Gloria Iglesias y sus 180 'hijos': la azafata española que rescata a personas de la calle
09:10 GMT 17.09.2021 (actualizado: 16:02 GMT 17.09.2021)
© Sputnik / Alberto García PalomoGloria Iglesias, azafata española que montó una ONG en Madrid para gente sin techo, con sus 'hijos'
© Sputnik / Alberto García Palomo
Síguenos en
Una mujer de Madrid lleva 22 años conviviendo con gente sin techo. Hasta la jubilación, lo compatibilizaba con su trabajo en la compañía Iberia. Ahora se dedica plenamente a su proyecto y a esta gran familia, agradecida por su ayuda y cariño.
La asamblea se alarga. Hay que decidir cómo solucionan un incidente con la única furgoneta que tienen para trabajar. Cada uno aporta sus puntos de vista. Uno llega a proponer algo que se sale del marco. "¡Estáis mal de la cabeza, hay que ir con la ley!", grita Gloria Iglesias a modo de madre. Lo es, en parte: quien escucha la reprimenda se considera hijo de esta mujer que prefiere no decir su edad. No biológico, pero sí en el sentido original del parto: el de haberles alumbrado la existencia.
Porque Iglesias no solo debate con ellos qué hacer con el vehículo, sino que les ha dado un techo y, sobre todo, "amor". Antigua azafata de Iberia, ya retirada, Iglesias ha creado una familia por la que, calcula, han pasado unas 200 personas. Ahora son siete. Entre todas llevan un rastrillo de muebles, películas o libros de segunda mano que les sirve para rascar algunos fondos y para cumplir uno de los objetivos principales de la fundación que esta madrileña ha montado con su nombre: la reinserción laboral de personas vulnerables.
© Sputnik / Alberto García PalomoGloria Iglesias, azafata española que montó una ONG en Madrid para gente sin techo
Gloria Iglesias, azafata española que montó una ONG en Madrid para gente sin techo
© Sputnik / Alberto García Palomo
Vulnerable, entendiendo toxicomanías, problemas mentales o riesgo social. Los hijos que ha tenido Gloria Iglesias no vinieron con un pan debajo del brazo, sino con una salud en el alambre y cicatrices en el alma. Algunos, de hecho, se enfrentaron a ella como vástagos ingratos. Otros perecieron en el camino. Y unos cuantos lograron la idea original del proyecto: salir de la calle y alcanzar una vida digna.
Ahí está Pedro, santanderino de 52 años que arrastraba adicciones desde joven. "Era alcohólico hasta morir", sintetiza desde uno de los sofás en venta. Se había mudado a la capital y se colocó como empleado en el hipódromo. "Gané mucho dinero y también me lo fundí", rememora. En esa espiral de consumo, deudas y desdicha se vio durmiendo en parques o aceras. "Mi vida ha sido un traspié continuo", confiesa, "y no tenía a nadie".
© Sputnik / Alberto García PalomoGloria Iglesias durante una reunión con sus 'hijos' en el rastrillo solidario de Madrid (España)
1/5
© Sputnik / Alberto García Palomo
Gloria Iglesias durante una reunión con sus 'hijos' en el rastrillo solidario de Madrid (España)
© Sputnik / Alberto García PalomoTrabajadores en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
2/5
© Sputnik / Alberto García Palomo
Trabajadores en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
© Sputnik / Alberto García PalomoTrabajadores en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
3/5
© Sputnik / Alberto García Palomo
Trabajadores en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
© Sputnik / Alberto García PalomoGloria Iglesias durante una reunión con sus 'hijos' en el rastrillo solidario de Madrid (España)
4/5
© Sputnik / Alberto García Palomo
Gloria Iglesias durante una reunión con sus 'hijos' en el rastrillo solidario de Madrid (España)
© Sputnik / Alberto García PalomoTrabajadores en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
5/5
© Sputnik / Alberto García Palomo
Trabajadores en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
1/5
© Sputnik / Alberto García Palomo
Gloria Iglesias durante una reunión con sus 'hijos' en el rastrillo solidario de Madrid (España)
2/5
© Sputnik / Alberto García Palomo
Trabajadores en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
3/5
© Sputnik / Alberto García Palomo
Trabajadores en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
4/5
© Sputnik / Alberto García Palomo
Gloria Iglesias durante una reunión con sus 'hijos' en el rastrillo solidario de Madrid (España)
5/5
© Sputnik / Alberto García Palomo
Trabajadores en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
Hace 18 años, por "un amigo en común", se presentó en el piso que Iglesias había alquilado. Tenía la decisión de cambiar. "Desde entonces no he dado ni un positivo", arguye en relación a las pruebas de alcohol a las que se ha sometido. Su obstinación era un punto a favor, pero lo fue más el apoyo, el cariño. "En una situación así no basta con medicamento. Hacen falta voluntad y, hablando mal, cojones", explica.
Con Gloria Iglesias sacó esa fuerza. Y no hubo un tratamiento concreto, solo un par de ingredientes esenciales: las ganas y el respaldo de sus compañeros. Es el método que utiliza esta mujer menuda, que ahora tiene que guardar reposo por un dolor de estómago. "Me han dicho que es estrés", comenta resoplando en este local pegado al río, al sur de Madrid.
