Si hace cinco años el suicidio de un vendedor callejero al que un policía incautó su material fue el detonador de la protesta, este mes ha sido un parado que fue eliminado de las listas de posibles empleos públicos el que perdió su vida subiéndose a una torre electrificada.
Túnez es puesto como ejemplo del único país árabe donde la primavera sigue adelante. Con un gobierno de coalición entre laicos e islamistas supuestamente moderados, cumple formalmente con los estándares exigidos por Occidente para ser invitado al club de las democracias.
Poco se ha hablado de la importancia en ese país del único sindicato árabe con real influencia en la política: la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT), una fuerza sindical que ha coadyuvado a las reformas que las autoridades políticas han puesto en marcha.
Tema: Desórdenes en Túnez
Pero ni el reformismo de la UGTT ni la esperanza suscitada por los laicos tras el fracaso de los islamistas de Ennahda como primer gobierno postrevolución han suscitado la esperanza de la ciudadanía.
Túnez, el país donde el laicismo era ley, donde el estatus de igualdad de la mujer estaba protegido por ley en la Constitución desde 1958, se entregó a los islamistas de Ennahda tras la salida del país del expresidente Ben Alí.
Como en tantas sociedades árabo-musulmanas, el desprecio del Estado por su pueblo y el vacío de medidas sociales para atajar la pobreza y las disparidades fue rellenado por una red de ayuda y de asistencia que el movimiento de los Hermanos Musulmanes supo desarrollar y del que sacó réditos políticos en las primeras elecciones de la "primavera".
El desastre económico de su gestión y su intento de imponer la ley islámica a una sociedad secularizada, desembocó en nuevas elecciones que ganaron representantes del antiguo régimen, con el ejemplo del presidente Beji Caid Essebsi.
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Y cuando los votantes laicos pensaron que se libraban de los islamistas, sus representantes políticos decidieron aliarse con sus enemigos en una entente que aún se mantiene.
En Occidente, nadie oculta ya el fracaso de las revoluciones árabes y se contentan con el hecho de que, al menos, la libertad de expresión se haya enraizado definitivamente.
Para los millones de tunecinos que viven en la desesperanza y para los miles de jóvenes sin trabajo ni futuro, la libertad de expresión puede ser un desahogo, pero no es lo que esperaban de la "primavera" y menos aún si como consecuencia del terrorismo, las autoridades cercenan las libertades básicas justificándose en la lucha contra el salafismo.
Hace cinco años el reguero de la protesta se extendió por el conjunto de países árabes, desde al Atlántico hasta el Golfo Árabe (o Pérsico). En cada país se tiñó de circunstancias particulares.
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En países como Siria o Libia las protestas dieron paso a guerras abiertas a las que se invitó el Estado Islámico; en Yemen, la explosión de descontento propició un enfrentamiento entre suníes y chiíes (hutíes); en el pequeño Estado de Bahrein, la minoría suní en el poder continúa aplastando a la mayoría chií.
Egipto vivió la misma experiencia tunecina con la victoria electoral del islamismo en los primeros comicios postprimavera. El Ejército acabó con el caos propiciado por los Hermanos Musulmanes y reprimió no solo a los islamistas, sino también a los liberales laicos.
Si otros regímenes como el marroquí o el argelino se libraron del contagio primaveral no es porque sus ciudadanos no vivan las penurias de sus vecinos. Ciertas concesiones a la oposición callejera (gracias a la renta del petróleo en el caso argelino) calman –de momento– la situación.
Pero lo que ninguno de los países del Magreb y del Machrek han podido evitar es la galopante infección salafista.
Egipto, a pesar de la mano de hierro del general Sisi, es víctima constante de los ataques de grupos ligados al Estado Islámico. El atentado más salvaje tuvo como objetivo el avión ruso repleto de turistas, hecho estallar con un explosivo sobre el Sinaí, el pasado octubre.
Invierno yihadista
Se ha convertido un tópico hablar de "primavera árabe, otoño islamista, invierno yihadista", pero la frase no hace sino reflejar la realidad. El gran ganador de la primavera árabe es, por el momento, el islamismo.
En primera fila de las víctimas de lo que en un momento se soñó como un movimiento de liberación hacia la libertad están las mujeres árabes. Consideradas ya antes de la primavera árabe como ciudadanos de segunda categoría, la tormenta islamista puede borrar la mínima esperanza de liberación para ellas. Desde Occidente, por si fuera poco, la solidaridad hacia la mujer árabe se apaga ante la tendencia a lo políticamente correcto en relación al islam y el respeto de las culturas locales.
En una mezcla de sincera emoción y de prepotencia, Occidente, y en especial su medios de comunicación, se entregaron a jalear hace cinco años una revuelta contra regímenes apoyados por sus propios gobiernos. Los "regímenes demócratas" consideraron que el negocio estaba en el recambio.
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Otros países, como Qatar y Arabia Saudí, festejaron y animaron desde sus televisiones por satélite el levantamiento popular para, en su caso, convertir la revolución árabe en una cruzada suní contra Irán. Por el momento, la primavera árabe ha favorecido el objetivo de estos últimos.
Pero ni Occidente ni mucho menos las dictaduras sustentadas en la renta petrolífera prestan atención al grito de personas, mujeres y hombres que, por encima de ambiciones políticas, exigían hace cinco años y exigen hoy el respeto a su dignidad, pisoteada durante décadas.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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