Según un sondeo del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) publicado el 25 de abril por el diario La República, Castillo logra un 41,5% de las preferencias electorales, mientras que Fujimori queda a la saga con 21,5%, una diferencia notoria a cerca de 6 semanas de los comicios a celebrarse el 6 de junio.
¿Es una estrategia mentirosa la de Fujimori cuando alerta sobre el comunismo? La verdad es que tiene asideros.
El partido de Castillo se define, y esto consta en su plan de Gobierno de carácter público, como una organización de izquierda "marxista, leninista y mariateguista", esto último a razón de José Carlos Mariátegui, pensador peruano del siglo XX y una de las figuras más icónicas para el espectro nacional de la extrema izquierda.
Asimismo, en reiteradas ocasiones, Castillo ha mostrado su interés de que en un eventual Gobierno suyo, se aplique una política económica estatista, además de plantear expropiaciones de empresas y reemplazar la política actual de libre mercado por una de "economía popular con mercados", tomando como referente a Bolivia.
Problemas con la izquierda
Perú es un país que ha tenido una relación complicada con la izquierda. La última dictadura militar que tuvo el país fue la del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975), político de izquierda que nacionalizó los recursos y tuvo una gestión calificada unánimemente como un fracaso económico.
Aparte, la época del terrorismo que sufrió el país y que alcanzó su auge más grave entre mitad de la década de los 80 e inicios de los 90, tuvo como protagonista a Sendero Luminoso, agrupación terrorista de ideología marxista-leninista que buscaba tomar el Estado y que generó un rechazo transversal en la población.
26 de abril 2021, 20:40 GMT
La campaña de Fujimori está apoyada en eslóganes como "no al comunismo" o, en sus adeptos más extremos, "terrorismo nunca más", pese a que sobre Castillo no se pueda decir que tenga vínculos con Sendero Luminoso.
Es más, el candidato ha alegado que es "rondero" —efectivamente lo es—, que es como se conoce a los miembros de las rondas campesinas, grupos organizados que con apoyo del Estado se opusieron a Sendero Luminoso y que aún persisten como organizaciones de control civil.
La pregunta es, ¿qué pasa con la estrategia de Fujimori y por qué no pega en el gran electorado?
Los analistas ensayan varias respuestas, pero entre las que más fuerza tienen está, por una parte, que la derecha peruana ha venido sosteniendo el "terruqueo" como estrategia para descalificar a cualquier adversario, sin importar siquiera si pertenece al espectro de la izquierda.
La estrategia del 'terruqueo'
El terruqueo en Perú es la estrategia por la cual se busca descalificar a un adversario opuesto a la derecha acusándolo de ser terruco, jerga local para aludir al terrorista de Sendero Luminoso.
Sin embargo, se apunta que la derecha ha hecho un uso tan indiscriminado del terruqueo que el concepto ha sido vaciado de todo significado relevante y ahora es difícil que alguien se lo tome en serio o se alarme con él.
Si a Castillo lo terruquean en esta campaña, pocos se detendrán en tal acusación cuando, en su momento, lo mismo se dijo del expresidente Martín Vizcarra (2018-2020), un político de centroderecha, o de otros miembros de la izquierda democrática que participaron en la primera vuelta.
Por otro lado, antes de la primera vuelta, cerca del 60% de los electores manifestaba que de ninguna manera votaría por Fujimori. Este fenómeno se explica por el Gobierno de corte autoritario y comprobadamente corrupto de su padre, Alberto Fujimori (1990-2000), actualmente preso por diversos delitos que van desde el desfalco hasta crímenes de lesa humanidad.
Asimismo, Fujimori quedó segunda en las elecciones de 2016 en las que ganó Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018) y, con una bancada mayoritaria en el Congreso, se dedicó a enfrentarse al Ejecutivo desde el día primero, promoviendo pedidos de destitución contra el entonces jefe de Estado que terminó renunciando, y luego haciendo lo mismo con su sucesor, Martín Vizcarra (2018-2020).
Si a esto se suman las investigaciones por lavado de activos que tiene Fujimori por el caso Odebrecht, más el descontento por un modelo neoliberal impuesto por su padre, para los peruanos más pobres parece que no resulta atractiva la propuesta de "detener al comunismo" para cuidar la continuidad de un modelo del que poco o nada han sacado en provecho.
Quizá, como se escucha en las calles de Perú, Keiko debería dedicarse más a luchar contra el fantasma de sus propios defectos y errores, y menos contra el fantasma del comunismo, porque queda claro por su progresivo descenso en las preferencias que es una apuesta que no ofrece réditos.