La emoción de la comerciante de 37 años duró poco: ese día no llegó nadie a su tienda. ¿La razón? La gente no está "pendiente de comprar ropa".
"Esto no era lo que yo esperaba porque ahora la gente está pendiente solo del tema de la comida y la gasolina, muy poca gente compra ropa", expresó la mujer con desesperanza.
Rodríguez contó que el segundo día una clienta por fin entró a la tienda pero, como dice la frase popular, "fue alegría de tísico", porque solo vio, preguntó y se fue sin comprar nada.
Ese día, la mujer no pudo llevar a su casa ni 40 dólares, que es lo cuesta un pantalón en su negocio.
Lucha por subsistir
En Venezuela comprar ropa es mucho más costoso que en otros países, y si es de una reconocida marca mucho más.
"Empezamos a promocionar la entrega a domicilio y publicábamos las fotos de la mercancía en las redes sociales, pero ni así surgieron las ventas. Es una situación difícil porque todos estamos pendientes de comprar comida, pero a la vez también instamos a que quienes puedan comprar lo hagan en las tiendas pequeñas como esta para poder subsistir", suplicó.
Sin clientes
La historia de la comerciante se repite. En la peluquería de enfrente, en unas lujosas sillas doradas, está sentado el estilista Luis Medina, riendo mientras observa su teléfono. Tal vez algún meme le saca una sonrisa y le hace olvidar que desde que abrió el 1 de junio, tras la flexibilización de la cuarentena, no ha atendido al primer cliente.
El estilista coincide en que muchas mujeres "no están pensando" en gastar dinero en arreglarse el cabello, a lo que se suma que tras más de dos meses de haber estado las peluquerías cerradas muchas de ellas aprendieron a hacerlo en sus propias casas.
"Se secan o planchan el cabello en casa y algunas más osadas se han hecho las mechas [varios tonos de color en cabello] solas por primera vez", dice.
En el salón donde trabaja Medina, un corte de cabello cuesta entre dos y tres dólares, mientras, un manicura y pedicura con pintura semipermanente puede valer hasta 15 dólares.
Antes de la cuarentena, dijo, la manicurista trabajaba por cita porque tenía muchas clientes, pero hasta ahora ninguna ha aparecido.
Medina vuelve la mirada a su teléfono, que en esta ocasión suena insistente, se baja el barbijo negro que combina perfectamente con su camisa y pantalón y atiende esperanzado que sea una de las tantas clientes que tenía antes de la pandemia, para solicitar sus servicios. Quizás sea esta vez.