Es una oportunidad para que los jefes de Estado presentes expresen su posición sobre las cuestiones más apremiantes, pero sus discursos tienden a prolongarse de forma indefinida, mientras que la audiencia pierde concentración. Por eso cada país prefiere hablar al principio de la larga sesión. Sin embargo, no siempre fue así.
Como país anfitrión, Estados Unidos es el segundo país en tener el turno de palabra. Luego, el orden de los oradores se vuelve un poco más político. Se basa en el nivel de representación —la importancia del orador enviado por el país en concreto—, las preferencias individuales y otros factores, como la distribución uniforme del equilibrio geográfico.
Esto significa que si un país envía a un jefe de Estado al debate, es probable que hable antes que otro que envía a un representante de rango inferior. La discusión también se planea para evitar enfrentamientos potencialmente incómodos, por ejemplo entre las dos Coreas. Por eso, sus representantes no hablan en el mismo día.