Hablar de Jorge Luis Borges es hablar de un autor que participa de una extraña dualidad: si el jazz, dicen, es música para músicos, Borges es sin duda el escritor de los escritores.
Ello habla de su magisterio literario, magisterio que en singular paradoja lo convierte en el autor menos recomendable para quienes se inician en el oficio de las letras. Su influjo es tan grande que después de leerlo es difícil despojarse de su adjetivación precisa, de su sintaxis inexpugnable, virtudes que llevan a creer que no existe otra forma de usar el español con fines literarios. De ahí que no se le conozcan epígonos, aunque su influencia en numerosos autores del siglo XX sea incuestionable. Umberto Eco, uno de ellos, lo convirtió incluso en un personaje medular de "El nombre de la rosa": el monje bibliotecario ciego Jorge de Burgos. "Biblioteca más ciego sólo puede dar Borges, también porque las deudas se pagan" habría de reconocer Eco en las "Apostillas" a su primera novela.
Desde ese refugio tenaz, desde esa proclividad por la intrascendencia y el olvido —"[…] mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita" ("La Biblioteca de Babel")—, Borges logró el milagro de convertirse en el referente de la literatura de todo una región, el favorito de una legión de lectores cautivados por una prosa donde la erudición no estaba exenta de ironía, una prosa que se multiplicó en espejos y geografías, en teologías y laberintos y que pasó "de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito" ("El hacedor").
Para algunos críticos, Borges fue el escritor más importante del pasado siglo a pesar del Nobel de Literatura que nunca ganó. Más allá de una conclusión que sin dudas ruborizaría a quien adelantó que "la meta es el olvido, yo he llegado antes" ("El oro de los tigres"), lo que nadie podrá negar es su condición de "clásico", porque —para decirlo a su modo— es un autor al que "las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad" ("Sobre los clásicos").