"A partir de aquel momento, las plazas de toros perdieron su carácter efímero, monumental y solemne propio de un espectáculo dirigido a un público determinado para convertirse en verdaderos estadios donde la población acude a presenciar corridas", refiere Halcón Álvarez-Ossorio en su texto.
"La frustración de un toro se ve cuando ellos golpean el suelo con su pata. Mucha gente dice que significa estar enojado, pero casi todos los animales, cuando hacen eso, representa que les duele o que están frustrados; no saben leer su cuerpo (...). [Lo que vive el animal] es una muerte lenta y dolorosa, de ir acabando con un ser vivo que no quiere estar allí, que no viene para dañar a nadie. Es una muerte humillante e innecesaria", indica Vanda.
"Las libertades quedarían completamente vulneradas y expuestas a que cualquiera asociación sigue impugnando por cosas absurdas. Al rato se van a ir contra la charrería, que es la fiesta nacional, porque en ella también intervienen el caballo y el ganado vacuno", estima.
"No podemos atentar contra el derecho, en este caso, de expresarme artísticamente porque eso es el toreo. También es mi derecho al trabajo, gracias a que soy matador de toros, y a la oportunidad de los espectadores, que son millones, de pagar un boleto para asistir a una plaza. No podemos cuartear [esta actividad], siempre y cuando no se afecte a nadie. En la tauromaquia, nunca se ha afectado a nadie; lo único que se ha hecho es conservar una tradición", concluye.
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