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Más de 1.700 baldosas: el guardián de unas piezas en declive que ilustran la historia de Barcelona
Más de 1.700 baldosas: el guardián de unas piezas en declive que ilustran la historia de Barcelona
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Joan Moliner rescata este material de algunos edificios de la capital catalana y lo restaura. Cree que es un patrimonio que se está perdiendo con las nuevas... 19.12.2021, Sputnik Mundo
2021-12-19T09:00+0000
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Algo le debió de rondar por la cabeza cuando, en la infancia, paseaba con su abuelo. En edificios próximos o hasta en la propia casa de sus ancestros, a unos metros de La Rambla, veía baldosas hidráulicas en el suelo. Y de aquella observación involuntaria prendió, quizás, la chispa. Esa que provocó que Joan Moliner sedimentara más adelante una curiosa pasión: a sus 52 años, este barcelonés atesora unas 1.700 de estas piezas únicas y en declive, que adornaban inmuebles de la capital catalana.Esta colección es el reflejo de su predilección por un patrimonio que suele pasar desapercibido. Soportando las pisadas de miles de ciudadanos, las baldosas son una parte indiscutible de la arquitectura y la historia de una ciudad. Incluso llega a ilustrar un cambio de época, los distintos paradigmas que han conformado el lugar. Moliner, por ejemplo, se fija en las hidráulicas, hechas de cemento, pigmento y marmolina. Se empezaron a fabricar a mediados del siglo XIX con una prensa y la capacidad de reproducir una gran cantidad por menos coste.Son este tipo de baldosas las que Moliner recoge de diferentes puntos de la urbe y después estudia, limpia y restaura. "Empleo una hora y media al día en ellas", confiesa a Sputnik. Lo hace justo en la pausa para el almuerzo de su trabajo, el de la asesoría empresarial. En este puesto suma 32 años y le permite mantener su afición: hasta en este receso para la comida aprovecha y saca sus utensilios. Cualquier hueco es perfecto para pasarles la gamuza. "En cada trayecto miro si encuentro algo", comenta sobre su rutina a lomos de su bicicleta Brompton.De su casa a la oficina, continúa, atraviesa cuatro barrios de Barcelona. Va ojo avizor a los andamios u obras de cada inmueble. Y cuando se topa con una, comprueba si hay algo interesante. Los albañiles, alega, "suelen ser muy amables y me las dan". Como mucho toma unas 10 o 12, porque pesan alrededor de un kilo y medio cada una y no puede cargar con más. Además, luego necesita espacio en su vivienda.Cuando las ha recogido, sigue un proceso de exploración minucioso. "Primero miro el catastro del edificio. Me dice el año de construcción y tiro del hilo", explica quien también recoge de vez en cuando vidrieras u objetos de porcelana. En ocasiones tiene suerte y se puede ver la marca de fábrica. Eso sucedió una de las primeras veces, en que pudo leer Escofet, la compañía que se fundó en 1886 y surtió a los grandes del modernismo. Los grandes arquitectos y diseñadores de la ciudad usan los mosaicos de la empresa para engalanar los interiores de la casa Batlló o el pavimento del Paseo de Gracia."En los catálogos de la compañía se puede ver cómo cambian los dibujos y los colores", escruta el coleccionista, que matiza cómo el modernismo fue un momento de esplendor, pero el uso de baldosas hidráulicas siguió después: "Se modificaron los materiales, pero seguía habiendo". A Moliner, según cuenta, le encanta ir mirando hacia arriba en la ciudad de Gaudí y sus cucuruchos, pero también hacia abajo. "Creo que es una parte importante de patrimonio que se está perdiendo", ataja, aludiendo a un cuaderno que tiene de Escofet de 1900 que seguramente fuera para la Exposición Universal de París.Las cenefas que acompañaban las nuevas construcciones en el Eixample o los mosaicos en vestíbulos son su nicho. Hurgando entre escombros encuentra estas baldosas hidráulicas, que solían estar cortadas en cuadrados de 20 centímetros de lado y 25 de grosor. En determinados instantes ha tenido suerte, y de repente salta una diferente, de 15 por 15 o forma hexagonal. "Tengo piezas de hace 130 años. Una con un dibujo de dragón o con animales y otras monocromo", enumera. Estas reliquias salen de una criba en sacos compuesto por un 90% de pladur, un 9% de ladrillo y un 1% de baldosas, señala.Joan Moliner también ve en esas bolsas cómo se imponen las nuevas costumbres. Al barro le sustituyeron las baldosas hidráulicas. A estas, el terrazo. Y en estas fechas, todo tira