Argentina atraviesa el verano más duro de su historia con una ola de calor récord
Argentina atraviesa el verano más duro de su historia con una ola de calor récord
Sputnik Mundo
El país registra las temperaturas más altas de marzo en casi 120 años. Con cortes de electricidad que afectan a cientos de miles de usuarios y una sequía que... 15.03.2023, Sputnik Mundo
La ciudad de Buenos Aires se convirtió en un infierno. Tras 14 días consecutivos de temperaturas superiores a los 32 grados, la capital nacional sufre la ola de calor más larga de la que se tenga registro. La situación se replica en todo el país, donde se percibió el verano más cálido desde 1961, reflejado en una sequía récord que azota a la producción agropecuaria.Según el Servicio Meteorológico Nacional, el 11 de marzo Buenos Aires superó los 38,5 grados de temperatura, la más alta para este mes en la historia. Al día siguiente, las autoridades reportaron una mínima de 28 grados, también récord absoluto que supera a los años previos.El tórrido verano porteño se agrava con las deficiencias del sistema eléctrico: el 13 de marzo se registró el pico histórico de demanda eléctrica para un día hábil —superando la marca anterior, alcanzada tan solo tres días antes—, y más de 200.000 usuarios fueron afectados con cortes de luz. Además, sobre este escenario se produjo una falla en el sistema interconectado, que dejó sin electricidad a 20 millones de personas, un 40% de la demanda nacional.Números rojos"Esta es la ola de calor más fuerte y extensa de la historia: llevamos 14 días y contando. Es una clarísima prueba de que la crisis climática es real y se escribe en presente", indica a Sputnik la periodista Laura Rocha, especializada en cambio climático.El diagnóstico de la investigadora parte de un dato insoslayable: el récord no se limita a la magnitud de las temperaturas registradas, sino que incluye también la duración del fenómeno."Esta es la décima ola de calor desde noviembre. Estamos teniendo más de dos episodios extremos por mes, con una duración de 13 días cada uno. Prácticamente estuvimos durante todo el verano bajo olas de calor. Es preocupante", afirma la comunicadora.La lectura de la investigadora se verifica en los hechos: la ciudad de Buenos Aires superó el umbral de temperaturas máximas de ola de calor (32,3 grados) por dos semanas consecutivas. El récord anterior era de 11 días, y data de 2017.Soportar el calor, privilegio de unos pocosSegún Rocha, el impacto del agobiante verano echa luz sobre las desigualdades sociales. "La crisis climática pega de modo impactante a la inequidad: los que menos tienen no se pueden defender", apunta la especialista.La posibilidad de cada habitante de lidiar satisfactoriamente con las casi inhóspitas temperaturas depende, en última instancia, de la clase social. "El efecto en la vida cotidiana varía. En los sectores acomodados las familias prenden el aire acondicionado y listo. Pero los más desprotegidos ni siquiera tienen acceso al agua corriente. La diferencia es dramática”, considera la investigadora.Las adversas condiciones climáticas tienen un correlato directo en la salud de la población: "Lo he vivido con pacientes y hasta con familiares: estoy recibiendo el doble de consultas de lo habitual", asegura a Sputnik el médico clínico Gabriel Lapman.Los efectos de las abrasadoras temperaturas ameritan la preocupación de los especialistas: "Esta ola de calor puede generar náuseas, calambres y mareos. En personas vulnerables esto puede agravarse hasta llegar a una situación de coma. Es realmente una agonía", señala el médico.El costo de la sequíaEl suplicio climático que afecta a las personas —principalmente en las zonas urbanas— tiene también sus efectos en la producción agropecuaria. "Las altas temperaturas generan un fuerte daño económico porque potencia los efectos de la sequía y el deterioro del suelo, además de que incrementa los costos de recuperar la productividad de esos suelos", advierte Rocha.La lectura de la investigadora se verifica en la realidad de miles de productores del campo: "Este es el momento más difícil de la agricultura moderna. Es la campaña más dura de los últimos 20 años", advierte a Sputnik el jefe de estimaciones de la Bolsa de Comercio de Rosario, Cristian Russo.El rol del clima es crucial para el sector, y esto se refleja en el devastador efecto de la falta de lluvias: "Los cultivos están derrumbándose. Hoy ya estamos asumiendo una pérdida de la producción superior al 50%", señala Russo.Para comprender el carácter dramático de la situación, el investigador pone en contexto el fenómeno que azota al país hace años: "La sequía de los últimos tres años equivale a un año de lluvia. Estamos ante un récord histórico: más de un millón de hectáreas no pudieron sembrarse por falta de agua", apunta.Cuando la salida de la crisis depende de un factor tan ajeno como el clima, los afectados lucen con las manos atadas: "No existe ninguna estrategia productiva para afrontar este duro golpe. Es crucial que empiece a llover consistentemente durante los últimos días de marzo, para revertir la falta de agua que generó este desastre", señala el especialista.