"No hay España vacía sino España olvidada": el bloguero que documenta pueblos desahitados del país
08:30 GMT 31.01.2022 (actualizado: 10:29 GMT 01.02.2022)
© Foto : Cortesía de Faustino CalderónFaustino Calderón, autor del blog 'Los pueblos deshabitados' durante una de sus visitas
© Foto : Cortesía de Faustino Calderón
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Faustino Calderón, de 58 años, lleva tres décadas visitando lugares que se han quedado sin vecinos. Suma más de un millar y desde hace poco registra con fotos e historias de su pasado cada espacio.
A pesar de vivir en Orcasitas, un barrio del extrarradio madrileño, a Faustino Calderón siempre le había atraído el mundo rural. Lo había experimentado con sus abuelos en La Hija de Dios, un municipio de Ávila a unas dos horas de su casa. Pero cuando empezó a interesarse y hacer de esa sintonía un hobby fue después. No solo valoraba su tranquilidad o sosiego, sino el patrimonio que conservaban estos espacios en decadencia.
Calderón, de 58 años, veía a la gente con las ovejas, yendo a comprar a una tienda de otro pueblo o trabajando la huerta hasta en fin de semana y le gustaba ese modo de vida. "Iba a contracorriente", explica a Sputnik, "mientras mis amigos escuchaban a Leño o AC/DC yo me ponía a Labordeta, que cantaba al abandono de Aragón con mucha tristeza, con mucha amargura".
Esos versos bucólicos del trovador le conmovían y le unían a esos territorios ajenos al hormigón y las autopistas. En cualquier hueco visitaba su aldea familiar o se interesaba por otros enclaves en los que se pudiera empapar de silencio. La chispa, como él mismo lo define, fue un reportaje. Pertenecía a un suplemento de periódico. "No me acuerdo de cuál, pero era uno de domingo. Que antes no había internet ni nada", apunta.
Hablaban de Villacadima, un pueblo al norte de Guadalajara. Estaba vacío después de un pasado renqueante. Calderón fue en cuanto pudo y comprobó que lo que había leído era cierto. "Los descendientes de quienes vivían han recuperado alguna casas para fines de semana, pero está deshabitado", corrobora. Le impresionó lo que luego ha registrado en diferentes ocasiones: que algunas viviendas aún tenían muebles o enseres de la familia: "A veces parece que han salido a comprar y vuelven en un rato".
© Foto : Cortesía de Faustino CalderónFaustino Calderón, autor del blog 'Los pueblos deshabitados' durante una de sus visitas
Faustino Calderón, autor del blog 'Los pueblos deshabitados' durante una de sus visitas
© Foto : Cortesía de Faustino Calderón
Villacadima fue el primero. El que alimentó al "gusanillo". La afición siguió brotando en los fines de semana siguientes. Programaba, con "los mapas de entonces", el próximo destino. Si era más o menos cerca, con un día le valía. Si no, esperaba a un puente o a tener un festivo y acumular más tiempo. Poco a poco, década tras década, ha alcanzado unos 1.100. "Empecé hace 30 años", justifica, alegando que ha vuelto a muchos.
De todos los que ha visitado, en el blog "hay unos 230", matiza. Después de pasarse horas caminando entre estancias inertes, decidió darles un empaque de cuaderno de bitácora en Los pueblos deshabitados, la plataforma donde documenta cada visita. De cada una saca fotos, reseña su localización y recupera la historia de algunos residentes. Para ese ejercicio de arqueología social tira de vecinos en localidades aledañas o de encuentros casuales.
© Foto : Cortesía de Faustino CalderónImagen de uno de los pueblos deshabitados fotografiados por Faustino Calderón
Imagen de uno de los pueblos deshabitados fotografiados por Faustino Calderón
© Foto : Cortesía de Faustino Calderón
"Esa es la segunda parte. En la primera iba y solo paseaba. Pero luego pensé que no quería traer solo imágenes sino salvaguardar la memoria. Así que pregunto en los pueblos de alrededor. A veces doy con familiares o alguien que vivió allí, otras me dan un teléfono, aunque prefiero hacerlo presencial", explica.
