Procedente de San Francisco y camino de Nueva York, el entonces inédito autor arribó al modesto puerto el 29 de diciembre y en cinco días atravesó el tiempo (1866-1867) y el sur de Nicaragua, la entonces llamada Ruta del Tránsito que conectaba el Pacífico con el mar Caribe.
Por eso en el malecón del balneario de San Juan del Sur una banca de hierro y vidrio sienta a dialogar, libros en manos, al padre de la literatura estadounidense y al Príncipe de las letras castellanas.
A falta de cámara fotográfica como los turistas contemporáneos, que sin ella tal parece dejarían de serlo, Mark Twain retrató con su pluma aquella aventura a través del istmo centroamericano que bautizaría como "divertido resbalón a través de Nicaragua".
El testimonio de su travesía por la Nicaragua meridional lo dejó en dos cartas, los reportajes del siglo XIX, enviadas al diario Alta California y traducidas al español en 1983 por el poeta nicaragüense Luciano Cuadra.
Del San Juan meridional al septentrional
De San Juan del Sur a San Juan del Norte transcurría la ruta terrestre, lacustre y fluvial que enlazaba las dos costas del país centroamericano, a través del istmo de Rivas, el Gran Lago de Nicaragua o Cocibolca y el río San Juan.
El escritor que más tarde alcanzaría la fama como Mark Twain y aún respondía por Samuel L. Clemens, narró en su extensa crónica de viaje las peripecias del traslado, que comenzó a bordo de una gran diligencia "de un rojo desteñido, tirada por cuatro caballos cholencos" desde el puerto de llegada hasta La Virgen, embarcadero en la costa suroccidental del Lago Nicaragua.
Era esa quizá la parte más "turística" del aventurero trayecto cuando el literato en ciernes se encandiló ante la majestuosidad de los volcanes Concepción y Madera, marca orográfica de la isla de Ometepe que parecía dormir tranquila sobre las aguas del único reservorio de agua dulce en el mundo donde habitan tiburones.
"Volcanes gemelos, maravillosas pirámides arropadas en un verde fresco y suavísimo, veteadas sus faldas de luces y de sombras; sus cimas perforan las errabundas nubes, parecen apartados del vértigo del mundo, tan tranquilos así como están inmersos en sueños y en reposo", describió el futuro padre de esa pareja genial que formarían en millones de memorias adolescentes Tom Sawyer y Huckleberry Finn.
Otro pasaje recreado por la pluma del predecesor de la narrativa estadounidense del siglo XX fue la navegación a través de 120 millas del curso descendente de río San Juan en su fluir hacia el mar Caribe.
"Un mosaico de nicaragüenses, estadounidenses, alemanes, ingleses y negros jamaicanos. Casi todos estos tienes ventas de puros y guaro (aguardiente), frutas y hamacas de cabuyas (cuerdas). Todo muy barato, pues los derechos de aduanas con bajos (…) engalana el pueblo unos cuantos cocoteros, lo bordean chaparrales, y por donde quiera sonríen los botones rosados de las mimosas", fotografió con la palabra al pueblito de San Juan del Norte, meta de la aventura transoceánica.
La ruta del tránsito, necesidad de un canal
La Ruta del Tránsito representaba el fragmento nicaragüense de un trayecto mucho mayor, el que enlazaba a través del istmo mesoamericano California con Nueva York en plena Gold Rush, la fiebre del oro.
Un contrato firmado el 27 de agosto de 1849 entre el naviero estadounidense David L. White y el Director Supremo del Estado de Nicaragua, Norberto Ramírez (en el cargo durante 1840-1841), estableció las bases del itinerario terrestre-lacustre-fluvial, que 17 años más tarde el turista Samuel L. Clemens si no en literatura, convertiría en crónica o quizás reportaje.
Porque antes de decidirse por el proyecto de abrir la brecha de agua por la cintura centroamericana (Panamá), Estados Unidos, la potencia en ciernes, acarició la idea de las caderas de Nicaragua.
Mientras llegaba la hora de la concreción de una vía acuática que uniera ambas riberas, el monopolio de la conducción de pasajeros a través del territorio nicaragüense le correspondió a la Compañía Accesoria del Tránsito, derivada de la AAPSCC, pero independiente.
La empresa norteamericana nunca le pagó el 10% de los dividendos que le correspondían a Nicaragua, según lo pactado con Ramírez, a pesar de los esfuerzos del presidente Fruto Chamorro (1854-1855).