas sin la formación idónea para ello como pago a favores de naturaleza extradeportiva. El ya mencionado titular de la Conade, se sabe, es abogado de profesión y se ha desempeñado, entre otros cargos, y con más sombras que luces, como procurador de Justicia en el estado de México y como titular de la Comisión para la Seguridad y el Desarrollo Integral de Michoacán.
Ello explica entonces su preocupación por el oscuro manejo de los recursos que reciben del Gobierno las federaciones deportivas nacionales, como si todos los males del deporte mexicano fueran de índole financiera.
Mucho se ha publicitado la recolecta de dinero por parte de púgiles aztecas para asistir al Mundial de Boxeo celebrado en el 2015 en Doha, Catar, donde algunos obtendrían su pase a los Juegos Olímpicos, luego de que la Conade le retirara el apoyo a la Federación Mexicana de Boxeo por diferencias con su directiva. Sin embargo, la medalla de bronce lograda por Misael Rodríguez en esas condiciones habla más de su capacidad boxística que de la idoneidad de los dirigentes deportivos que lo llevaron a 'mendigar' su boleto a Río.
'Citius, altius, fortius' (más rápido, más alto, más fuerte)
En ese sentido, una encuesta del primer trimestre de 2016, cuyas cifras no creo que hayan variado mucho, dibujaba un panorama más bien desolador en cuanto al número de especialistas deportivos existentes y la población del país a la que debían atender: un especialista para 9.404 personas. Aunque signifique una mejoría respecto a lo existente tres años atrás —un especialista para 14.574 personas—, resulta aún una estadística insuficiente para detonar el talento deportivo en un país que en muchas ocasiones apoya a sus atletas solo después que estos hayan alcanzado cierto nivel de competitividad a nivel internacional, toda vez que el financiamiento público es relativamente exiguo (para el 2014 fue de 37,61 pesos por habitante al año) y el proveniente de la iniciativa privada casi inexistente.
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Sin una política que permita la pronta detección de talentos (citius), sin recursos para desarrollar al máximo sus competencias (altius), sin capacidad para retenerlos y consolidarlos ante las urgencias que a muchos les impone la vida (fortius), México seguirá siendo un país en deuda con la frase pronunciada por el barón Pierre de Coubertin, el padre del olimpismo moderno, al inaugurar los juegos de Atenas 1896, un país donde a trechos aparecerán figuras capaces de brillar en las más importantes justas del orbe, pero nunca la potencia deportiva que se insinúa en su vastedad demográfica y el poder de su economía en el concierto de las naciones.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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