El segundo anuncio previo a la «cumbre» subrayaba el hecho de que la reunión «no sería un encuentro contra Rusia». Berlín intentaba así, según los analistas, calmar los ánimos de ciertas capitales (Varsovia, las bálticas y alguna nórdica) deseosas de incluir en el programa capítulos que hubieran convertido a la cita en un nuevo foro de crítica hacia el Kremlin.
La llamada política de vecindad de la Unión Europea pretendía ampliar los mercados hacia el Este y el Sur del Viejo Continente. Empezó su andadura en 2008, con el nacimiento de la Unión Mediterránea, una iniciativa ya muerta. Siguió en 2013 en Vilnius, con la Asociación Oriental.
La posibilidad de que Ucrania firmara un acuerdo con Bruselas estuvo en el origen de la crisis que llevó a la salida del poder de Víctor Yanukóvich, el llamado « Euromaidán » y el conclicto armado consecuente. Las relaciones de Europa con Rusia se han deteriorado a tal punto que Berlín y París habrían decidido calmar el juego y desactivar los ataques verbales a Moscú que algunos gobiernos pretendían lanzar desde la capital letona.
La reunión de Riga ha servido, sin embargo, para confirmar que dos de los invitados, Armenia y Azerbaiyán difícilmente puedan integrarse juntos en cualquier tipo de asociación. Bakú ha vuelto a reiterar su reclamación sobre el territorio de Nagorno-Karabaj, bajo control armenio.
Bielorrusia, por su parte, cuyo régimen es desde hace años para la UE «la última dictadura de Europa», sigue ganando puntos en las capitales occidentales europeas tras su papel mediador en el conflicto ucraniano.
A su vez, Ucrania y Georgia acudían a Riga con una sola idea: obtener de Bruselas un acuerdo para la obtención de visados comunitarios, como los que cuenta Moldavia. Vuelven con las manos vacías.
En Riga, pues, se habló de la deuda griega entre la alemana Merkel, el francés Hollande y el griego Tsipras. Se abordaron las presiones del británico David Cameron para reformar la UE y evitar una derrota en el referéndum de permanencia o salida de la UE que prometió a los electores británicos. También el drama de la inmigración en el Mediterráneo fue llevado a la mesa por el italiano Renzi. Es ahí donde finalizaron las discusiones sobre la «asociación oriental».
La arrogancia con la que Bruselas pensaba hace años ampliar sus mercados y zonas de influencia ha recibido una lección. A la Unión Europea se le ha acusado de falta de finura en su política exterior. No supo ver ni digerir la llamada «primavera árabe» que echó por tierra su política mediterránea. No tuvo en cuenta la sensibilidad de Rusia en su pretendida ampliación hacia el Este. Su supuesta «superioridad moral» parecería deber habido aprender la lección: provocar falsas ilusiones puede llevar a graves consecuencias.
Sin embargo, también en esta ocasión los 28 redactaron en Riga un párrafo sobre la «anexión de Crimea». Pero solo lo firmaron ellos. Sus invitados prefirieron abstenerse. Otro fracaso que marca la agonía de este fallido proyecto de la Unión Europea.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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