"Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz" —
José Martí
La visión imperial del orden mundial que tiene a Washington como su centro y que se propone el objetivo de desarrollar una guerra permanente contra todo aquel que se oponga a sus designios ha encontrado en los últimos años en China y Rusia a los valladares más importantes, al pugnar por establecer equilibrios que afronten la irracionalidad de la guerra a partir de una lógica geopolítica diferente. Los escenarios de conflicto son variados, la lucha por establecer preceptos económicos que beneficien a unos u otros establecen la pauta del conflicto mismo. Los intereses de clase que se expresan en cada país, exponen su naturaleza transnacional imperialista que como se sabe fue definido por V.I. Lenin como fase superior del capitalismo.
Así mismo, el espacio financiero de las monedas que rigen el comercio global y el uso que se hace de ellas, escenifican una de la más actualizada y de alguna manera novedosa dimensión del conflicto global. La imposición del dólar gracias al poder adquirido por Estados Unidos al finalizar la segunda guerra mundial de manera victoriosa y con su territorio incólume de la devastación producida por la conflagración, le permitió penetrar los mercados globales, contando con la anuencia de Europa que a cambio recibió la bendición para llevar adelante su proceso de integración neoliberal a partir de los años 50 del siglo pasado y consolidado en 1993 a partir del Tratado de Maastricht.
Estos cambios que para algunos pueden resultar menores, no lo son de cara a acontecimientos recientes. Por ejemplo, la actuación contradictoria del FMI en los casos de Ucrania y Grecia: en el primero de ellos, plegándose a la política estadounidense cambió sus propias reglas para permitir que Ucrania no pague su deuda a Rusia porque la misma fue concedida en dólares. Por el contrario a Grecia, la obligaron a pagar conduciéndola a la declaratoria de default que arrodilló al gobierno de ese país.
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En este marco, aunque Estados Unidos aún conserva capacidad efectiva para operar de manera determinante en el escenario financiero global, es evidente que su poder se ha ido reduciendo, lo que paradójicamente lo hace más peligroso. En estas condiciones China y Rusia tienen un instrumento que no es bélico, pero resulta igualmente letal: la desdolarización de la economía. Ambos países han acordado algunas medidas en ese sentido, por ejemplo la venta de petróleo y gas ruso a China en yuanes. Lo mismo operará para el comercio chino hacia Rusia, cuyos pagos se harán en rublos. A su vez, China financiará planes de infraestructura y transporte en Rusia por valor de 150 mil millones de yuanes, en particular para desarrollar proyectos conjuntos en la Ruta de la Seda. El Grupo de Banca de Inversión Goldman Sachs calcula que la aplicación de los acuerdos energéticos entre los dos países que significan el suministro del 30% de las necesidades chinas por los próximos 30 años va a significar la salida del mercado de 900 mil millones de dólares. Un golpe mortal a la hegemonía financiera estadounidense.
Finalmente, vale recordar que China es el país extranjero que posee la mayor cantidad de bonos de deuda de Estados Unidos por un valor de 1.300 billones de dólares, lo cual le podría permitir a la potencia asiática producir una verdadera debacle financiera si decidiera realizar un movimiento brusco como el que ocurrió en diciembre de 2006. El año pasado, China vendió algo más de 100.000 millones de dólares de bonos estadounidenses, lo cual significa que decidió desprenderse de papeles de deuda del Gobierno estadounidense, enviándo un claro mensaje a Estados Unidos ante la perspectiva de causar un grave daño a la economía dolarizada y al dólar en general como lo comentó Serguéi Sanakoyev jefe del centro analítico ruso-chino en una entrevista con el diario moscovita Pravda.
Todos estos elementos apuntan a señalar una grave enfermedad de la hegemonía financiera occidental, la cual presagia una larga agonía que sin embargo no le permitirá salvarse. Este año 2016 será clave en este proceso que pareciera ser irreversible.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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PUBLICADO POR SERGIO RODRÍGUEZ GELFENSTEIN
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