El elevado número de precandidaturas tanto de derecha como de izquierda, recuerda a las elecciones de 1994, pero "no vemos todavía cuáles de esas opciones será realmente candidaturas y cuáles son globos sonda; muchos van a ir desistiendo o buscando alianzas con otros en función de lo que digan las encuestas", comentó Moreira.
31% de los brasileños están dispuestos a votarlo, según la encuesta Datafolha divulgada el pasado 16 de abril.
Sin embargo, es poco probable que Lula esté en las elecciones; la decisión final la tomará la justicia electoral a partir de agosto, cuando se registren de forma oficial las candidaturas.
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Dado que la legislación prohíbe candidaturas de condenados en segunda instancia todo apunta a que Lula, a pesar de los recursos que previsiblemente presentará su defensa, será apartado de la carrera electoral.
El PT sigue manifestando que Lula es su único candidato y que no cuenta con plan B, aunque poco a poco empieza a haber movimientos: el propio expresidente difundió el 23 de abril una carta a su partido pidiendo a sus correligionarios que se sintieran libres para decidir sobre su candidatura.
"El PT sigue siendo el partido con el que las personas más se identifican, pero hay una cierta distancia entre lo que es Lula y lo que es el PT; la izquierda tiene ciclos y tal vez hemos llegado al momento en que el PT ha dejado de ser hegemónico en el campo de la izquierda", apuntó Moreira.
Jóvenes aspirantes como Manuela D'Ávila (Partido Comunista de Brasil) y Guilherme Boulos (Partido Socialismo y Libertad) hacen pensar en una incipiente renovación, pero sus posibilidades reales son limitadas: gran parte del electorado puede considerarlos demasiado radicales o incluso "más de lo mismo", observó el analista.
La exsenadora y exministra de Ambiente de Lula, Marina Silva (del partido Red Sustentabilidad) podría ser una de las principales beneficiadas, puesto que ahora tiene alrededor del 15% de las intenciones de voto y margen para recoger apoyos de derecha y de izquierda.
Pero la mayoría de los analistas apuntan hacia otro nombre: el juez Joaquim Barbosa, expresidente del Supremo Tribunal Federal, que nunca actuó en política y que se hizo famoso por su lucha contra la corrupción.
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Barbosa ni siquiera ha dicho oficialmente que va a presentarse, pero la intención de voto que recoge su figura sube con cada encuesta y ya está en 10%; si llega al Palacio del Planalto (sede del Gobierno) sería el primer presidente negro de Brasil.
El magistrado, recién afiliado al Partido Socialista Brasileño (PSB), podría ser la sorpresa de las elecciones.
"Puede ser el "outsider" en este momento actual de crisis del sistema político, creo que se presenta como un candidato competitivo que puede cumplir ese papel de diferenciarse de lo ya conocido", opinó Moreira.
En el campo de la derecha también hay división: lidera la carrera el líder ultraderechista Jair Bolsonaro (del Partido Social Liberal), con 17% de la intención de voto y solo superado por Lula.
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Sin embargo, la mayoría de los analistas coinciden en que la ideología extremadamente conservadora de Bolsonaro, quien no oculta su nostalgia por la dictadura militar (1964-1985), su homofobia ni su racismo, tendrá poco recorrido si no modera su discurso.
De perfil moderado, el exgobernador de Sao Paulo es un viejo conocido de los brasileños (cayó derrotado ante Lula en las elecciones de 2006), pero cuenta apenas con 7% de intención de votos, casi tan pocas como una eventual candidatura del actual presidente Michel Temer, que ronda el 2% de preferencias.
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Para Moreira, si Temer sigue adelante sería al frente de un proyecto de ambición personal más que de su fuerza política, puesto que el derechista Partido del Movimiento Democrático Brasileño no tiene tradición de aspirar a la presidencia, sino que suele ir en coalición con el partido que más le convenga, ya sea de derecha o de izquierda.