Hace un año, en marzo de 2011, la central nuclear Fukushima Dai-ichi en Japón sufrió uno de los más graves accidentes nucleares en la historia.
El siniestro y sus consecuencias condujeron a una revisión de los reglamentos internacionales en materia de seguridad y lo más probable es que provoque un endurecimiento de las normas de control amenazando de esta manera la expansión de la energía nuclear en todo el mundo.
Hace un año
El 11 de marzo de 2011 un potente terremoto sacudió Japón. Su epicentro se encontraba en el Océano Pacífico, a 70 kilómetros al este de las costas niponas.
Las sacudidas del terremoto encendieron los sistemas automáticos de seguridad en los reactores de la central nuclear Fukushima Dai-ichi que se encuentra en la costa más cercana al epicentro.
El mecanismo que apaga el reactor no permite hacerlo con la misma facilidad que cortar un circuito eléctrico: la interrupción de la reacción en cadena va acompañada por un notable desprendimiento de calor. Si al mismo tiempo no se enfría la zona activa que contiene el combustible, éste puede sobrecalentarse y fundirse.
El paro automático de los reactores de Fukushima se realizó con normalidad. El mismo proceso se repitió en los tres reactores restantes de la planta. El suministro eléctrico exterior se cortó a causa del terremoto pero la central estaba provista de generadores de emergencia. Con ellos se pudo conectar el sistema de bombeo encargado de surtir de agua las zonas activas de los reactores apagados.
Una hora después del seísmo, el tsunami generado por él golpeó la costa y destruyó los generadores. Los reactores se quedaron sin suministro de agua, ya que el agua que estaba dentro del circuito de bombeo se fue evaporando. Al quedarse al descubierto las barras de combustible comenzaron a recalentarse, el circonio que las recubre entró en reacción con el vapor de agua, descomponiéndolo en sus constituyentes, oxígeno e hidrógeno. La presión en la vasija del reactor y en el edificio de contención primaria creció bruscamente.
Los intentos de evitar la acumulación de hidrógeno, que es muy combustible, fracasaron y el gas explotó el 12 de marzo en el primer reactor, el 14 de marzo en el tercero y el 15 en el segundo.
En el cuarto reactor, que ya estaba apagado en el momento del cataclismo, surgió otro grave problema: el combustible descargado en la piscina, privado de agua al pararse los sistemas de bombeo, empezó a fundirse provocando importantes escapes radiactivos.
Pero lo peor sucedía dentro de los tres reactores y estaba oculto a los ojos de los observadores. Las barras de combustible se fundieron convirtiéndose en un material denominado corium y se asentaron en el fondo de las vasijas perforando las mismas, lo cual dio lugar a filtraciones de radiación.
Ahí se acabó todo. Luego hubo una lucha larga, algo caótica e histérica, por el enfriamiento exterior de los reactores (o, más bien, del corium en la zona activa) con el uso de los helicopteros para llevar el agua a los estos puntos críticos.
Poco a poco los trabajos de emergencia empezaron a dar su resultado, la temperatura de los reactores empezó a bajar lentamente. Se cortaron las fugas de agua radiactiva en el océano y se organizó el suministro de agua para sistemas de bombeo. Y se reconoció a regañadientes que el nivel de gravedad del incidente es 7, el máximo en la escala internacional INES. Los japoneses lo hicieron pasadas dos semanas tras el accidente, mientras los franceses y los estadounidenses lo habían dictaminado al cabo de unos días del siniestro.
El accidente pasó así de su fase aguda a la crónica. Ha llegado el momento de sacar conclusiones.
Las lecciones por aprender
Ahora se revisarán por completo los procedimientos para testar las centrales nucleares y se volverán a endurecer, como sucedió después de la avería en la planta de Chernóbil en 1986, los reglamentos en materia de seguridad. Algunos expertos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ya abogan por eliminar de estos reglamentos los conceptos de “accidente previsible máximo” y “accidente fuera de las bases de diseño”. Las pruebas de resistencia de las centrales nucleares tienen que prever las circunstancias más inverosímiles.
