Muchos en la Europa de 2016 revisan los textos de Zweig y otros autores coetáneos y contemporáneos a él para buscar similitudes con la Austria de hoy. El país que por unas décimas ha evitado la victoria electoral del líder del Partido de la Libertad (FPO), considerado por los guardianes de lo políticamente correcto como una formación descalificada por ser de "extrema derecha".
Europa celebró haber superado una división ideológica con el fin de los regímenes comunistas, a partir de 1989. Casi treinta años después se ahondan otras fragmentaciones: multiculturalidad v. indentidad nacional; beneficiados con la globalización, y apartados en la cuneta; ciudadanos urbanos, contra el mundo rural; librecambistas contra proteccionistas; partidarios de la Unión Europea contra soberanistas; islamistas contra islamófobos…
Todas estas escisiones suponen un nuevo desafío al que los partidos tradicionales no han sabido responder por el momento. El populismo —de izquierda o derecha— avanza en Europa cabalgando en estas contradicciones, subrayando algunas y exagerando otras.
Que la socialdemocracia no encuentra soluciones para responder a la crisis económica que sufre Europa desde el 2008 es un hecho. Que sus remedios económicos se diferencian poco de los de sus rivales conservadores, democristianos o liberales, parece evidente. Pero estos últimos se ven también desbordados por corrientes que han sabido explotar otros desafíos no recogidos en los manuales de política económica.
En Austria algunos comentaristas señalan que el paro no ha sido un factor que haya ayudado al FPO de Norbert Hoffer, pues es "solo" de un 5 por ciento. Esas son las estadísticas del organismo europeo Eurostat. La realidad, afirman expertos locales, es que si el número de desocupados se mide con baremos diferentes, la cifra real llegó a rozar el 10 por ciento el pasado año. Por supuesto, es una cifra baja en relación a la española (20 por ciento) o a la griega (24), pero el resentimiento en un país no acostumbrado a la carencia de empleo es lo que sensibiliza a los electores.
Cuando se habla de "cordón sanitario" para bloquear el acceso a las instituciones de un partido como el FPO, considerado ultraderechista y nada menos que "añorante del nazismo", solcialdemócratas y democristianos deberían admitir sus contradicciones. En efecto, tanto uno como el otro gobiernan regiones austriacas en coalición con los nacional-populistas. Burgenland, en el caso del SPD; Alta Austria, en el del conervador Partido del Pueblo de Austria (OVP). Es más, un 30 por ciento de las juventudes socialdemócratas aprobarían gobernar el país en coalición con el FPO. Algo que a los responsables del sindicato mayoritario, de izquierda, tampoco repugnaría.
Por supuesto, el asunto de la inmigración es citado como otro de los factores que han definido el voto en las presidenciales. Austria ha registrado en 2015 la petición de más de 90.000 demandas de asilo, para un país de 8,7 millones de habitantes. Un número mayor que el de nacimientos, según afirman políticos y comentaristas de distinto signo.
Quienes abogan en Europa por acoger sin límites a los refugiados sirios, iraquíes, somalíes, paquistaníes o afganos se enfrentan a la oposición de una mayoría de ciudadanos que exponen su opinión en las urnas. No se trata, como algunos pretenden señalar, de una reacción chauvinista. En países como Francia, Alemania, Suiza o Austria, el rechazo a los nuevos refugiados es compartido por los hijos de antiguos emigrantes.
El rechazo al multicuturalismo y a la acogida de ciudadanos de países musulmanes es un asunto que ya no puede evacuarse con insultos o metiendo la cabeza bajo tierra. La actitud del gobierno de Angela Merkel ante los sucesos del fin de año en Colonia y otras ciudades alemanas no ayudan a eliminar la aprehensión. La frase "los musulmanes no quieren integrarse" puede se un tópico. Eso sí, repetido y resentido desde Hesinki hasta Ceuta. Desde París hasta Bratislava.
"¿Europa bascula hacia la extrema derecha?" No es la interpretación correcta. Lo que sí han conseguido los partidos populistas es introducir en el debate de hoy los asuntos que ellos solos agitaban hace años.
Cuando ciertos gobiernos y casi todas las organizaciones humanitarias hablan de hacer la diferencia entre refugiados de guerra y emigrantes económicos incurren también en una discriminación que a pocos parece chocar. Pero, claro, una foto de un niño ahogado es más novedosa que la de otro buscando comida entre la basura.
Quienes defienden la acogida masiva de refugiados como la solución para poder recibir sus pensiones de jubilación le hacen también el juego a las grandes corporaciones, que ven en el nuevo refugiado una futura mano de obra barata y desesperada, sin los conocimientos de las normas sindicales y ni siquiera el dominio de la lengua para poder defender sus derechos.
Por eso, quienes rechazan el concepto de "integración" para refugiados o emigrantes, que exige conocimientos culturales, linguísticos y de normas básicas, como el respeto a la libertad de las mujeres, hacen un flaco favor a los que pretenden defender.
Austria es el reflejo más actual de lo que Europa vive y se dispone a experimentar en el próximo futuro. Hasta ahora, los populistas han edificado sus programas más sobre la oposición a lo existente que en propuestas novedosas y realistas. Es su reto. Los partidos tradicionales tienen ya poco tiempo para buscar, también por su parte, alternativas a sus viejas soluciones y desfasados programas.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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