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"Nos hacía falta estar con alguien": al coronavirus en España se le suma la pandemia de la soledad
"Nos hacía falta estar con alguien": al coronavirus en España se le suma la pandemia de la soledad
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Dice Ramón Lobo en Las ciudades evanescentes que el inglés usa dos términos para la palabra soledad. Su lengua materna distingue entre aquella que se busca
2021-02-18T16:39+0000
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Dice Ramón Lobo en Las ciudades evanescentes que el inglés usa dos términos para la palabra soledad. Su lengua materna distingue entre aquella que se busca voluntariamente (solitude) y la que viene impuesta (loneliness). Hay más variantes que no tienen ni vocabulario: aquella que se da rodeado de gente o la que tiembla en las entrañas sin motivos aparentes, por ejemplo. En España, 4,79 millones de personas vivían solas en 2019, según un informe del Instituto Nacional de Estadística.Una cifra que ya llamaba la atención por aquel entonces y que, con el coronavirus, se puso de relieve: ¿Cómo se enfrentaban al confinamiento? Los datos compararon la pandemia provocada por el COVID-19 con la que llevaba tiempo pergeñándose: la soledad como una enfermedad crónica de la sociedad actual.Y no hubo ni conceptos nuevos ni soluciones, aunque sí que se indagó un poco más en esta realidad y se contemplaron algunas aristas: la gente que vive sola sin visitas, la que se vale sola, la que ingresa en un centro, entre otras. En definitiva: no todas las soledades son iguales ni responden a un perfil concreto.Se achaca a varios factores. Por ejemplo, a la dilatación de la esperanza de vida, a la abundancia de relaciones más virtuales que presenciales o a elementos tan inasibles como la arquitectura. Uno de cada cuatro hogares españoles, según el estudio, es unipersonal (el 25,7% de los 18,6 millones en total). Y la población que vive sola supera por la mínima el 10% de los 46,6 millones de habitantes en todo el territorio nacional. La encuesta revelaba, además, que uno de cada 10 españoles vive solo, que el 42 % de estas personas tiene más de 65 años y que, de ellas, casi tres de cada cuatro son mujeres (el 72,3 %). Datos que han cogido forma cuando el mundo nos ha encerrado en casa. ¿Por qué? Citando de nuevo al periodista Ramón Lobo, "del confinamiento salimos con tanta necesidad de compañía que nos volvimos más vulnerables a su ausencia". La dureza del encierro, que aún colea entre restricciones y el temor a las olas sucesivas, agitó el problema. Propio, quizás, de la sociedad contemporánea. Y que no se atañe a una población concreta, aunque se agrava en la tercera edad (para muestra, el Ministerio de la Soledad creado en Japón contra el continuo aumento de jóvenes aislados).Gustavo García, responsable de estudios y publicaciones de la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, destacaba en un artículo de elDiario.es que "en los países occidentales, y en España seguro, la soledad es la primera causa de exclusión social". Los ancianos sufren con mayor vulnerabilidad el problema, aparte de ser los más azotados por el virus. Y no lo hacen de la misma manera, pues cada caso es un mundo, tal y como inciden desde la ONG Grandes Amigos. "Hay que destacar la diversidad de la población mayor y dejar de hablar y de tratarla como un colectivo homogéneo y con las mismas necesida2des y preferencias", apunta José Ángel Palacios. Según analiza, la sociedad vincula la soledad en la vejez "al típico perfil de señora muy mayor de cerca de 90 años, muy arrugada y vulnerable, que está sola en la vida y casi abandonada por su familia o sus vecinos, cuando en la inmensa mayoría de los casos no es así". Es injusto, por tanto, incluir en el mismo saco a los nueve millones de españoles que superan los 65 años: "Además, las nuevas generaciones de personas mayores ya no aceptan ese rol pasivo y sumiso con el que la sociedad viene tratando a quien envejece; son personas que con frecuencia han tenido una vida laboral y formativa más cualificada, que han luchado por los derechos que hoy disfrutamos y que cada vez tienen más claro que el envejecimiento es otra etapa más en la que continuar construyendo su proyecto de vida".Palacios añade otra distinción: la de los tipos de soledad. En el imaginario popular, señala, ronda la idea del solitario "taciturno" y de aquellas personas que se hallan