Desde su llegada al continente, y sobre todo tras descubrir la existencia del océano Pacífico, los conquistadores españoles buscaron con ahínco una vía de paso para conectar esas aguas con el Atlántico y así crear una ruta Europa con América y Asia.
Todas las búsquedas fueron infructuosas hasta que años más tarde, en 1520, la expedición encabezada por Fernando de Magallanes descubrió por fin un paso marítimo: el estrecho bautizado con su nombre.
Sin embargo, la localización del estrecho, situado en lo que ahora es el extremo sur de Chile, no satisfacía las necesidades españolas: el paso estaba muy lejos y era peligroso, lo que llevó a las cabezas pensantes de la época a buscar fórmulas para atravesar el continente sin desplazarse tanto al sur.
Fue ahí cuando se empezaron a gestar planes para la creación una infraestructura artificial que permitiera el paso marítimo, una buena idea que por dificultades técnicas e incluso estratégicas nunca fue llevada a puerto, obligando a posponer por 400 años su materialización.
"Los españoles se pasan lustros buscando el estrecho, pero cuando lo encuentran no es de utilidad porque se encuentra en Tierra del Fuego. Es entonces cuando empiezan a pensar en la posibilidad de un canal, precisamente donde está ubicado ahora, en Panamá, que era la zona más estrecha", relata a Sputnik el historiador Esteban Mira Caballo.
Este académico, especializado en las relaciones entre España y América en el siglo XVI, explica que la ausencia de un paso marítimo provocaba un gran perjuicio estratégico al Imperio español, obligando a transportar sus mercancías por tierra a lomos de mulas, lo que ralentizaba enormemente el traslado de todo lo que se extraía en el otro lado del charco.
Una necesidad estratégica
En la segunda mitad la década de 1520 se empezaron a plantear proyectos para solucionar este problema, pero el más serio no llegaría hasta 1533, de la mano del primer gobernador de Santo Domingo, Gaspar de Espinosa, que propuso usar el río Chagres para crear un paso artificial.
Además, en aquella época Panamá ya era un centro neurálgico para los españoles, que utilizaban la zona como destino de las mercancías enviadas por la metrópoli a toda América del Sur y como punto de paso, por ejemplo, de la plata peruana antes de ser llevada a España.
"El río era navegable en una parte de su curso, pero luego era necesario dejar amarrados los barcos y hacer una parte del trayecto a pie, con lo que no se ganaba tiempo. Como no se conseguía atravesar en barco, se cruzaba el istmo de Darién con las mercancías a lomo de mulas, con lo que había que hacer unos cuatro o cinco días a pie", explica Carlos Martínez.
El plan del gobernador era anegar las partes no navegables del río para que los barcos pudieran pasar por ellas, pero el proyecto nunca llegó a realizarse, aunque al emperador Carlos VI le pareció una gran idea en un primer término, llegando incluso a ordenar la elaboración de planos para la obra.
Durante el siglo XVI se sucedieron proyectos similares, tal y como constata el jesuita José de Acosta en su libro Historia natural y moral de las Indias (1590), en el que además de dar cuenta de los planes al respecto, expone unas curiosas razones para justificar su fracaso.
Según cita Esteban Mira en uno de sus artículos, para el jesuita no era posible "derribar el monte fortísimo e impenetrable que Dios puso entre los dos mares" y, además, quienes lo intentaran debían temer el castigo divino por "querer enmendar las obras que el Hacedor, con sumo acuerdo y providencia, ordenó en la fábrica de este Universo".
Durante ese mismo periodo se plantearon otras posibilidades para adaptar como vía de paso otro gran reservorio de agua, en este caso el lago de Nicaragua —más cercano al Pacífico que la cabecera del Chagres incluso— para luego conectar con el río San Juan del Norte.
"De nuevo, las exploraciones topográficas que se hicieron desde el final de la laguna del lago de Nicaragua hasta llegar al Pacífico también fueron disuasorias", apunta Carlos Martínez.
Siglo XVII
Los planes españoles para crear un paso marítimo se sucedieron hasta el siglo XVII. Una de las últimas ideas documentadas es la del rey Felipe III, que llega incluso a contactar con unos ingenieros holandeses para trabajar en la creación del canal.
"Ese es el motivo por el que este último proyecto no se plantea con seriedad. Por aquel entonces estaban muy bien protegidas las áreas neurálgicas de Mesoamérica y Perú, pero el resto de zonas eran muy susceptibles de caer en manos enemigas, por lo que se plantea no hacer grandes edificaciones ni infraestructuras que puedan ser utilizadas por los enemigos", explica Esteban Mira.
Así, entre indecisiones, dificultades técnicas y la voluntad de Dios en contra, fueron muriendo los proyectos para construir un canal cuatro siglos antes de que el actual viese la luz.
Los expertos consultados coinciden en apuntar que, de haberse materializado, estos planes habrían dado un empujón geopolítico a España, que ya era una de las grandes potencias de la época, pero que no pudo —o no fue capaz de— rematar la faena.