https://noticiaslatam.lat/20210323/me-ha-salvado-la-vida-los-que-si-van-al-medico-piden-atencion-a-la-salud-mental-en-espana-1110278459.html
"Me ha salvado la vida": los que sí van al médico piden atención a la salud mental en España
"Me ha salvado la vida": los que sí van al médico piden atención a la salud mental en España
Sputnik Mundo
Un holograma de la película La llegada surca el brazo de Sarai Deza. Significa you have choose life. Has elegido vivir. Se lo tatuó después de "tocar fondo" y
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Un holograma de la película La llegada surca el brazo de Sarai Deza. Significa you have choose life. Has elegido vivir. Se lo tatuó después de "tocar fondo" y tener un arrebato de optimismo que la impulsó a levantarse. También ayudó la terapia profesional: desde hacía tiempo, esta gallega residente en Madrid acudía al psicólogo.Empezó a hacerlo en Sangenjo, su localidad de Pontevedra. Allí había sufrido el abuso sexual de quien fuera su pareja y el entorno la superaba. No podía dormir y le asaltaban ataques de pánico. Fue a consulta y le recomendaron salir del pueblo. Aprovechó unas prácticas para instalarse en la capital y airearse, pero al cabo del tiempo sintió que todavía no estaba bien. Notaba miedo cada vez que tenía que volver a su hogar familiar. Y buscó apoyo de nuevo."Si no hubiera recurrido a psicólogos, no sé cómo estaría", resopla en conversación con Sputnik. Esta fotógrafa y artista de 30 años ve esencial el tratamiento que tuvo para su descontrol del sueño, para su angustia y para aquellas dolencias internas que le pellizcaban continuamente. Con la pandemia, sin embargo, estos trastornos mentales han tomado relevancia mediática. Según un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), realizada el pasado mes de febrero a unas 3.000 personas mayores de edad, un 23,4% de los españoles ha sentido "mucho o bastante miedo" a morir por culpa del coronavirus; un 35% ha llorado por la coyuntura; uno de cada cinco se ha sentido deprimido o sin esperanza y un 16% (cerca de siete millones de personas) ha tenido ataques de ansiedad o pánico. Además, una encuesta del Ministerio de Sanidad en 2017 revelaba que "el 10,7% de la población consume tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir (13,9% en mujeres y 7,4% de los hombres), y el 4,8% antidepresivos o estimulantes (6,7% de las mujeres y 2,7% de los hombres)". España está en la segunda posición del podio europeo, detrás de Portugal. Y se señala un aumento considerable de estos medicamentos durante los meses de COVID-19. Por eso, Íñigo Errejón, diputado de Más País, ha solicitado duplicar el número de profesionales de este ámbito en atención primaria. "No es de la máxima actualidad, pero sí es de la máxima importancia", alegó en una intervención del 17 de marzo. "¿En qué momento hemos normalizado que para que nuestra sociedad funcione tenemos que vivir permanentemente medicados?", preguntó, obteniendo un "¡vete al médico!" por parte de Carmelo Romero, parlamentario del PP (que luego pidió disculpas).El comentario fue rechazado por el hemiciclo y obtuvo una enorme respuesta en las redes, incluso generando el hashtag o etiqueta #YoTambiénVoyAlMédico. En ese grupo heterogéneo estaba Sarai Deza y su tatuaje. "Sentí pena cuando vi lo que decía el político porque en realidad es eso: lo que queremos es ir al médico, que se invierta", recuerda quien ha abandonado la terapia, pero aún carga con recetas de Orfidal y Lorazepam (dos ansiolíticos comúnmente conocidos) para episodios puntuales. "Veo que hay que ponerse las pilas, porque estamos muy mal", señala Deza, "y la mejor forma es previniendo".Piensa igual Almudena, nombre ficticio de una trabajadora social de 48 años. Esta mujer de una ciudad española inició en 2016 un desmoronamiento emocional. El mobbing que sufría en la oficina unido al alzhéimer de su padre la abocaron al psicólogo. "No podía dormir, me daban miedo las personas, estaba superada…", relata a Sputnik. El diagnóstico fue estrés laboral y síntomas de depresión. Con sus consecuentes recetas: "Empecé con Diazepam, pero terminé tomando de todo", cuenta tras su paso por psiquiatría y un especialista privado, que le dio el alta hace un año.Falta, a su juicio, "el factor prevención". Es preferible adelantarse, dotar de mecanismos defensivos, a solucionar las consecuencias. Almudena no solo habla en referencia a la salud social, sino a la economía. "Si se previene desde pequeños, ganan los niños, los ancianos, los trabajadores… y es un ahorro en bajas laborales, pensiones de incapacidad o accidentes de tráfico", comenta quien ve en el grito que