Chile posee la segunda mayor industria salmonera del mundo, solo por detrás de Noruega. Los peces son reproducidos en criaderos al sur del país, donde hace décadas fueron introducidos de manera artificial. Allí, los salmones son alimentados con antibióticos para prevenir que contraigan enfermedades como la Piscirickettsia salmonis, provocada por algunos tipos de bacterias.
Sin embargo, los antibióticos utilizados por la salmonicultura chilena tienen impacto sobre la salud de los consumidores. "El problema no es tanto el antibiótico, sino el efecto que tiene sobre la bacteria. Ingesta tras ingesta, la bacteria que se intenta combatir con estas sustancias va generando una cadena de resistencia. Lo que puede derivar en lo que llamamos 'bacterias extremadamente resistentes'. Luego, las personas que comen estos animales quedan expuestas a este tipo de bacterias. Este es el verdadero riesgo, que las bacterias generen infecciones imposibles de curar", explicó a Sputnik el especialista en infecciones Fabio Grill, que trabaja en el hospital público Maciel en Montevideo (Uruguay).
El sector clínico no es el único en el que este tema despierta preocupaciones. Los restaurantes que sirven platos con salmón chileno también se enfrentan a un dilema.
"Cuando hablo de este tema, lo hago desde mis dos roles, el de cocinero y el de dueño. Como chef te tengo que decir que esto es veneno y no me gusta ponerlo en mis mesas. Lo tengo en la carta porque es lo que piden mis comensales, pero yo jamás lo recomiendo. Pero la gente, cuando habla de pescado, habla de salmón. Es lo que está instalado. Ahora, como dueño, te digo que acá [en Uruguay] es un alimento autorizado. Las regulaciones de bromatología no impiden su comercialización. Uruguay es un país que compra únicamente salmón chileno. Yo trabajé en el Hotel Conrad de Punta del Este y ni siquiera ahí se compra salmón noruego", relató a Sputnik Jorge Medina, dueño y chef del restaurante Casa de Amigos, en la Ciudad Vieja de Montevideo.
"No existe método de cocción para tratar la carne y sacarle lo tóxico. No hay neutralizador que sirva. Los antibióticos que les dan a estos peces desde chicos calan en la carne, en los huesos y en la piel. No hay manera. Pero, mientras desde bromatología no regulen nada, todos lo vamos a seguir vendiendo. A mí me da mucha pena, pero es así. Rige el criterio económico", agregó el experimentado chef.
Lo cierto es que, en 2015, la recaudación chilena por la exportación de este pescado superó los 3.000 millones de dólares. Por eso, la sociedad chilena y la industria alimenticia en general se encuentran ante una encrucijada de difícil solución: desmantelar una industria que genera millones en divisas e innumerables puestos de trabajo para prevenir enfermedades a nivel global o continuar el camino recorrido hasta aquí, en el que la salud queda supeditada al beneficio económico.