hacia lo low cost. "Antes, cada pieza necesitaba un año para fraguarse, endurecerse y poderse pintar. Ahora eso es impensable", advierte. Conocer esos métodos, añade, es conocer otros periodos. Entiende que sea complicado almacenar todas las que se extraen de un inmueble e indica que son caras para colocarlas de nuevo, pero le sorprende que no haya más interés público o privado por estos restos de la historia.Pocos vecinos de la capital catalana han puesto tanto empeño en descifrar las baldosas. Si acaso habría que mencionar a Jordi Griset, que en 2015 publicó la enciclopedia L’art del mosaic hidràulic a Catalunya (El arte del mosaico hidráulico en Cataluña) en Viena Edicions y en colaboración con Ayuntamiento de Barcelona. Desde el consistorio se impulsó en 2017 otra iniciativa, llamada El mosaico de mi barrio, con más de 2.000 ejemplos, y en el Museo de Historia de Barcelona (MUHBA) se atesoran otras 600 piezas, sin exponer."Me extraña que no se haga nada con ellas", afirma quien, para paliar semejante desdén, abrió en 2017 una página en redes sociales sobre su pasión. Rajoles de Barcelona (Baldosas de Barcelona, en catalán) sobrepasa los 5.000 seguidores en Instagram y le ha dado algunas alegrías extras al ya gozoso pasatiempo de recuperarlas: ha podido vender alguno de sus hallazgos después de remozarlos y prepararlos como adorno con marco o superficie de una mesilla.Gracias a la informática recrea el mosaico entero a partir de pocas baldosas y se comunica con más gente. "Otra aficionada con la que estoy en contacto me mandó fotos de las que recoge en la playa, con la forma y el color que ha dejado el tiempo", cavila, "y siguen aguantando: imagínate la calidad". Moliner narra además unas anécdotas peculiares, como la chica que eligió una baldosa y era, sin saberlo, del piso donde vivía de pequeña. O cuando le vendió otra a una pareja y, al decirles su origen, se quedaron mudos. "Es donde nos vamos a mudar", le respondieron al unísono. "Yo suelo decir que las baldosas escogen con quién y adónde volver", esgrime Moliner, que regresa cada día a su tarea de espigador urbano, puede que influido por esos descubrimientos infantiles.
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Más de 1.700 baldosas: el guardián de unas piezas en declive que ilustran la historia de Barcelona
Alberto García Palomo
Corresponsal en España
Joan Moliner rescata este material de algunos edificios de la capital catalana y lo restaura. Cree que es un patrimonio que se está perdiendo con las nuevas costumbres.
Algo le debió de rondar por la cabeza cuando, en la infancia, paseaba con su abuelo. En edificios próximos o hasta en la propia casa de sus ancestros, a unos metros de La Rambla, veía baldosas hidráulicas en el suelo. Y de aquella observación involuntaria prendió, quizás, la chispa. Esa que provocó que Joan Moliner sedimentara más adelante una curiosa pasión: a sus 52 años, este barcelonés atesora unas 1.700 de estas piezas únicas y en declive, que adornaban inmuebles de la capital catalana.
Esta colección es el reflejo de su predilección por un patrimonio que suele pasar desapercibido. Soportando las pisadas de miles de ciudadanos, las baldosas son una parte indiscutible de la arquitectura y la historia de una ciudad. Incluso llega a ilustrar un cambio de época, los distintos paradigmas que han conformado el lugar. Moliner, por ejemplo, se fija en las hidráulicas, hechas de cemento, pigmento y marmolina. Se empezaron a fabricar a mediados del siglo XIX con una prensa y la capacidad de reproducir una gran cantidad por menos coste.
Son este tipo de baldosas las que Moliner recoge de diferentes puntos de la urbe y después estudia, limpia y restaura. "Empleo una hora y media al día en ellas", confiesa a Sputnik. Lo hace justo en la pausa para el almuerzo de su trabajo, el de la asesoría empresarial. En este puesto suma 32 años y le permite mantener su afición: hasta en este receso para la comida aprovecha y saca sus utensilios. Cualquier hueco es perfecto para pasarles la gamuza. "En cada trayecto miro si encuentro algo", comenta sobre su rutina a lomos de su bicicleta Brompton.
De su casa a la oficina, continúa, atraviesa cuatro barrios de Barcelona. Va ojo avizor a los andamios u obras de cada inmueble. Y cuando se topa con una, comprueba si hay algo interesante. Los albañiles, alega, "suelen ser muy amables y me las dan". Como mucho toma unas 10 o 12, porque pesan alrededor de un kilo y medio cada una y no puede cargar con más. Además, luego necesita espacio en su vivienda.