resonó en el Congreso una muestra del estigma que hay: "Parece que es algo malo o vergonzoso", lamenta, reconociendo que hace unos años incluso ella podía pensar así. "No es ni la forma ni el sitio. Me pareció horrible. Da mucha rabia", coincide Lorenzo Montatore. Ilustrador y dibujante de cómics, a este madrileño de 37 años le detectaron trastorno bipolar en 2014, después de varias visitas a profesionales. Eso le cambió la vida. "Conseguí encauzarla con lo que tengo y me ahorró posibles intentos de suicidio o de consumo de drogas, que van asociados", afirma desde un pueblo de Extremadura a donde se mudó hace tiempo y donde aún mantiene tratamiento. "En mi caso, van parejas la terapia y la medicación. Yo he tenido muchas pastillas. Ahora tomo valproato, Abilify o venlafaxina y me la están rebajando", enumera.Lo importante, según Lorenzo Montatore, no es solo poner remedios a posteriori, sino educar. "Es fundamental que se empiece en el colegio. No solo para el que lo sufre sino para los de alrededor. Mi problema no solo era lo que me pasaba, sino que la gente no supiera lo que era", concede, creyendo que se empieza a dialogar sobre salud mental con mayor naturalidad. Que le pregunten a Tabita Luis. A sus 34 años carga con varios de experiencia en el sector de los recursos humanos. Por su papel, ejerce muchas veces de psicóloga. En 2020, con el COVID-19, el teletrabajo y la inestabilidad mundial, su figura era un tótem para decenas de compañeros de la start-up internacional en la que trabaja. "Asumía ese rol porque muchos necesitaban contarte lo que les pasaba, pero estos meses era demasiado. Han sido serios", califica. Tabita Luis, venezolana residente en Madrid, soportó el embate. Hasta octubre. Se contagió de coronavirus y tuvo que aislarse un mes. La soledad le dio el golpe definitivo: "Fue un clic", rememora a Sputnik. Comenzó terapia sin un diagnóstico concreto ni medicación, solo para aliviar esa inquietud. Debería haber más facilidad para asistir a consulta y menos preferencia por los fármacos. Según Antonio Cano-Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, España es de los países europeos que tienen menos psicólogos por cada 100.000 habitantes en la sanidad pública. Y la salud mental también es un problema económico: sus cálculos arrojan que cada año cuesta 23.000 millones de euros al Estado (el 2,2% del Producto Interior Bruto). Se estima que llegará a los 43.000 millones tras la pandemia. "Por tanto, el anuncio de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, de dedicar 2,5 millones de euros en los presupuestos es insuficiente", aduce Cano-Vindel, que aboga por la expresión de las emociones en lugar de los psicofármacos. Cano-Vindel cree que está habiendo mucho "ruido mediático" pero no se pone solución. La estrategia específica para este campo que está en vigor data de 2013. Y no se ha actualizado. "Hay que invertir, porque a cualquiera le extrañaría que si vas al médico con apendicitis te dieran cita tres meses después, ¿no? Pues no es normal que a alguien que atraviesa una ruptura o la muerte de un familiar le den ese tiempo. O que, como no hay espacio para más consultas, te despachen en unos minutos con medicación", expresa.El experto insiste en que se actúa tarde. Los planes estatales no se renuevan y la Organización Mundial de la Salud ya ha avisado de que, en 2030, la depresión será la mayor causa de discapacidad en jóvenes y adultos. "Los trastornos mentales son una amenaza para la sociedad", insiste, y las palabras de Carmelo Romero no hacen más que mostrar la "ignorancia y el desconocimiento que hay de ellas". "Es un reflejo de lo que la sociedad piensa", concluye, defendiendo a quienes van al médico. Porque, igual que los que acuden por una dolencia física, necesitan curarse de una enfermedad. Porque, como Sarai Deza, han elegido vivir y necesitan esa asistencia profesional.
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"Me ha salvado la vida": los que sí van al médico piden atención a la salud mental en España
04:30 GMT 23.03.2021 (actualizado: 11:22 GMT 14.07.2023) Alberto García Palomo
Corresponsal en España
A la pandemia epidemiológica se le suman la de la ansiedad o la depresión, enfermedades psicológicas que buscan normalizarse para que mejore el tratamiento y la mirada hacia ellas.
Un holograma de la película La llegada surca el brazo de Sarai Deza. Significa you have choose life. Has elegido vivir. Se lo tatuó después de "tocar fondo" y tener un arrebato de optimismo que la impulsó a levantarse. También ayudó la terapia profesional: desde hacía tiempo, esta gallega residente en Madrid acudía al psicólogo.
