El ajolote —axólotl, en náhuatl— fue uno de los animales que más obsesionó al escritor argentino Julio Cortázar. Cuando los conoció, no pudo dejar de pensar en ellos y en su voluntad secreta de "abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente". Pasó días enteros mirándolos justo a los ojos hasta descifrar el misterio.
En Final del juego, Cortázar dedicó un cuento completo a hablar de la extraña especie de anfibios mexicanos. En 'Axólotl', un hombre —que bien pudiera ser el propio Cortázar— se convierte en un ajolote.
"Ahora soy definitivamente un axólotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axólotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él", dice en alguna parte del relato.
Sin embargo, el ajolote ya era una leyenda incluso antes que Cortázar escribiera sobre él. En la mitología azteca se le relaciona con el dios Xólotl, hermano de Quetzalcóatl, y se asocia con la idea de movimiento.
"Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axólotl", menciona Cortázar en otra parte del relato. En ese fragmento, quizá, se refería a la grandilocuencia de los ajolotes en la época prehispánica.
Solo que ya no queda nada de aquel señorío azteca, ahora los ajolotes se encuentran en peligro de extinción por la contaminación de su hábitat —las aguas de la capital mexicana—. Si Cortázar viviera es posible que el hombre que se convirtió en un ajolote sin siquiera darse cuenta estaría al borde de la muerte sin haber advertido que el tiempo pasó.