Cuando un reloj de Pamplona paró las horas de la Guerra Civil y sirvió de refugio a dos condenados
11:00 GMT 16.01.2022 (actualizado: 15:45 GMT 18.01.2022)
© Foto : Cortesía de Editorial TxalapartaReloj de la estación de Pamplona
© Foto : Cortesía de Editorial Txalaparta
Síguenos en
Los hermanos Cayuela eran unas distinguidas personalidades de Navarra hasta que llegó la contienda. Dos de ellos fueron fusilados y otro se escondió en uno de los lugares centrales de la capital de esta provincia española.
Como en una película de espías, los dobles fondos también han existido en España. Aunque se dieran de forma más prosaica, sin estridencias de violín ni planos contrapuestos. Sobre todo en tiempos opresivos, como la batalla que derivó en una dictadura de casi 40 años. Durante la Guerra Civil y posteriormente eran habituales los rastreos a domicilios particulares con posibles inquilinos subversivos. Cuando estalló el conflicto y el país se dividió en bandos, el nuevo régimen franquista perseguía a los supuestos opositores tanto por la calle como de casa en casa. Y no quedaba más remedio que ocultarse o terminar en una cárcel o paredón.
Un caso poco conocido pero trepidante es el de Enrique Cayuela. Este navarro se ocultó en el reloj de la vieja estación de autobuses de Pamplona durante seis meses para sortear el desenlace de sus dos hermanos. A ellos, en lugar del polvo y la oscuridad bajo la amenaza les tocó el fusilamiento. Y él logró esquivarlo gracias a este habitáculo de un metro de alto por otro de largo. Dentro se detenían las horas, como un golpe de oxígeno ante el peligro de un arresto. Hasta que se marchó a Francia y de ahí a Chile, donde vivió en el exilio y crio una familia que ahora, como mucha más gente, se ha enterado de los pormenores de la historia.
© Foto : Cortesía de Editorial TxalapartaLa familia Cayuela en un partido del Osasuna, en Pamplona
La familia Cayuela en un partido del Osasuna, en Pamplona
© Foto : Cortesía de Editorial Txalaparta
Lo han hecho a través del libro Y el tiempo se detuvo, de Eduardo Martínez Lacabe y publicado recientemente por Txalaparta. En este ensayo, redactado a partir de un exhaustivo proceso de documentación, no solo aparece este curioso episodio sobre la lucha por sobrevivir, sino que se relata la vida de la familia Cayuela y su máximo exponente, Natalio.
El mayor de los hermanos varones, nacido en 1891, empezó a tener cierta relevancia a principios del siglo XX en Pamplona, su ciudad natal. Con Josefina, hermana a la que llamaban coloquialmente Pepita o Chupi, en la posición siguiente del árbol genealógico, Enrique y Santiago, conformaban una familia de cierto abolengo. El padre, Leonardo, fue un reportero que firmaba simplemente con el apellido Cayuela y se le citaba en textos como Luces de bohemia, de Valle Inclán. La prole siguió sus pasos ideológicos e intelectuales, y poco a poco empezaron a atesorar una colección importante de música, a frecuentar tertulias y a gozar de una agitada vida en la ciudad de los sanfermines.
85 años después, los Cayuela visitan el reloj donde el abuelo salvó la vida. "Y el tiempo se detuvo. Natalio Cayuela, Osasuna y Justicia" un libro con muchas y fascinantes historias como ésta de la vieja Estación de buses de Pamplona...#Cayuela_Osasuna#ElRelojEstaciónAutobuses pic.twitter.com/UIgtf87Ep6
— Osasuna Memoria (@osasunamemoria) October 6, 2021
Su punto álgido llegó cuando se convirtió en presidente del club de fútbol local, el Atlético Osasuna. El primer mandato fue entre 1923 y 1924. Luego repetiría un plazo más abultado, de 1928 a 1935. Con su figura en el palco, el equipo ascendió a primera y la afición rugía: por aquel entonces, la cancha era un ágora popular y los escudos deportivos, un sinónimo de la ciudad que representaban.
También se le atribuían otras facetas altruistas, como colaborar con la Cruz Roja o la Casa de la Misericordia de Pamplona. Pero llegó la II República y los estertores de la Guerra Civil. Ilustrado y ferviente defensor de las ideas del progreso que enarbolaba ese sistema, Natalio Cayuela fue de repente un blanco fácil para los sublevados, que entraron nada más pronunciarse el alzamiento comandados por el general Mola. Y, a pesar de su distinción pública, terminó como tantos otros españoles: el 23 de agosto de 1936 le fusilaron en Valcardera junto a otras 51 personas. Su hermano Santiago incluido.
© Foto : Cortesía de Editorial TxalapartaNatalio Cayuela y su mujer, Amparo, en una foto familiar
Natalio Cayuela y su mujer, Amparo, en una foto familiar
© Foto : Cortesía de Editorial Txalaparta
"Una de las tesis del libro confirmó la fuerte represión ejercida contra los miembros de Izquierda Republicana, que tenían puestos importantes y había abogados o catedráticos", comenta Martínez Lacabe a Sputnik. El autor empezó a escribir sobre Natalio Cayuela proveniente de otra historia, esta vez sobre fútbol. La búsqueda de la represión a "rojos" por los estadios de Navarra terminó en una investigación con dos partes, la de biblioteca, hemeroteca y archivos municipales y la de "patear" los escenarios y hablar con quien tuviera que ver con alguno de los personajes.
