Quizás tanto tiempo conviviendo con el nuevo coronavirus hace que muchos lo sientan como algo "normal", o que la percepción del peligro se haya resentido luego de varios meses de tedioso pero inevitable confinamiento, que acentúan las ansias de "libertad".
Por ejemplo, en pleno pico de la pandemia, las autoridades de Guatemala intervinieron una fiesta clandestina, mientras la música estremecía las madrugadas de San Salvador, y el Malecón de Santo Domingo se llenaba de personas, incluso antes de expirar el toque de queda.
Ni el llamado a la prudencia ni las alertas del personal de salud ni las multas y arrestos por violar las medidas restrictivas han frenado un fenómeno que puede desmadrarse y terminar de forma trágica.
La calle llama
Los dominicanos nunca cumplieron con demasiado rigor la cuarentena decretada en marzo pasado, pero igual salieron a las calles, colmados y plazas como si llevaran siglos aislados en una isla deshabitada.
El resultado fue inquietante: música, baile, personas bebiendo y fumando, sin mascarillas ni guardando el debido distanciamiento físico y sin el miedo a ser multados o detenidos por violar la cuarentena. Hasta niños había en las calles, a expensas de un contagio.
Lo chocante es que el coronavirus comenzó a propagarse en el país justo en una fiesta, organizada por la famosa diseñadora de modas Jenny Polanco, una de las primeras víctimas mortales del COVID-19 en República Dominicana.
Un peligroso invitado
No hay que salir a la calle para exponerse: algunos le abren sus puertas al coronavirus, como en Costa Rica, país que vive una segunda ola de la enfermedad, potenciada quizás por el exceso de confianza o la prematura reapertura económica.
"Seamos sumamente responsables. Entiendo ciertas situaciones, pero estamos en medio de un virus peligroso y si comenzamos a romper burbujas sociales, la situación se nos va a complicar mucho", advirtió el ministro de Salud costarricense, Daniel Salas.
Amén de realizar estos llamados a la responsabilidad, las autoridades de Costa Rica piden a los ciudadanos que fiscalicen el cumplimiento de las medidas sanitarias e incluso habilitaron un número telefónico para denunciar estas fiestas.
Burla a la tragedia
La sociedad guatemalteca reaccionó indignada a la publicación en redes sociales de las fotos y videos de una fiesta "clandestina" organizada en un local de Retalhuleu (sur): el desparpajo del rave fue considerado una burla a la tragedia que vive el país.
En resumen, muchos impacientes se inventan cualquier motivo para parrandear, e insisten en hacerlo, una actitud irresponsable en un escenario como el actual, en el que la fiesta puede fácilmente convertirse en velorio.