Basta echar una mirada superficial —y cuanto más profunda más categórica— para comprender el rol de lesa humanidad que Estados Unidos viene ejerciendo prácticamente desde su fundación.
La propia narrativa histórica oficial norteamericana, impregnada de humanismo y valores democráticos, resulta insostenible a la luz de sus propios hechos.
Preclaros intelectuales de la izquierda estadounidenses como Noam Chomsky, James Cockcroft y Howard Zinn o más recientemente Oliver Stone y Peter Kuznick —que juntos realizaron la muy documentada Historia No Oficial de Estado Unidos—, dan cuenta de ello. En su obra de 2005 Abolition Democracy: Beyond Prisons, Torture, and Empire la militante feminista afroamericana Angela Davis nos habla sobre la ruptura del Estado de derecho en Estados Unidos y como aquella democracia que se pretende ejemplar se ha convertido en un engendro posconstitucional de claros perfiles criptofascistas.
Sobre los relatores latinoamericanos que analizaron en profundidad la malversada democracia norteamericana y sus desvaríos imperialistas, no podemos dejar de mencionar la monumental obra en cuatro tomos de Gregorio Selser —entre otras de su extenso legado— Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina, en donde enumera e investiga de manera sistemática las funestas injerencias de Estados Unidos y otras potencias en nuestra región.
Sin embargo, surge de forma ineludible una pregunta que resulta casi absurda, e incluso surrealista ante la evidencia de los crímenes norteamericanos… ¿Por qué el mundo no condena e impugna de manera explícita a un Estado agresor, militarista hasta extremos paroxísticos y claramente genocida en todos los escenarios en que ha actuado en el último siglo? ¿De qué manera nuestra civilización logra articular un discurso bienintencionado de valores humanistas, mientras legitima y obedece a una nación moralmente retrógrada y abiertamente genocida?
Sin dudas Estados Unidos, desde 1945, ha conducido a la sociedad global hacia esta patología asumida como una cultura legítima. La hegemonía cultural norteamericana nos ha uniformado en una lógica militarista, en un individualismo lacerante y criminal con el planeta y las sociedades que lo conforman. Y todo ello mientras Washington despliega una praxis política que vulnera indiscriminadamente todo marco jurídico internacional, que toma por la fuerza, destruye, transforma y degrada cuanto le sirve para perpetuar una hegemonía que ya comienza a ser odiosa, incluso para sus aliados europeos, beneficiarios de segundo orden en el reparto criminal de las riquezas periféricas.
No obstante esta saturación que ya comienza a ser manifiesta en diferentes niveles y que va dando forma a una confrontación mundial ya irremisiblemente planteada, Estados Unidos sigue gozando de una fachada ruinosa —aunque todavía efectiva— de verdadera democracia, de país humanista y de Estado benefactor de los derechos globales. Ningún otro absurdo muestra de mejor manera la psicopatía de la civilización actual de las que nos hablara Fromm. Por ello resulta indispensable —"mortalmente vital" diría el gran humanista y novelista francés Víctor Hugo— entablar una batalla de ideas iluminadoras para alcanzar otra lógica global y otro mundo posible.
El genocidio económico contra Cuba que ahora se intenta replicar en Venezuela, es apenas una muestra más de un extenso catálogo, que ahora incluye la criminalización de niños inmigrantes y la tortura como instrumento legitimado jurídicamente. Por estas razones, conmemorar de forma colectiva e individual el 9 de agosto, Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses Contra la Humanidad resulta no solo un imperativo ético, sino un ejercicio liberador que posee la virtud de abrir caminos fundacionales hacia la comprensión del mundo. Una comprensión que se impone como condición elemental para una construcción fraterna entre los hombres y para la liberación de los pueblos.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK Y LOS TEXTOS ESTÁN AUTOEDITADOS POR LOS PROPIOS BLOGUEROS