Cuatro formaciones se perfilan como favoritas: el gobernante y conservador Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), el centroizquierdista Partido Republicano del Pueblo (CHP), el Partido de Acción Nacionalista (MHP) y el prokurdo Partido Democrático del Pueblo (HDP).
Los sondeos dan entre el 40% y el 45% de los votos al AKP, liderado por el primer ministro Ahmet Davutoglu, sin embargo es poco probable que repita el éxito de los comicios de 2011 cuando se hizo con el 49% de los sufragios y la mayoría absoluta en el hemiciclo.
La interrogante principal consiste en si el AKP logrará reunir los escaños suficientes para formar el Gobierno o tendrá que pactar la coalición con uno de los partidos opositores, mientras que los expertos opinan que en este caso los nacionalistas del MHP son la única opción posible.
La principal formación opositora, el Partido Republicano del Pueblo, liderado por Kemal Kilicdaroglu, puede, según estudios, acaparar el 25-30% de los votos. Tiene partidarios sobre todo en las grandes ciudades –Ankara, Estambul y Esmirna– y pretende consolidar a los detractores del presidente Recep Tayyip Erdogan.
El derechista Pardito de Acción Nacionalista, liderado por Devlet Bahceli, es capaz de conseguir el 14-15% de los votos. La formación carece de programa político bien definido y es conocido sobre todo por su postura irreconciliable en la cuestión kurda y el euroescepticismo.
El Partido Democrático del Pueblo (presidente Selahattin Demirtas) es un debutante en estas elecciones y su capacidad de superar el listón electoral del 10% y entrar en el Parlamento es la segunda gran incógnita de estos comicios.
La relativamente tranquila campaña electoral en Turquía no estuvo exenta de incidentes vinculados con este partido: colocación de artefactos explosivos en sus oficinas de Adana y Mersin, asaltos a sus candidatos y activistas, y una doble explosión en una concentración de sus partidarios en Diyarbakir que el viernes se saldó con tres muertos y 80 heridos.
Los expertos consideran poco probable que estas elecciones desemboquen en importantes cambios en la política exterior de Turquía: el país no renunciará al rumbo hacia la UE, por muy lento que sea, y mantendrá sus estrechos vínculos económicos y comerciales con Rusia, en particular en el ámbito de la energía que –tomando en consideración el gasoducto Turk Stream– cada vez más se perciben como una colaboración estratégica.