"Si no salgo a trabajar, nadie come en casa, porque día no trabajado es casi como día sin comida", dijo a Sputnik el propietario de un minibús de transporte público, Mario Condori, de la ciudad de El Alto, vecina a La Paz y conocida por sus combativas organizaciones sociales.
El vehículo transitaba lentamente entre los millares de vendedores y compradores de alimentos y diversos objetos domésticos en la feria que, como todos los martes, estaba instalada a lo largo de una de las avenidas principales de la populosa zona, hasta donde llegaban también minibuses de caseríos rurales cercanos.
"Tenemos dos motivos, por una parte necesitamos trabajar porque lo que ganamos cada día apenas da para sobrevivir, y también porque la gente nos exige que trabajemos, si no, ¿cómo se va a movilizar tanta gente que no puede quedarse en sus casas?", argumentó.
Como Condori, centenares de transportistas urbanos circulaban con sus minibuses por varios barrios de El Alto, a la vista de escasos policías que patrullaban las calles.
Vendedores y compradores se contaban por millares en la feria de Río Seco, que seguía activa varias horas después del mediodía, cuando debía producirse el cierre obligatorio de mercados durante la cuarentena.
En esa aglomeración callejera parecía imposible el cumplimiento de las normas de distanciamiento social.
Por su parte, Florencia Gutiérrez, dirigente de una asociación de "gremiales", como se denominan los comerciantes callejeros, dijo a esta agencia que entiende "la lucha contra el coronavirus, pero quienes han decidido esta cuarentena no han tomado en cuenta que en El Alto esa medida es imposible porque es una ciudad que hace en la calle mucha de su actividad diaria".
Igual que en El Alto, el comercio callejero era la actividad que provocaba las mayores aglomeraciones ciudadanas en gran parte de ciudades y pueblos bolivianos, en violación de la cuarentena decretada por el gobierno transitorio de Jeanine Áñez.
En Bolivia hay 29 casos confirmados de COVID-19.