Cuatro años después de que Tokio prometiese un horizonte sin energía nuclear tras el desastre de Fukushima, Japón ultima la reapertura de sus centrales atómicas. El único país del mundo que ha sido objeto de un ataque nuclear no puede romper el vínculo con el causante de sus mayores traumas después de la crisis más importante desde Chernóbil y con una opinión pública mayoritariamente en contra.
La reapertura de las centrales nucleares, que antes de Fukushima suministraban un tercio de la energía nacional, es una iniciativa del Ejecutivo de Shinzo Abe.
"Los líderes japoneses, como los estadounidenses, raramente aprenden de la historia: si no les gustan las lecciones de la historia, sencillamente la reescriben, como Abe", señala por e-mail a Sputnik Nóvosti Peter Kuznick, profesor de Historia y director del Instituto de Estudios Nucleares de la American University.
En el proceso de nuclearización de Japón intervinieron la geopolítica, los turbios intereses económicos y las necesidades energéticas de un país con escasos recursos naturales, explica el profesor, quien estos días se encuentra en Hiroshima con sus alumnos para conmemorar el 70 aniversario de la bomba.
Dwight Eisenhower, cuando llegó a la Casa Blanca en 1953, quiso convertir a Estados Unidos en una potencia nuclear porque las armas nucleares eran más baratas que las convencionales y porque sospechaba que cualquier conflicto armado con la URSS sería inevitablemente nuclear.
Las armas nucleares en EEUU pasaron durante su presidencia de un millar a 22.000, con una potencia equivalente a 1,36 millones de bombas de Hiroshima en 1961.
Eisenhower consideraba la bomba nuclear como un arma convencional: "no veo ninguna razón para que no puedan ser usadas como las balas o cualquier otra cosa", advertía.
Estados Unidos amenazó con la guerra nuclear en Corea, en el canal de Suez y en Taiwán, mientras el mundo entraba en pánico.
Pero su voluntad de vender centrales nucleares y estrangular financieramente a Moscú requería vencer las reticencias globales.
"Le preocupaba el tabú internacional contra el uso de las armas nucleares y sabía que Estados Unidos sería vilipendiado por la comunidad global, así que intentó cambiar la opinión pública y borrar la línea que diferencia las armas convencionales de las nucleares", añade Kuznick.
"Pensó que si podía dirigir la atención pública hacia su uso pacífico como la producción de energía, medicina, control de plagas de insectos o preservación de los alimentos, elevaría la tolerancia a las armas nucleares", continúa.
La campaña sufrió un contratiempo un año después con el ensayo nuclear estadounidense en el atolón de Bikini, en el Pacífico, cuando la bomba extendió sus efectos más allá del cordón de seguridad y alcanzó a un barco pesquero japonés, cuyos tripulantes llegaron a duras penas a puerto con evidentes muestras de contaminación radiactiva. Varios marinos enfermaron de cáncer y uno murió.
Kuznick recuerda que la comunidad internacional se escandalizó y el primer ministro indio, Jawaharlal Nehru, calificó a los líderes estadounidenses de "peligrosos ególatras lunáticos" que "volarían por los aires cualquier pueblo o país que se interpusiera en su camino".
Las indemnizaciones estadounidenses no aplacaron la indignación de la opinión pública nipona y unos 32 millones de japoneses (la tercera parte de la población) firmaron una petición contra las bombas de hidrógeno.
Y en ese contexto tan hostil, Estados Unidos pensó que sería un golpe de efecto global que la primera central nuclear bajo el programa Átomos por la Paz se abriera en Japón.
"Muchos querían levantarla en Hiroshima para conseguir un impacto propagandístico y psicológico máximo. La embajada estadounidense y la CIA empezaron una campaña para cambiar la opinión pública japonesa", sostiene el historiador.
Shoriki fue nombrado ministro de la Energía Atómica y primer director de la recién creada Comisión de la Energía Atómica de Japón.
Ya en 1958 empezó a cambiar la sensibilidad popular. Gran parte de los japoneses entendieron que la energía nuclear era la única opción para que un país sin otros recursos se convirtiera en una moderna potencia científica e industrial.
Tokio compró su primer reactor comercial a Gran Bretaña y los siguientes a Estados Unidos. Más de una veintena habían sido encargados en 1957 y Eisenhower regresó a la ONU para anunciar acuerdos de construcción de reactores atómicos en 37 países y negocios con 14 países más.
Antes del accidente de Fukushima en 2011 operaban en Japón alrededor de una cincuentena y el país planeaba sacar de ellos la mitad de la energía nacional en un futuro cercano. Tokio quiere finiquitar el apagón nuclear este año e ir reabriendo paulatinamente los reactores.
La industria nuclear civil japonesa, con el desastre de Fukushima incluido, solo fue un peón en la estrategia de Washington de cambiar la opinión pública global y facilitar el uso de las armas nucleares, añade Kuznick.
El profesor acusa a Abe de poner en peligro a la población japonesa al ignorar su deseo tanto en el asunto de la energía nuclear como en el del creciente militarismo.
Muchos temen que la reinterpretación del artículo 9 de su Constitución pacifista, pendiente del último trámite, arrastrará a Japón a las campañas bélicas de Washington.
"Si Abe continúa su camino, los japoneses no solo correrán los riesgos de sufrir la radiación de sus plantas nucleares, sino que algunos regresarán a su país en bolsas de plástico de la misma forma que lo han hecho los estadounidenses durante décadas", vaticina.