El experimento arrancó en enero de este año. La profesora Jill Watson estaba allí para facilitar consultas electrónicas a los 300 universitarios sobre sus proyectos de diseño de programas informáticos, ha informado The Wall Street Journal.
Jill no solo era una profe competente, sino que tenía excelentes habilidades comunicativas. Daba explicaciones, hacía preguntas inductivas para animar a su interlocutor, y se permitía palabras del habla coloquial, como "Yep!".
Ninguno de sus estudiantes sospechó nada raro, ni tampoco supo distinguir al robot de los otros ocho profesores que trabajaban a su lado, hasta que el decano reveló el secreto. Ni siquiera el apellido Watson —que coincide con el nombre del proyecto de IBM en el que está basada su inteligencia- generó sospechas entre los participantes.
"Parecía una conversación normal con un ser humano", señaló una de las estudiantes, Janiffer Gavin.
"¡Justo cuando me iba a referir a Jill Watson como una profesora asistente fenomenal!" exclamó el estudiante Petr Bela al conocer la verdad.
Su colega Wilson tampoco ponía en duda la naturaleza humana de la profesora, aunque, a lo mejor, no le tenía tanto afecto.
"No veía personalidad en ninguno de sus mensajes", recordó. "Pero es justo lo que esperas de un profesor asistente, que sea serio y dispuesto a darte todo tipo de respuestas".
"He sido acusada de ser una máquina", confesó Latith Polepeddi, una asistente 'de carne y hueso' que se dedicaba a responder a mensajes de los estudiantes a la velocidad de luz. "Pero yo no lo tomo como algo personal", añadió.
Pero que no se confunda a Jill Watson con los robots de chat de servicio al cliente en línea, utilizados por las aerolíneas y otras industrias. A deferencia de ellos, según el profesor la ciencia informática, Ashok Goel, su colega informática responde solo si tiene una tasa de confianza de al menos un 97 por ciento.
"La mayoría de los robots de chat operan a nivel de amateur", aseveró. "Jill opera a nivel de experto".