Cuando las ha recogido, sigue un proceso de exploración minucioso. "Primero miro el catastro del edificio. Me dice el año de construcción y tiro del hilo", explica quien
también recoge de vez en cuando vidrieras u objetos de porcelana. En ocasiones tiene suerte y se puede ver la marca de fábrica. Eso sucedió una de las primeras veces, en que pudo leer Escofet, la compañía que se fundó en 1886 y surtió a los grandes del modernismo. Los
grandes arquitectos y diseñadores de la ciudad usan los mosaicos de la empresa para engalanar los interiores de la casa Batlló o el pavimento del Paseo de Gracia.
"En los catálogos de la compañía se puede ver cómo cambian los dibujos y los colores", escruta el coleccionista, que matiza cómo
el modernismo fue un momento de esplendor, pero el uso de baldosas hidráulicas siguió después: "Se modificaron los materiales, pero seguía habiendo". A Moliner, según cuenta, le encanta ir mirando hacia arriba en la ciudad de Gaudí y sus cucuruchos, pero también hacia abajo. "Creo que
es una parte importante de patrimonio que se está perdiendo", ataja, aludiendo a un cuaderno que tiene de Escofet de 1900 que seguramente fuera para la Exposición Universal de París.
21 de julio 2021, 12:38 GMT
Las cenefas que acompañaban
las nuevas construcciones en el Eixample o los mosaicos en vestíbulos son su nicho. Hurgando entre escombros encuentra estas baldosas hidráulicas, que solían estar cortadas en cuadrados de 20 centímetros de lado y 25 de grosor. En determinados instantes ha tenido suerte, y de repente salta una diferente, de 15 por 15 o forma hexagonal. "Tengo piezas de hace 130 años. Una con un dibujo de dragón o con animales y otras monocromo", enumera. Estas reliquias salen de
una criba en sacos compuesto por un 90% de pladur, un 9% de ladrillo y un 1% de baldosas, señala.
Joan Moliner también
ve en esas bolsas cómo se imponen las nuevas costumbres. Al barro le sustituyeron las baldosas hidráulicas. A estas, el terrazo. Y en estas fechas, todo tira hacia lo
low cost. "Antes, cada pieza necesitaba un año para fraguarse, endurecerse y poderse pintar. Ahora eso es impensable", advierte. Conocer esos métodos, añade, es conocer otros periodos. Entiende que sea complicado almacenar todas las que se extraen de un inmueble e indica que son caras para colocarlas de nuevo, pero
le sorprende que no haya más interés público o privado por estos restos de la historia.
Pocos vecinos de la capital catalana han puesto tanto empeño en descifrar las baldosas. Si acaso habría que mencionar a Jordi Griset, que en 2015 publicó la enciclopedia L’art del mosaic hidràulic a Catalunya (El arte del mosaico hidráulico en Cataluña) en Viena Edicions y en colaboración con Ayuntamiento de Barcelona. Desde el consistorio se impulsó en 2017 otra iniciativa, llamada El mosaico de mi barrio, con más de 2.000 ejemplos, y en el Museo de Historia de Barcelona (MUHBA) se atesoran otras 600 piezas, sin exponer.
"Me extraña que no se haga nada con ellas", afirma quien, para paliar semejante desdén, abrió en 2017 una página en redes sociales sobre su pasión. Rajoles de Barcelona (Baldosas de Barcelona, en catalán) sobrepasa los 5.000 seguidores en Instagram y le ha dado algunas alegrías extras al ya gozoso pasatiempo de recuperarlas: ha podido vender alguno de sus hallazgos después de remozarlos y prepararlos como adorno con marco o superficie de una mesilla.
Gracias a la informática recrea el mosaico entero a partir de pocas baldosas y se comunica con más gente. "Otra aficionada con la que estoy en contacto me mandó fotos de las que recoge en la playa, con la forma y el color que ha dejado el tiempo", cavila, "y siguen aguantando: imagínate la calidad".
Moliner narra además unas anécdotas peculiares, como la chica que eligió una baldosa y era, sin saberlo, del piso donde vivía de pequeña. O cuando le vendió otra a una pareja y, al decirles su origen, se quedaron mudos. "Es donde nos vamos a mudar", le respondieron al unísono. "Yo suelo decir que las baldosas escogen con quién y adónde volver", esgrime Moliner, que regresa cada día a su tarea de espigador urbano, puede que influido por esos descubrimientos infantiles.