El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, finalmente ha hecho realidad una vieja aspiración: la incorporación de Colombia en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en calidad de "socio global". Aunque muchos se sorprendieron con la noticia, la realidad es que la colaboración entre Colombia y la Alianza Atlántica viene de bastante tiempo atrás. Si bien el Gobierno de Álvaro Uribe comenzó el acercamiento con organizaciones internacionales, no fue sino hasta el año 2013 cuando se suscribió un primer acuerdo para iniciar la cooperación en los rubros de la seguridad y la defensa.
Tanto Bolivia como Venezuela solicitaron realizar una asamblea extraordinaria de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) para abordar el asunto y sus consecuencias, sin embargo, el encuentro nunca se llevó a cabo. Ahora, en contraste, el ingreso de Colombia en la OTAN como "socio global" el pasado 31 de mayo solo ha sido objetado por el Gobierno venezolano a través de la publicación de un comunicado de prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores. Bolivia por su parte, a cargo de la Presidencia pro tempore de la Unasur, sigue entrampada en las gestiones para elegir un secretario general del organismo multilateral y hasta la fecha no ha hecho ningún pronunciamiento.
Por otro lado, están quienes creen que la asociación de Colombia con la OTAN incrementa el riesgo de convertir al Cono Sur en una 'zona de guerra'. Acusan que las Fuerzas Armadas de la Alianza Atlántica, acostumbradas a actuar al margen de la legalidad, podrían desplegarse a lo largo y ancho de la región y escarmentar a los Gobiernos que representan una amenaza potencial para EEUU que, dicho sea de paso, es el país que contribuye con el grueso del financiamiento de la coalición militar.
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Lo que está claro es que los militares de EEUU están volviendo a ganar posicionamiento en la región suramericana con el visto bueno de varios de los líderes políticos del continente. El ingreso de Colombia en la OTAN bajo el estatus de "socio global" evidencia que son los altos mandos militares estadounidenses quienes terminan dictando la agenda en los asuntos de seguridad y defensa. Hay que tomar en cuenta, además, que la cooperación militar entre Colombia y EEUU se extiende mucho más allá de coaliciones como la OTAN, incluye el 'Plan Colombia' y la instalación de siete bases militares.
A través de su alianza con la OTAN, Santos pone al desnudo su fascinación por las organizaciones de naciones industrializadas con vocación imperial. En opinión del ejecutivo colombiano, la OTAN es al sector de la defensa lo que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es a la economía y las políticas sociales: un grupo muy selecto en el que únicamente caben las naciones de vanguardia. "Colombia es el primer país de América Latina en tener ese tipo de relación con la OTAN, es un enorme privilegio", presumió Santos durante una conferencia de prensa realizada en Bruselas (Bélgica) la semana pasada.
El también acreedor del Premio Nobel de la Paz en 2016 asegura que la adhesión de su país a la OTAN no busca sino fomentar un ambiente de paz y estabilidad. Colombia será solamente un "socio" y no un miembro de pleno derecho: el país no participará en ninguna de las incursiones militares encabezadas por la OTAN y tampoco será parte del protocolo de 'respuesta conjunta'. Santos insiste que la participación de Colombia en la OTAN será de bajo perfil, sin grandes protagonismos. Además de Colombia, naciones como Japón, Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur son "socios globales".
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Sin embargo, la buena impresión que Santos dice tener de la OTAN queda eclipsada ante la estela de destrucción y muerte que esta coalición militar ha dejado a su paso. En 2011, por ejemplo, su incursión en Libia resultó un desastre: la implantación de una zona de exclusión aérea con motivos supuestamente humanitarios se reveló como una operación fallida a costa de la muerte de mucha gente inocente. Su injerencia tampoco ha logrado mejores resultados en naciones como Afganistán e Irak. Ninguno de estos países se ha vuelto más seguro gracias a la intervención de las Fuerzas Armadas de EEUU y sus socios de la OTAN.
De hecho, entre las razones que motivaron el lanzamiento del Consejo de Defensa Sudamericano de la Unasur fueron enfrentar riesgos comunes de seguridad hemisférica (narcotráfico, terrorismo, trata de personas, armamentismo y defensa soberana de las fronteras) y hacer valer una política de buena vecindad. En la actualidad, por desgracia, el Consejo de Defensa Sudamericano se encuentra abandonado a su suerte y los espacios del diálogo no atraviesan por su mejor momento: a finales de abril, Colombia anunció junto con otros cinco países que dejaba de participar en la Unasur por tiempo indefinido alegando la falta de un secretario general.
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Es una verdadera lástima que, en lugar de trabajar por el fortalecimiento de la unidad y la integración de América del Sur, el Gobierno colombiano se haya dedicado las últimas semanas a afinar los detalles de una asociación con un bloque militar que defiende a sangre y fuego los intereses de naciones industrializadas con vocación imperial. Es una estocada más en contra de la Unasur, pues la decisión de incorporar a Colombia en la OTAN como "socio global", lejos de incrementar la confianza entre los países vecinos, está crispando las tensiones en la región.
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