¿Quién paga la cuenta?Evaluar los efectos de la crisis no supone obviar sus causas. El fenómeno del calentamiento global, según Rocha, tiene claros responsables: "La cuota de culpa no es igual en todos los países. Estados Unidos, por ejemplo, genera una gran cuota de la contaminación mundial. Y la vida que llevan a cabo es acondicionada: en la Florida está lleno de aires acondicionados en todos los lugares cerrados. Nosotros no podemos poner un aire acondicionado en una vivienda que ni siquiera tiene electricidad. Ahí se notan las diferencias”.Bajo la perspectiva de la investigadora, el contraste es evidente: "El año pasado Pakistán y Bangladés estuvieron casi tres meses sufriendo una ola de calor. La gente no tenía dónde estar. El país se paralizó casi tanto como durante el coronavirus. Las personas dormían bajo los puentes donde antes había agua, porque podían conseguir sombra", relata la especialista.Sin embargo, el grado de responsabilidad de los países más desarrollados no exime de culpa al resto de las naciones: "Por supuesto que hay una responsabilidad histórica de los países del norte global. Pero en términos per cápita, Argentina está en el puesto 22 del ranking mundial de mayores emisiones. No es que no tengamos ninguna responsabilidad", aclara Rocha.La adjudicación de culpas del fenómeno actual es importante, pero más urgente resulta su resolución. "Todavía tenemos una ventana de oportunidad para revertir esta situación, pero cada vez esta se angosta más", advierte la investigadora.La misión de aminorar el calentamiento global requiere de tareas de urgente concreción: "Tenemos que planificar acciones tanto de adaptación como de mitigación. Por ejemplo, frenando la quema de combustibles fósiles", sostiene Rocha.La propuesta de Rocha impacta de lleno en la calidad de vida a nivel global. "Para alcanzar este objetivo hay que equilibrar: debemos vivir con algo menos, en términos de ahorro energético, de consumo y de producción".
El país registra las temperaturas más altas de marzo en casi 120 años. Con cortes de electricidad que afectan a cientos de miles de usuarios y una sequía que profundiza las complicaciones económicas del país, el comienzo del 2023 pone en el centro de la escena la agenda climática. ¿Las temperaturas extremas llegaron para quedarse?
La ciudad de Buenos Aires se convirtió en un infierno. Tras 14 días consecutivos de temperaturas superiores a los 32 grados, la capital nacional sufre la ola de calor más larga de la que se tenga registro. La situación se replica en todo el país, donde se percibió el verano más cálido desde 1961, reflejado en una sequía récord que azota a la producción agropecuaria.
Según el Servicio Meteorológico Nacional, el 11 de marzo Buenos Aires superó los 38,5 grados de temperatura, la más alta para este mes en la historia. Al día siguiente, las autoridades reportaron una mínima de 28 grados, también récord absoluto que supera a los años previos.
CALOR🌡️🔥| Los primeros 10 días de marzo tuvieron #temperaturas extremadamente elevadas en el centro este del país.
👉Se registraron temperaturas máximas promedio de hasta 8 y 10 °C por encima de lo normal para la época.
El tórrido verano porteño se agrava con las deficiencias del sistema eléctrico: el 13 de marzo se registró el pico histórico de demanda eléctrica para un día hábil —superando la marca anterior, alcanzada tan solo tres días antes—, y más de 200.000 usuarios fueron afectados con cortes de luz.
"Esta es la ola de calor más fuerte y extensa de la historia: llevamos 14 días y contando. Es una clarísima prueba de que la crisis climática es real y se escribe en presente", indica a Sputnik la periodista Laura Rocha, especializada en cambio climático.
El diagnóstico de la investigadora parte de un dato insoslayable: el récord no se limita a la magnitud de las temperaturas registradas, sino que incluye también la duración del fenómeno.
"Esta es la décima ola de calor desde noviembre. Estamos teniendo más de dos episodios extremos por mes, con una duración de 13 días cada uno. Prácticamente estuvimos durante todo el verano bajo olas de calor. Es preocupante", afirma la comunicadora.
"No solamente las temperaturas máximas son más elevadas, sino que las mínimas no bajan de los 23 grados. Se vuelve insoportable", señala Rocha.
La lectura de la investigadora se verifica en los hechos: la ciudad de Buenos Aires superó el umbral de temperaturas máximas de ola de calor (32,3 grados) por dos semanas consecutivas. El récord anterior era de 11 días, y data de 2017.
Según Rocha, el impacto del agobiante verano echa luz sobre las desigualdades sociales. "La crisis climática pega de modo impactante a la inequidad: los que menos tienen no se pueden defender", apunta la especialista.
La posibilidad de cada habitante de lidiar satisfactoriamente con las casi inhóspitas temperaturas depende, en última instancia, de la clase social. "El efecto en la vida cotidiana varía. En los sectores acomodados las familias prenden el aire acondicionado y listo. Pero los más desprotegidos ni siquiera tienen acceso al agua corriente. La diferencia es dramática”, considera la investigadora.