Empezó a hacerlo en Sangenjo, su localidad de Pontevedra. Allí había sufrido el abuso sexual de quien fuera su pareja y el entorno la superaba. No podía dormir y le asaltaban ataques de pánico. Fue a consulta y le recomendaron salir del pueblo. Aprovechó unas prácticas para instalarse en la capital y airearse, pero al cabo del tiempo sintió que todavía no estaba bien. Notaba miedo cada vez que tenía que volver a su hogar familiar. Y buscó apoyo de nuevo.
"Si no hubiera recurrido a psicólogos, no sé cómo estaría", resopla en conversación con Sputnik. Esta fotógrafa y artista de 30 años ve esencial el tratamiento que tuvo para su descontrol del sueño, para su angustia y para aquellas dolencias internas que le pellizcaban continuamente.
"Es algo básico que necesita la gente. Lo que pasa es que cuando no es algo tangible cuesta entenderlo y no siempre se habla", apunta quien fue a una psicóloga durante su etapa de instituto y no lo supo ni su hermana.
Con la pandemia, sin embargo, estos trastornos mentales han tomado relevancia mediática. Según
un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), realizada el pasado mes de febrero a unas 3.000 personas mayores de edad, un 23,4% de los españoles
ha sentido "mucho o bastante miedo" a morir por culpa del coronavirus; un 35% ha llorado por la coyuntura;
uno de cada cinco se ha sentido deprimido o sin esperanza y un 16% (cerca de siete millones de personas) ha tenido ataques de ansiedad o pánico.
Además,
una encuesta del Ministerio de Sanidad en 2017 revelaba que "el 10,7% de la población consume tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir (13,9% en mujeres y 7,4% de los hombres), y el 4,8% antidepresivos o estimulantes (6,7% de las mujeres y 2,7% de los hombres)". España está en
la segunda posición del podio europeo, detrás de Portugal. Y se señala un aumento considerable de estos medicamentos durante los meses de COVID-19.
Por eso, Íñigo Errejón, diputado de Más País, ha solicitado duplicar el número de profesionales de este ámbito en atención primaria. "No es de la máxima actualidad, pero sí es de la máxima importancia", alegó en una intervención del 17 de marzo. "¿En qué momento hemos normalizado que para que nuestra sociedad funcione tenemos que vivir permanentemente medicados?", preguntó, obteniendo un "¡vete al médico!" por parte de Carmelo Romero, parlamentario del PP (que luego pidió disculpas).
El comentario fue rechazado por el hemiciclo y obtuvo una enorme respuesta en las redes, incluso generando el hashtag o etiqueta #YoTambiénVoyAlMédico. En ese grupo heterogéneo estaba Sarai Deza y su tatuaje. "Sentí pena cuando vi lo que decía el político porque en realidad es eso: lo que queremos es ir al médico, que se invierta", recuerda quien ha abandonado la terapia, pero aún carga con recetas de Orfidal y Lorazepam (dos ansiolíticos comúnmente conocidos) para episodios puntuales. "Veo que hay que ponerse las pilas, porque estamos muy mal", señala Deza, "y la mejor forma es previniendo".
Piensa igual Almudena, nombre ficticio de una trabajadora social de 48 años. Esta mujer de una ciudad española inició en 2016 un desmoronamiento emocional. El mobbing que sufría en la oficina unido al alzhéimer de su padre la abocaron al psicólogo. "No podía dormir, me daban miedo las personas, estaba superada…", relata a Sputnik. El diagnóstico fue estrés laboral y síntomas de depresión. Con sus consecuentes recetas: "Empecé con Diazepam, pero terminé tomando de todo", cuenta tras su paso por psiquiatría y un especialista privado, que le dio el alta hace un año.
"Me hizo aprender a pedir ayuda. Me costó mucho verlo, pero me salvó la vida. Porque la medicación es un parche, pero el seguimiento y la terapia te proporcionan herramientas. Si no, a saber si hubiera tenido intentos de suicidio o cómo habría acabado la relación con mi padre, si con maltrato o mala atención", insiste.
Falta, a su juicio, "el factor prevención". Es preferible adelantarse, dotar de mecanismos defensivos, a solucionar las consecuencias. Almudena no solo habla en referencia a la salud social, sino a la economía. "Si se previene desde pequeños, ganan los niños, los ancianos, los trabajadores… y es un ahorro en bajas laborales, pensiones de incapacidad o accidentes de tráfico", comenta quien ve en el grito que resonó en el Congreso una muestra del estigma que hay: "Parece que es algo malo o vergonzoso", lamenta, reconociendo que hace unos años incluso ella podía pensar así.