Sus propuestas tienen su lógica: todo los que es “imprevisible” o está “fuera de las bases de diseño” permite a los constructores y explotadores escabullirse de la responsabilidad alegando “circunstancias de fuerza mayor”. Pero en el sector nuclear la “fuerza mayor” tiene consecuencias demasiado graves para dejarla estar.
El argumento de “fuerza mayor” ya no funciona, aunque para comprenderlo hizo falta una avería en Chernóbil absolutamente imprevisible y un totalmente imposible accidente en Fukushima. De hecho, en Fukushima Dai-ichi no sucedió nada grave desde el punto de vista de la seguridad propiamente nuclear. Simplemente la central se quedó sin suministro de electricidad, tanto del reglamentario como el de emergencia. Y los modernos sistemas de seguridad, incluso los más sofisticados, no son capaces de funcionar sin electricidad. Por lo tanto hay que empezar por contar con las incidencias de sistemas de abastecimiento.
Además, la avería de Fukushima obliga a revisar el problema de diseño de las piscinas de combustible usado. Los sucesos en la central nipona evidenciaron que la seguridad de los mecanismos de refrigeración de las piscinas también es una cuestión prioritaria en caso de los accidentes fuera de las bases de diseño.
Finalmente, la actitud de la empresa explotadora de la central, TEPCO, puso de manifiesto otro fallo en la arquitectura de seguridad nuclear. La información deficiente, tardía y contradictoria suministrada por la empresa combinada con el rechazo de los especialistas japoneses a colaborar con los organismos extranjeros o internacionales (incluido el OIEA) complicaron la situación, cuyas consecuencias sufre ahora todo el país y, posiblemente, sufrirán los estados vecinos.
El gobierno del país asiático tardó en conocer la gravedad del accidente en Fukushima a raíz de mala comunicación con los directivos de TEPCO. De hecho, es una característica global del mundo actual de los negocios: la burocracia corporativa en todas partes tiende a silenciar los problemas hasta el final intentado a la vez encontrar escapatorias para evitar la responsabilidad por lo ocurrido.
De ahí que una conclusión muy importante que debe sacarse de la catástrofe en Fukushima es que el grado de participación de los organismos internacionales en los sectores nucleares nacionales tiene que ser elevado, al igual que habría que ampliar las competencias de los grupos de expertos internacionales. Esta decisión podrá provocar protestas por parte de las empresas del sector, pero dada la situación no hay otra alternativa.
Las consecuencias para el sector nuclear
El siniestro de la central nipona trajo consecuencias para el sector de energía nuclear en todo el mundo, que acababa de recuperarse después de la catástrofe de Chernóbil. En la primera década del nuevo milenio empezó el proceso bautizado por los expertos como “renacimineto nuclear”: aumentó bruscamente el interés en este tipo de energía tanto en los países desarrollados como en los emergentes, que necesitan energía abundante, barata y relativamente limpia.
Fukushima volvió a despertar las fobias, dificultando el desarrollo de programas energéticos nucleares. Muchos países desarrollados que estaban dispuestos a reiniciar los proyectos de construcción de los reactores congelados bajo la presión de los 'verdes' cambiaron de idea. En Japón la crisis del sector energético es total: ningún reactor apagado para su inspección tras la catástrofe en Fukushima volvió a ponerse en marcha. Desde finales de febrero de 2012 en todo el país funcionan solo dos reactores, aunque las fuentes gubernamentales insinúan que para finales de verano posiblemente terminarán cerrados. Cabe recordar que para el 11 de marzo de 2011 en el país funcionaban 53 reactores nucleares.
La reacción de los que abogan por el apagón nuclear es comprensible después de aquellas terribles semanas que siguieron al cataclismo natural en Japón.
Pero al fin y al cabo es todo cuestión de los costes de la economía industrial. La solución de esta encrucijada corresponde sin duda alguna a la sociedad que mueve esta economía ocupando lugares de trabajo, produciendo valor añadido y determinando de esta manera el nivel de consumo de sus miembros. Si toda la sociedad está dispuesta a cargar con un lastre adicional y sumirse en la filosofía de autolimitación, es su sagrada voluntad.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI