Según los datos de Cancillería, el precio medio de una embajada en un país africano oscila entre los 200.000 y los 250.000 dólares anuales, es decir, entre cuatro y ocho veces menos que una embajada en un país de Europa: la embajada brasileña en Lisboa (Portugal) consume en torno a 4 millones de dólares anuales.
No obstante, la estrategia brasileña de disminuir su presencia en el continente se inició con la presidenta Dilma Rousseff, quien redujo el presupuesto de los programas de cooperación brasileños en África un 25 por ciento desde 2012, además de cancelar 58 de los 60 proyectos conjuntos con la Fundación Getúlio Vargas en la región.
Por último, la petrolera semiestatal brasileña Petrobras decidió cerrar cinco de sus concesiones petrolíferas en yacimientos de Namibia, Angola, Tanzania y Libia entre los años 2013 y 2014, mientras que la minera Vale S.A., la mayor exportadora de hierro del mundo, vendió sus operaciones en Mozambique a finales de 2014.
Es por ello que, a pesar de que el cierre de embajadas se considera la última opción, el interés de la diplomacia brasileña desarrollada por Lula en África y el Caribe en pro de unas relaciones internacionales multipolares será irremediablemente sustituido por un reforzamiento de las relaciones con los polos de poder que concentrarán todos los recursos.