La masacre fue perpetrada por policías y narcos aliados la noche del 26 y la madrugada de 27 de septiembre de 2014, en la ciudad de Iguala, 220 km al sur de la capital mexicana, en la zona montañosa del estado de Guerrero, un enclave para la plantación ilegal y tráfico de amapola y marihuana, según las pesquisas federales.
"Las muestras, revisadas y clasificadas por peritos de la PGR y el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF, que colabora a pedido de los familiares), fueron entregadas al Instituto de Medicina Legal de la Universidad, a fin de que realice un análisis de ADN STR (nuclear) que permita identificar los perfiles genéticos", indica un comunicado oficial.
La PGR se comprometió a "continuar trabajando en las investigaciones de este caso de forma exhaustiva y con el apoyo de todos los elementos científicos, hasta su pleno esclarecimiento y hasta que el último responsable sea consignado", en un investigación con más de un centenar de detenidos entre sicarios, policías y funcionarios.
El grupo de expertos lo integran Carlos Beristain (España), Francisco Cox (Chile), Claudia Paz y Paz (Guatemala), Ángela Buitrago (Colombia) y Alejandro Valencia Villa (Colombia).

Los sicarios –dice la llamada "verdad histórica" oficial- asesinaron a los jóvenes aspirantes a maestros rurales, incineraron los cuerpos en un basurero del pueblo vecino de Cocula y lanzaron sus restos a un río cercano, de los cuales solo un joven ha sido identificado en ese laboratorio de Innsbruck, Austria.
Los familiares rechazan esa versión, reclaman que sus hijos aparezcan con vida, y piden investigar si en los ataques hubo complicidad del Ejército.
El cuadro de la investigación ha sido cada vez más parecido a las escenas adelantadas por primera vez por el sacerdote católico Alejandro Solalinde, en entrevista con esta agencia, cuando reveló que los jóvenes habían sido "asesinado y quemados" algunos de ellos aún con vida", según confesiones que obtuvo de testigos entre los asesinos.
La reputación del instituto forense de Innsbruck, incluye la identificación de cuerpos masacrados en la ex Yugoslavia, y de restos incinerados en los montes Urales: los hijos del último zar de Rusia, Nicolás II, 91 años después de su muerte, durante la revolución bolchevique.