© Sputnik / Alberto García PalomoObjetos en venta en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
1/3
© Sputnik / Alberto García Palomo
Objetos en venta en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
© Sputnik / Alberto García PalomoObjetos en venta en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
2/3
© Sputnik / Alberto García Palomo
Objetos en venta en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
© Sputnik / Alberto García PalomoUno de los objetos en venta en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
3/3
© Sputnik / Alberto García Palomo
Uno de los objetos en venta en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
1/3
© Sputnik / Alberto García Palomo
Objetos en venta en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
2/3
© Sputnik / Alberto García Palomo
Objetos en venta en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
3/3
© Sputnik / Alberto García Palomo
Uno de los objetos en venta en el rastrillo solidario de Madrid (España) del Proyecto Gloria
El estrés que menciona es el acumulado a lo largo de los 22 años que lleva a cargo de esta asociación. La ha levantado ella sola, compatibilizándolo con su puesto de azafata en Iberia. Allí ha desarrollado su carrera laboral y fuera, la solidaria. Esta vena le venía dada de nacimiento. "Desde muy pequeña me he dedicado a la gente", asegura. Hacía voluntariado por los suburbios, llevaba ropa o comida a poblados marginales como las desaparecidas Barranquillas, cuidaba de personas con síndrome de Down.
Un día decidió meterse en un viaje organizado al santuario de Lourdes, en Francia. Con un grupo de monjas —"soy muy religiosa", aclara— montaron en un tren junto a varias personas sin hogar. Allí vio que les tenían aparte, que era la única que se subía en el vagón de ellos y que cuando volvieran a Madrid iban a seguir en la calle. "No puede ser que se les lleven a rezar pero luego no te juntes o les castigues si llegan tarde a cenar", protesta, recordando cómo se lo dijo a las organizadoras: "Entonces vieron que era lo que soy, una guerrera".
Ella sí que lo hizo: en las 16 horas de trayecto, a lomos del departamento donde se encontraban los enfermos de VIH, trabó amistad. En cuanto regresaron se comprometió a echarles una mano. Hasta que notó que necesitaban algo más. "Estuve un año y pico dándoles comida y asistiéndoles, pero vi que no era suficiente", cavila. Sin pensarlo demasiado, se lanzó a buscarles un cobijo. La rechazaron en decenas de pisos. "Miré 32 casas y en ninguna me dejaban. Si no tienes un techo, nadie te acogía", indica, golpeando con la mano el encerado de la mesa.
Al final, alquiló una en la calle Montesa, al norte. Tenía varias estancias donde se quedaban los nuevos inquilinos. Sus normas —si es que se pueden llamar así, porque jamás hubo un reglamento escrito— eran que no tomaran nada de drogas ni se metieran en líos. Parecería fácil, si no hablásemos de expresidiarios, toxicómanos o trastornados. "Era eso o nada. Y ha habido de todo", resume, casi a modo de trabalenguas. Gloria Iglesias ha visto cómo algunos no lo soportaban y se marchaban. Otros que morían en el intento, precedidos de una salud endeble. A quien iba a buscar en descampados con jeringuillas o incluso a quien le ha tenido que conseguir un riñón.
© Sputnik / Alberto García PalomoUn 'hijo' de Gloria Iglesias muestra una foto suya de hace años en el rastrillo solidario de Madrid (España)
Un 'hijo' de Gloria Iglesias muestra una foto suya de hace años en el rastrillo solidario de Madrid (España)
© Sputnik / Alberto García Palomo
"Desde luego, para hacer esto hay que estar loca. Y yo lo estoy", apunta. No existe un medidor, concede, que tase su labor. Puede que pueda calcularse el tiempo o el dinero empeñado, pero no el desgaste personal. En lo económico, por ejemplo, sí que hay registro: la fundación no tuvo ningún fondo público hasta 2013. Anteriormente, el presupuesto dependía de donaciones particulares, de los 40 socios aproximadamente que reúne y de la venta directa. Con pocos miles de euros al mes, esta mujer financiaba los pisos, el local que funciona como rastrillo y los gastos diarios.
Sigue siendo la misma cantidad, pero ahora tiene la ayuda pública, que aquel año reconoció su función. "Me presentaron a un concurso y el ministro de entonces, Eduardo Zaplana, nos eligió como mejor ONG", señala. Les tocó por una carta que habían mandado los propios integrantes a espaldas de la fundadora. Una misiva que hoy lee uno desde el nuevo piso, situado en Delicias, a pocos metros del mercadillo. "Ella cuida cada día de nosotros. Es un pedazo de mujer. Jamás se resquebraja", anotaban, entre otros halagos, residentes de aquella época.
Como Antonio, portugués que ha cumplido los 56 años y lleva 20 con ella. "Entré con tuberculosis, enganchado a la heroína, la cocaína o las pastillas", confiesa. Un lustro después, a pesar de no tener mucha esperanza en su futuro, estaba graduado, con carnet de conducir y trabajando en un parking. "Yo le debo todo. No tengo palabras", susurra sentado en un sillón. Le observa desde el ángulo opuesto Antonio, de 66 años. En 2015 se separó y terminó en la calle "sin casa, con hijos y con tres décadas dándole al alcohol y la droga".
"Si no me acoge, la habría palmado", advierte. Todos se quedan en silencio. Ha terminado la asamblea pero siguen allí, alrededor de esta madre elegida. Les ha amamantado y criado, metafóricamente. Al pensarlo, exhala un suspiro: "Son muchas alegrías, pero también muchas decepciones". ¿La mayor? "Eso no se puede decir: se lleva en el alma", sentencia.