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¿Por qué los sindicatos en Argentina son todavía un actor central a nivel nacional?

La Confederación General del Trabajo (CGT) logró que el presidente Javier Milei postergara el debate sobre la reforma laboral tras una importante movilización en protesta. El Ejecutivo decidió ceder frente a un actor que, pese al deterioro de su imagen, conserva capacidad de presión, dijo a Sputnik un experto.
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En un giro sorpresivo por el clima favorable que respiraba el Gobierno de Milei, el oficialismo decidió postergar el debate por la llamada Ley de Modernización Laboral. La decisión llegó apenas unas horas después de que la Confederación General del Trabajo (CGT) —máxima central gremial del país— desplegara una fuerte movilización callejera en protesta contra la reforma impulsada por el Ejecutivo.
El episodio reabrió una pregunta estructural para entender la política argentina: por qué los sindicatos siguen siendo tan influyentes en un país cuyos niveles de empleo registrado permanecen estancados, con una informalidad laboral que supera ampliamente el 40% y un salario real en caída desde hace casi una década. La respuesta combina historia, reglas legales, poder económico y una gravitación política difícil de encontrar en otros países.

Una excepcionalidad en la región

"El sindicalismo en Argentina es un fenómeno que no tiene comparación en América Latina: es una verdadera excepción en el continente", dijo a Sputnik el politólogo Julio Burdman. Según el experto, "hay una alianza histórica entre marco legal, política e inflación crónica que le dio a los gremios un poder excepcional, que lo convierte en un cuarto poder con un considerable poder de veto a la hora de negociar con los gobiernos".

A diferencia de otras regiones, la negociación salarial en contextos de inestabilidad económica permanente convirtió a los sindicatos en actores centrales. "En países sin inflación, la negociación colectiva pierde peso, mientras que en Argentina fue al revés: los gremios garantizan cierta cobertura al trabajador y, en momentos de incertidumbre, eso es muy valorado", remarcó el analista.

Esa dinámica reforzó su rol como intermediarios obligados entre trabajadores, empresas y Estado durante décadas. No obstante, el peso y la representatividad del gremialismo también se explica por su origen político y su vínculo con el movimiento peronista, fundado en 1945 bajo la figura de Juan Domingo Perón (1945-1955; 1973-1974), que desde mediados del siglo XX incorporó a los trabajadores organizados como uno de los pilares del sistema político argentino.

"El sindicalismo fue, históricamente, uno de los dos grandes sostenes del peronismo", señaló el investigador. Esa identidad no fue solo simbólica. Los sindicatos se integraron como actores con capacidad de incidencia en la política pública a partir de su peso tanto en el palacio como en la calle. "Cuando el peronismo estuvo fuera del poder, los sindicatos se volvieron todavía más importantes", explicó Burdman, al remarcar que esa alianza ayudó a preservar un marco legal favorable incluso en contextos adversos.
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Debajo de la puja asoma una institucionalidad marcada favorable para los sindicatos, respaldados por tanto por la Constitución nacional como por la adscripción a convenios internacionales de la Organización Internacional del Trabajo.

Consultado también por este medio, el abogado laboralista Diego Oliveira lo define como un rasgo estructural. "El sindicalismo en Argentina no es accesorio, sino que forma parte del sistema de relaciones laborales y de negociación colectiva. Por eso a veces sorprende a extranjeros su relevancia en el andamiaje jurídico", destacó.

La escala del fenómeno

En Argentina, cuya población es de unos 47 millones de habitantes, existen más de 3.000 sindicatos, entre organizaciones con personería gremial y entidades con simple inscripción. Si bien solo representan de forma directa al empleo formal privado —alrededor del 40% de los trabajadores—, su capacidad de negociación excede largamente ese universo.
"La representación sindical es sobre los trabajadores registrados, pero su legitimidad política se amplía cuando discuten políticas que afectan a todo el mercado laboral", señaló Oliveira.
En un país con una informalidad creciente, los gremios buscan conservar centralidad influyendo en decisiones que exceden a sus afiliados. El peso sindical también se expresa en el Congreso. Si bien no conforman una bancada propia, una veintena de diputados y senadores provienen del mundo gremial o mantienen vínculos directos con sindicatos.
"No lideran listas de candidaturas, pero saben ganarse su lugar en el tablero político y moverse en escenarios adversos", apuntó Burdman, subrayando su influencia estratégica. Ese anclaje legislativo fue históricamente un resguardo frente a reformas laborales profundas.
"Durante décadas, el Senado fue el dique de contención de cualquier intento de cambio estructural: vehiculizados en el peronismo, con mucha fuerza en la Cámara alta, los sindicatos lograron bloquear cualquier avance sobre ellos", recordó el politólogo.

Un financiamiento cuestionado

Además de su peso político, los sindicatos argentinos administran recursos económicos significativos. Oliveira fue crítico del financiamiento de dichas entidades.

"El poder gremial no es solo social y político, también es económico y estratégico, sobre todo por el control del sistema de obras sociales de medicina, que administran caudalosos recursos que no siempre llegan a los beneficiarios", resaltó.

Las obras sociales sindicales gestionan una parte sustancial de la salud privada en Argentina, financiadas por aportes obligatorios de trabajadores y empleadores. "Eso les dio capacidad de inversión, influencia y lobby durante décadas, y eso también explica que desde hace 50 años no hayamos visto cambios relevantes en el mundo del trabajo", explicó el letrado.
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Ese entramado ayuda a entender la reacción frente a la reforma laboral. Para el abogado laborista, la postergación del tratamiento parlamentario no respondió solo a la protesta callejera. "Pesó más el riesgo de no conseguir los votos necesarios y la cantidad de objeciones técnicas que surgieron", afirma, relativizando la idea de una victoria puramente gremial. El debate también expuso tensiones internas del sindicalismo.
Muchas objeciones no son jurídicas, sino políticas, sostuvo el abogado, quien agregó que varios dirigentes "hablan de pérdida de derechos sin precisión técnica: hay una defensa del statu quo que convive con el temor a perder fuentes de financiamiento y poder organizacional". Esa defensa, sin embargo, choca con una imagen pública deteriorada.

"La percepción de que los sindicatos son una corporación cerrada está muy instalada, pero esa imagen contrasta con la de los afiliados a los gremios, que son los que sienten la defensa sobre sus salarios e intereses", enfatizó Burdman.

De acuerdo con el analista, la visión excede las preferencias partidarias. "Incluso muchos votantes opositores al Gobierno, contando algunos peronistas, comparten esa crítica", sostuvo.

La falta de renovación dirigencial profundiza esa distancia. Muchos líderes sindicales llevan décadas en sus cargos, mientras el mercado laboral se fragmenta y precariza. Oliveira lo plantea como un desafío central: "Si los sindicatos no ayudan a formalizar empleo y ampliar representación, su legitimidad va a seguir erosionándose".
Aun así, nadie da por terminado su rol. "Los sindicalistas son actores muy hábiles que sobrevivieron a todos los Gobiernos", concluyó Burdman.

De acuerdo al experto, ante un contexto de reformas, ajuste y redefinición del Estado, el sindicalismo argentino "enfrenta su paradoja histórica, que es la de conservar poder mientras redefine su lugar en una sociedad que ya no es la del siglo XX, donde tuvo su auge".
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