Utiliza esas conversaciones informales para presentar el lugar mediante testimonios en forma de cita, datos contextuales o incluso anotaciones sobre la rutina: "Liebres, conejos y tordejas eran los animales que cazaban los aficionados a la caza y que suponía un aporte alimenticio extra en las cocinas. El tío Rillo de Teruel compraba la lana de las ovejas y las pieles de los animales", describe para Las Casillas de Bezas, en Teruel.
A Faustino Calderón le asombra ese espíritu campestre. "En la mayoría no había luz, ni agua, y se tenían que trasladar para cualquier cosa", indica. Las ruinas en las que se interna, no obstante, otorgan un escenario mágico. Para él, su significado depende de los ojos con que se observan.
"Transmiten mucho porque dan a la imaginación. Tienes el decorado, pero faltan los actores. Y entonces puedes imaginarte a la gente yendo a misa, a los niños entrando en la escuela… La clave está en verla con sensibilidad", indica Calderón.
"Se debe uno envolver de la atmósfera, revolverse en la soledad y el silencio", añade. Calderón, que trabaja de lunes a viernes en el servicio de limpieza de Madrid, deambula el resto del tiempo como un explorador urbano. De cada sitio saca sus impresiones. Y de vez en cuando se lleva algún respingo. Lo que más le llama la atención o las anécdotas que puede recordar son cuando acude a un pueblo y se encuentra con alguien viviendo. "Me sorprende que sigan allí, en condiciones precarias, quizás por indecisión de marcharse o por apego a la tierra", razona.
© Foto : Cortesía de Faustino CalderónImagen de uno de los pueblos deshabitados fotografiados por Faustino Calderón
Imagen de uno de los pueblos deshabitados fotografiados por Faustino Calderón
© Foto : Cortesía de Faustino Calderón
Incluso en esas circunstancias, cuando el pueblo deshabitado que quiere registrar no está deshabitado, Calderón sale "reconfortado", alegre de "haber compartido unas horas con otro modo de vida". Un modo de vida al que se da la espalda, opina este "descubridor". "Hay asociaciones de gente que intentar recuperarlos, pero desde la administración no se hace nada", lamenta. A pesar de los planes gubernamentales contra la despoblación, esgrime, es que el fenómeno vaya a más. Se calcula que mientras la población española crecía (de 1975 a 2021 ha crecido un 38%, de 34,2 millones de habitantes a 47,3), un 63,1% de los municipios y 13 provincias han perdido residentes entre 2000 y 2018.
Pero Calderón dice que de vez en cuando se voltea la historia y los pueblos resurgen. "Al menos, como sitio de veraneo o fin de semana", comenta. No sabe si tiene que ver la pandemia, con sus restricciones de viaje y el aumento del teletrabajo, o el propio curso de la existencia. "El virus ha servido para idealizarlo, para creer que se vive mejor y fantasear, pero en la realidad no se ha llevado a cabo el trasvase de personas", argumenta quien ve la cara más prosaica en sus charlas imprevistas: "Te cuentan cómo eran las fiestas patronales o cómo se sentaban a escuchar la radio".
Los lugares que él visita siguen mostrando ese latido extinto. Y no le gusta catalogarlos de "España vacía". "Es un concepto engañoso, porque no está vacía, está olvidada. Sigue habiendo gente, pero no se les presta servicios. Lo de la España Vaciada está de moda, pero en realidad siempre se ha ido gente. En los 60 o los 70 lo normal era mudarse a la ciudad, porque no tenían médico ni recursos. Y el problema es que en el siglo XXI seguimos igual", cavila el responsable de Los pueblos deshabitados.
Su humilde labor, sopesa, les dota de cierto anclaje al paso del tiempo. "Estos pueblos no pueden caer en el olvido. Allí vivieron nuestros padres y nuestros abuelos. Y cuando la última persona muera, que va a ser dentro de muy poco, ya no habrá nadie de primera mano que nos pueda contar nada. Entonces veremos casas caídas y las generaciones siguientes no sabrán por qué se marchó la gente ni podrán empatizar con esas condiciones de vida", reflexiona, zanjando: "Los pueblos mueren, desgraciadamente, pero que al menos quede su memoria".