Luis Enrique Hernández es un hombre de gestos amables que dirige la organización civil El Caracol, dedicada a la protección de esta población. Explica que una persona no termina en la calle porque le parezca "la opción más adecuada", sino porque tanto las instituciones formales del Estado o las informales —la familia— no han podido contener a esta persona.
"Una persona llega a la calle con miedo y con una soledad compleja, puesto que no hubo quien lo protegiera", explicó el referente comunitario a Sputnik. "Poco a poco va encontrando amigos y redes de los propios grupos que le permiten instalarse y desarrollar totalmente su vida en el espacio público", agregó.
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Según Hernández, lograr que alguien salga de la calle es una tarea muy complicada.
"La cultura callejera permite que la gente tome decisiones todos los días: dónde duerme, con quién se vincula, cuál es su expectativa de vida. La cultura de calle permite desarrollarse aun en la exclusión, aunque no sea el desarrollo que esperamos en un mundo globalizado", explicó el director de El Caracol.
Según el censo coordinado por el Instituto de Asistencia e Integración Social (IASIS), que realizó en conjunto con la sociedad civil en 2017, existen cien puntos en la capital de alta concentración de población —más de cinco personas— y otros 346 puntos con baja concentración —menos de cinco personas—.
En 2017, encontraron 4.354 personas en el espacio público, además de otras 2.400 en albergues públicos y privados. Del total, el 87% eran hombres y 13% mujeres. Un 2% son niños y niñas y casi 4%, adultos mayores, ubicados en su mayoría en dos de las alcaldías centrales: Cuauhtémoc y Gustavo Madero.
El director de la asociación civil El Caracol indicó a Sputnik que el compromiso con la autoridad es que se repita el censo este año, para obtener datos más frescos y poder comparar cómo ha evolucionado la situación en el período.
Mujeres y niños
El Caracol trabaja con distintos programas focalizados en poblaciones específicas, además de brindar talleres informativos de prevención de la violencia, derechos humanos y protección de la identidad y prevención de enfermedades de transmisión sexual.
"Los talleres nos permiten identificar perfiles de las personas para trabajar o también temas a abordar con ellos", explicó a Sputnik Alexia Moreno, psicóloga y educadora en calle de la organización, encargada del trabajo con mujeres y personas con capacidades diferentes.
Moreno explicó que las mujeres con niños buscan la manera de no pasar todo el tiempo en la calle, porque son más vulnerables que los hombres a las agresiones, las drogas, la violencia institucional y porque siempre buscan cómo proteger a sus hijos de los riesgos de la intemperie.
En la práctica, esto significa que el Estado puede quitarle sus niños a una madre en situación de calle por dos vías: que alguien la denuncie por omisión de cuidados o por violencia intrafamiliar. Lo que El Caracol ha constatado es que son los hospitales públicos dónde estas mujeres son mayormente denunciadas al momento de parir, sin posibilidad de defenderse de que la autoridad le quite a sus hijos recién nacidos.
Así relataron a Sputnik dos de las jóvenes vinculadas a El Caracol, a quienes les quitaron a sus niños en hospitales de la ciudad. A una de ellas, argumentando que como la madre no tenía ninguna identificación, no podían entregarle a su bebe recién nacido, aunque hubiese una "hoja de parto" como documento del nacimiento.
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En El Caracol acompañan 11 casos de mujeres que han sido separadas de sus hijos por la autoridad, que tras ser separarlos de sus madres fueron puestos bajo custodia del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) en estancias privadas con las que tiene convenios.
Desde el cambio de Gobierno, relató Moreno, estas madres apenas han podido ver a sus niños una vez en cinco meses, porque la autoridad argumenta no tener equipo ni personal suficiente para garantizar las convivencias, ante la reorganización del DIF que planteó la nueva administración.
Para ello, el Estado les exige un comprobante de empleo formal —si bien la mayoría vive del trabajo informal— así como una casa amueblada y un comprobante de que las madres realizan tratamiento de sus adicciones, aunque no se les brinda ningún apoyo para esto y todo deban resolverlo por su propia cuenta.
Laura —nombre ficticio para preservar su privacidad— tiene 24 años y dos niños. Es una de las mujeres que acudió a Caracol.
"Mi experiencia como mamá ha sido bonita pero bien triste. Bonita porque fue lo más hermoso que me pasó, pero triste porque cuando tuve mi primer hijo a los 19 años no tenía apoyo de nadie, ni de mi familia, ni del papá de mi hijo", dijo la joven madre.
"Fue muy difícil cuidarlo y en un momento de desesperación quise irlo a entregar a una casa hogar, pero me arrepentí. Es bien bonito convivir con él, que te hace reír con sus locuras, aunque es muy difícil porque estoy sola, pero no me queda de otra, son mis hijos. Luchas para que estén bien, tengan un lugar y puedan disfrutar tu niñez, como yo no pude", relató.
"Es muy difícil poderles dar lo que ellos anhelan y desde que tuve a mi primer hijo, decía que nunca le iba a pegar porque yo lo viví. Busqué consentirlo y hasta la fecha lo hago", dijo a Sputnik.
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"Lo más padre (bueno) es ver que tus hijos puedan disfrutar su niñez, me animan a poder salir adelante. Tuve temor que me lo quitaran, en donde trabajo me pedían que les regalara a mi hijo mayor, pero no. Tengo miedo que lo separen de mí, que ya no pueda verlo. Amo a mis hijos, a veces no lo demuestro pero los amo y él me dice 'yo también te amo mucho, mamá'", concluyó.