Opina Martínez Lacabe que, encima, era una empresa costosa, pues sus protagonistas son "desaparecidos, literalmente o por la ausencia de memoria". Natalio Cayuela, dice, era una buena persona. "Sus antepasados tenían esa tradición de la filantropía y eran gentes con grandes ideales", comenta a Sputnik. La familia era "republicana total" y teorizaban sobre una sociedad mejor. Además, veían "que la monarquía no funcionaba para nada", en palabras del autor, doctor en Historia.
Enrique, cuando intuye peligro, sube a casa de su amigo, Ramón Díaz-Delgado, catedrático de Filosofía del Instituto. Dentro de la casa de Ramón, hay una ventanita desde la que se accede al reloj de autobuses.#Rojos_Osasuna#Cayuela_Osasuna#ElRelojEstaciónAutobuses pic.twitter.com/PoiK2aKgAA
— Osasuna Memoria (@osasunamemoria) November 17, 2021
A este tótem, casado con su inseparable Amparo, le siguieron Josefina, Santiago y Enrique. Su hermana se dedicaba a tareas del hogar, pero sin descuidar su formación. "Era muy culta", apunta Martínez Lacabe. Los otros dos hermanos, como Natalio, se hicieron abogados. Sin embargo, mientras que Santiago era más formal, Enrique gozaba de algo más de picardía.
"Tuvo la inteligencia necesaria para comprobar que aquel golpe no era un pronunciamiento militar más de aquellos que se produjeron en el XIX", sentencia el autor. "Llegó a ser secretario interino en el Ayuntamiento de Pamplona durante toda la Segunda República". De esa manera se libró de acabar en aquella matanza por parte de carlistas y falangistas y logró escapar de España.
© Foto : Cortesía de Editorial TxalapartaTanques frente a la estación de Pamplona
Tanques frente a la estación de Pamplona
© Foto : Cortesía de Editorial Txalaparta
Es en el ínterin de esos dos sucesos cuando tuvo que esconderse en el reloj de la vieja estación de autobuses. "Él vivía en un piso con su mujer y sus hijos en el edificio de la estación. El reloj tenía una hornacina y podía introducirse allí. Cuando supo del escondrijo, lo usaba de vez en cuando, no estaba permanentemente", arguye. Simplemente era un recurso más en momentos de tensión, que aumentaban durante la madrugada.
"Generalmente, los que registraban llegaban en coche, que era algo poco usual, y haciendo mucho ruido. Eran un poco botarates, se sentían invencibles. Y daban tregua para esconderse", explica. A veces, pillado sin posibilidad de ocultarse, solicitó ayuda a los vecinos. "La mayoría eran conservadores, pero lo hacían por humanidad. Incluso pudiendo acarrear represalias", detalla el autor, que considera ese apoyo la única respuesta posible a que nunca le descubrieran.
© Foto : Cortesía de Editorial TxalapartaEnrique Cayuela y un grupo de exiliados en Biarritz (Francia)
Enrique Cayuela y un grupo de exiliados en Biarritz (Francia)
© Foto : Cortesía de Editorial Txalaparta
Junto a Enrique Cayuela estaba su amigo Ramón Díaz-Delgado, militante de Izquierda Republicana y también perseguido. Los dos consiguieron llegar a la España Republicana. Cruzan a Cataluña y de ahí a Francia. "Aparte de la historia de la huida, es de amistad", concede Martínez Lacabe. Ambos alcanzaron Biarritz y, después, separaron sus caminos. "Enrique se marchó a Chile. Allí se hizo empresario, con una marca de detergentes, pero fue una época muy triste", alega.
Sufrió, según Martínez Lacabe, el síndrome del superviviente: no dejaba de pensar en sus hermanos, en el drama español, en lo que había dejado. Trató incluso de que su hermana se mudara con él. Y tanto su mujer, María Luisa Arzac, como sus tres hijos, continuaron su legado político después de su muerte, en 1952. Uno de sus nietos, José Weinstein Cayuela fue ministro de Ricardo Lagos (presidente del país entre 2000 y 2006) y repitió esa cruz con la que cargó Enrique toda la vida: el exilio. "Con Pinochet tuvo que salir de allí", señala.
La recuperación de la #MemoriaHistorica de Navarra pasa también por recuperar la memoria de #Osasuna en el Centenario pic.twitter.com/qpJitgh6V7
— Baptista Silanes 🎗 (@bsilanes) April 8, 2021
Gracias a varias plataformas como Osasuna Memoria y —desde el cambio de ejecutivo, pues antes existía "cierto desdén"— al apoyo gubernamental, se pudo desentrañar esta odisea. Además, en agosto de 2021 lo pudieron visitar los descendientes de Enrique Cayuela. Luis Wenstein Cayuela, uno de los nietos, declaraba al diario Público que, aunque no pudiera conocer a su abuelo (muerto por tuberculosis), la historia del reloj había sido "la historia de mi casa".
"Ahora he podido ponerle volumen a todos estos recuerdos que se me agolpan en el tiempo", sostenía. "Ver el reloj es hacer carne de todo lo que te han contado, tener la evidencia de que todo era tal cual lo contaba la abuela", añadía, "ha sido muy fuerte". La lectura de este relato genera la misma sensación. "En Navarra sonaba bastante que la gente se ocultaba detrás de muebles, en subsuelos o azoteas, pero lo del reloj es algo poco sabido", indica Martínez Lacabe tras rescatarlo para la memoria colectiva. De esta forma, quizás, se observe el mobiliario urbano con mirada cinematográfica, la de aquellos clásicos con topos y sombras escurridizas.