"No es ni la forma ni el sitio. Me pareció horrible. Da mucha rabia", coincide Lorenzo Montatore. Ilustrador y dibujante de cómics, a este madrileño de 37 años le detectaron trastorno bipolar en 2014, después de varias visitas a profesionales. Eso le cambió la vida. "Conseguí encauzarla con lo que tengo y me ahorró posibles intentos de suicidio o de consumo de drogas, que van asociados", afirma desde un pueblo de Extremadura a donde se mudó hace tiempo y donde aún mantiene tratamiento. "En mi caso, van parejas la terapia y la medicación. Yo he tenido muchas pastillas. Ahora tomo valproato, Abilify o venlafaxina y me la están rebajando", enumera.
Lo importante, según Lorenzo Montatore, no es solo poner remedios a posteriori, sino educar. "Es fundamental que se empiece en el colegio. No solo para el que lo sufre sino para los de alrededor. Mi problema no solo era lo que me pasaba, sino que la gente no supiera lo que era", concede, creyendo que se empieza a dialogar sobre salud mental con mayor naturalidad.
"Esto es como si tienes una enfermedad en el riñón. Entonces te dicen que vayas al médico y te cures. Si no lo haces, puede empeorar. Con la enfermedad mental no pasa lo mismo, y ahora lo estamos comprobando con la pandemia: la pérdida de alguien cercano, el desempleo o no saber lidiar con estar encerrados en casa ha sido determinantes", anota Montatore.
Que le pregunten a Tabita Luis. A sus 34 años carga con varios de experiencia en el sector de los recursos humanos. Por su papel, ejerce muchas veces de psicóloga. En 2020, con el COVID-19, el teletrabajo y la inestabilidad mundial, su figura era un tótem para decenas de compañeros de la start-up internacional en la que trabaja. "Asumía ese rol porque muchos necesitaban contarte lo que les pasaba, pero estos meses era demasiado. Han sido serios", califica.
Tabita Luis, venezolana residente en Madrid, soportó el embate. Hasta octubre. Se contagió de coronavirus y tuvo que aislarse un mes. La soledad le dio el golpe definitivo: "Fue un clic", rememora a Sputnik. Comenzó terapia sin un diagnóstico concreto ni medicación, solo para aliviar esa inquietud.
"Me considero con recursos para salir adelante, pero veo positiva la ayuda profesional. No es la primera vez que iba", aclara quien vivió en Argentina y cree que se debería tratar con mayor naturalidad: "Basta como ejemplo en España ver cuánta gente conoce medicamentos como Lexatín y cuánta dice que va al psicólogo".
Debería haber más facilidad para asistir a consulta y menos preferencia por los fármacos. Según Antonio Cano-Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, España es de los países europeos que tienen menos psicólogos por cada 100.000 habitantes en la sanidad pública.
Y la salud mental también es un problema económico: sus cálculos arrojan que cada año cuesta 23.000 millones de euros al Estado (el 2,2% del Producto Interior Bruto). Se estima que llegará a los 43.000 millones tras la pandemia. "Por tanto, el anuncio de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, de dedicar 2,5 millones de euros en los presupuestos es insuficiente", aduce Cano-Vindel, que aboga por la expresión de las emociones en lugar de los psicofármacos.
"Sabemos que hay emociones como la alegría, la tristeza, la impotencia, pero no los sabemos gestionar. Porque la vida a veces nos trae problemas que tenemos que tratar y no se hace. Lo estamos viendo más últimamente: la pandemia nos ha traído miedo, estrés, duelo… y habría que ayudar a enfrentarnos a eso", esgrime.
Cano-Vindel cree que está habiendo mucho "ruido mediático" pero no se pone solución. La
estrategia específica para este campo que está en vigor data de 2013. Y no se ha actualizado. "Hay que invertir, porque a cualquiera le extrañaría que si vas al médico con apendicitis te dieran cita tres meses después, ¿no? Pues no es normal que a alguien que
atraviesa una ruptura o la muerte de un familiar le den ese tiempo. O que, como no hay espacio para más consultas, te despachen en unos minutos con medicación", expresa.
El experto insiste en que se actúa tarde. Los planes estatales no se renuevan y la Organización Mundial de la Salud ya ha avisado de que, en 2030,
la depresión será la mayor causa de discapacidad en jóvenes y adultos. "Los trastornos mentales son una amenaza para la sociedad", insiste, y las palabras de Carmelo Romero no hacen más que mostrar la "ignorancia y el desconocimiento que hay de ellas". "Es un reflejo de lo que la sociedad piensa", concluye, defendiendo a quienes van al médico. Porque, igual que los que acuden por una dolencia física,
necesitan curarse de una enfermedad. Porque, como Sarai Deza, han elegido vivir y necesitan esa asistencia profesional.