Además, "Japón no hubiera podido resistir hasta noviembre, para cuando estaba prevista la invasión del archipiélago por parte de EEUU", añadió Appy, catedrático de historia en la Universidad de Massachusetts.
En realidad, "uno de los motivos (del entonces presidente de EEUU, Harry) Truman para terminar la guerra tan rápido como fuera posible era evitar que la Unión Soviética pudiera justificar reclamaciones mayores en el sudeste asiático, así como demostrar el poder estadounidense a un aliado comunista al que ya se percibía como futuro enemigo".
Parte del alto mando del ejército de EEUU estaba en contra del uso de la bomba nuclear, como demostraría la actitud de oficiales como el almirante William Leahy, según Appy.
Infografía: Bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki
El historiador observó que "poca gente comprende hoy en día que varios oficiales de alto rango, como Dwight Eisenhower y Leahy, consideraban que EEUU básicamente había derrotado a Japón y que si se usaba la bomba no era para terminar la guerra".
Aquellos militares creían "inmoral" arrojar la bomba y "Leahy llegó a decir que era propio de 'bárbaros' y una violación de 'toda la ética cristiana' y 'todas las leyes de guerra'".
Appy estimó que la población apoyó los ataques nucleares gracias a concepciones racistas que estaban muy extendidas.
La propaganda de guerra retrataba a los japoneses como "insectos, bichos, y si a eso le sumamos la comprensible ira causada por los crímenes de guerra japoneses en China y otras zonas de Asia, muchos concluyeron que Japón, incluida su población civil, tenía lo que se merecía", dijo Appy.
Sin embargo, no todo el mundo compartía aquel punto de vista. "Hubo gente que ya entonces no lo creía, y entre los estadounidenses menores de 30 años de hoy día existe una proporción mucho menor" de opiniones que justifican las bombas, concluyó.
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En agosto de 1945 EEUU arrojó sendas bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, causando la muerte de 140.000 personas en la primera ciudad y de 74.000 en la segunda.