Las adversas condiciones climáticas tienen un correlato directo en la salud de la población: "Lo he vivido con pacientes y hasta con familiares: estoy recibiendo el doble de consultas de lo habitual", asegura a Sputnik el médico clínico Gabriel Lapman.
Los efectos de las abrasadoras temperaturas ameritan la preocupación de los especialistas: "Esta ola de calor puede generar náuseas, calambres y mareos. En personas vulnerables esto puede agravarse hasta llegar a una situación de coma. Es realmente una agonía", señala el médico.
"Hay una enorme cantidad de casos de personas con decaimiento y hastío. Este verano está durando más de la cuenta: a esta altura del año siempre tuvimos temperaturas más bajas", advierte Lapman.
El costo de la sequía
El suplicio climático que afecta a las personas —principalmente en las zonas urbanas— tiene también sus efectos en la producción agropecuaria. "Las altas temperaturas generan un fuerte daño económico porque potencia los efectos de la sequía y el deterioro del suelo, además de que incrementa los costos de recuperar la productividad de esos suelos", advierte Rocha.
La lectura de la investigadora se verifica en la realidad de miles de productores del campo: "Este es el momento más difícil de la agricultura moderna. Es la campaña más dura de los últimos 20 años", advierte a Sputnik el jefe de estimaciones de la Bolsa de Comercio de Rosario, Cristian Russo.
El rol del clima es crucial para el sector, y esto se refleja en el devastador efecto de la falta de lluvias: "Los cultivos están derrumbándose. Hoy ya estamos asumiendo una pérdida de la producción superior al 50%", señala Russo.
"La preocupación central es que hoy la caída no tiene piso. Pensábamos que la ola de calor terminaría la semana pasada. Sin lluvias importantes a la vista, todo indica que la situación va a seguir empeorando", lamenta el especialista.
Para comprender el carácter dramático de la situación, el investigador pone en contexto el fenómeno que azota al país hace años: "La sequía de los últimos tres años equivale a un año de lluvia. Estamos ante un récord histórico: más de un millón de hectáreas no pudieron sembrarse por falta de agua", apunta.
"El costo es abrumador. Nuestros equipos técnicos calculan que la pérdida estimada superará los 14.000 millones de dólares, equivalente a 3% del PIB del país", explica Russo.
Cuando la salida de la crisis depende de un factor tan ajeno como el clima, los afectados lucen con las manos atadas: "No existe ninguna estrategia productiva para afrontar este duro golpe. Es crucial que empiece a llover consistentemente durante los últimos días de marzo, para revertir la falta de agua que generó este desastre", señala el especialista.
Evaluar los efectos de la crisis no supone obviar sus causas. El fenómeno del calentamiento global, según Rocha, tiene claros responsables: "La cuota de culpa no es igual en todos los países. Estados Unidos, por ejemplo, genera una gran cuota de la contaminación mundial. Y la vida que llevan a cabo es acondicionada: en la Florida está lleno de aires acondicionados en todos los lugares cerrados. Nosotros no podemos poner un aire acondicionado en una vivienda que ni siquiera tiene electricidad. Ahí se notan las diferencias”.
Bajo la perspectiva de la investigadora, el contraste es evidente: "El año pasado Pakistán y Bangladés estuvieron casi tres meses sufriendo una ola de calor. La gente no tenía dónde estar. El país se paralizó casi tanto como durante el coronavirus. Las personas dormían bajo los puentes donde antes había agua, porque podían conseguir sombra", relata la especialista.
Sin embargo, el grado de responsabilidad de los países más desarrollados no exime de culpa al resto de las naciones: "Por supuesto que hay una responsabilidad histórica de los países del norte global. Pero en términos per cápita, Argentina está en el puesto 22 del ranking mundial de mayores emisiones. No es que no tengamos ninguna responsabilidad", aclara Rocha.
La adjudicación de culpas del fenómeno actual es importante, pero más urgente resulta su resolución. "Todavía tenemos una ventana de oportunidad para revertir esta situación, pero cada vez esta se angosta más", advierte la investigadora.
La misión de aminorar el calentamiento global requiere de tareas de urgente concreción: "Tenemos que planificar acciones tanto de adaptación como de mitigación. Por ejemplo, frenando la quema de combustibles fósiles", sostiene Rocha.
"Tenemos que caminar hacia la transición energética con un cambio de paradigma en términos de modelos de consumo y producción. No es que vamos a cambiar grandes generaciones de energía por grandes parques eólicos, porque no es solamente un gran recambio tecnológico", afirma la especialista.
La propuesta de Rocha impacta de lleno en la calidad de vida a nivel global. "Para alcanzar este objetivo hay que equilibrar: debemos vivir con algo menos, en términos de ahorro energético, de consumo y de producción".
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