muertas después de días o semanas sin responder. Sin ahondar en un tema complejo y sin reflejar las diferentes formas en que alguien puede necesitar apoyo afectivo. "La soledad no es exclusiva de la vejez; también se da en otros segmentos poblaciones", indica el coordinador de comunicación de Grandes Amigos, "otra cosa es que, al cumplir 70, 80 o 90 años, las personas puedan encontrar más dificultades para regenerar su vida social". Motivos no faltan. Puede deberse a problemas de salud y movilidad, a la pérdida de seres queridos o hasta a las barreras físicas mencionadas: "Viviendas no accesibles, barrios y ciudades con un diseño urbanístico poco amigable con el envejecimiento, una sociedad con estilos de vida individualistas e impersonales, sin espacios para el contacto intergeneracional, nuevos tipos de familia donde cada vez hay más gente que decide vivir sola o por diferentes motivos no ha tenido descendencia, con índices de longevidad más altos y tasas de natalidad más bajas, etcétera", enumera Palacios. Y hay otras "barreras invisibles", continúa Palacios: "estereotipos en torno a la vejez, rechazo y exclusión, discriminación edadista o estigmatización de la soledad y la vejez". "Puede haber casos de personas que sientan una soledad profunda y se encuentren en una situación más delicada, pero también gente que simplemente tiene el interés de hacer nuevas amistades o conocer gente con la que hacer actividades significativas, que le den sentido a su vida o le estimulen, lo cual es una magnífica forma de prevenir los efectos de la soledad", apunta, relacionando estos ingredientes con la vergüenza a reconocerse solo y tratando de revertir los mensajes de "alarma social" por enunciados "en positivo". En Grandes Amigos acuden a domicilios particulares y a residencias. Con la pandemia se restringieron estos servicios, pero han seguido acompañando por videollamadas. Mandan el caso de Carmen y José Luis. Este voluntario siguió en contacto con esta mujer y tuvo que presentarle a su perro por una pantalla. "A ver si pasa este virus y puedo conocerlo", contestaba ella emocionada. Al desamparo, explican, se le suma el miedo al contagio, la angustia de recibir decenas de noticias al día sobre el alcance y la violencia del coronavirus.Resaltan en estos casos las residencias de ancianos. De los más de 66.000 fallecidos en España por COVID-19 o síntomas relacionados con el virus, 31.469 se han producido en estos centros, según lo recopilado por RTVE con los números de cada comunidad autónoma. En marzo coparon titulares por la falta de asistencia o el abandono. En comunidades autónomas como la de Madrid se llegó a denunciar al Gobierno regional por la orden de no asistir a los residentes. Con la apertura paulatina y los planes de vacunación (que priorizaron al sector) se oteó un horizonte no tan lejano, pero aún hay reservas."Partimos de una ventaja: en estos centros, los mayores están con profesionales y se ayuda mantener las relaciones sociales", comenta Esther García a Sputnik. Directora de la Residencia Los Llanos Vital desde hace dos décadas, cree que es una manera de evitar la soledad, aunque ese sentimiento es algo muy personal. "Han sido un respaldo, pero, en cualquier caso, ha sido muy duro", aduce. "Nos vimos muy afectados en la primera ola. El ánimo se resintió mucho", agrega la responsable del centro, que ha ganado un premio por un programa de radio creado en sus instalaciones de Alpedrete, al noroeste de Madrid.García Galbeño subraya la complicación del duelo. Más, en aislamiento. "La enfermedad ha actuado de forma radical. No solo ha afectado a las residencias, sino a todas las casas. Y muchas veces ni se enteraban bien de qué pasaba", indica la directora, que también cree que en estos lugares es donde menos miedo tienen: "Ha sido muy difícil por el tiempo robado". Da fe de esta necesidad Eloísa Rodríguez, de 85 años. Pasó el periodo de la pandemia en casa, pero ingresó después, para recuperarse de un accidente. "Soy una persona muy activa. Durante el confinamiento, iba a comprar cosas solo con el objetivo de cambiarlas al día siguiente y tener que salir. Era una misión que yo me puse", expone quien vivía su retiro en Torrevieja (Alicante) y mantenía unos hábitos saludables.Caminaba "una hora cada día", rememora con pena tras el imprevisto que la mantiene más inmóvil. Ella nunca había sentido tanto la soledad, porque cuenta con tres hijos a los que ve a menudo. Durante los meses más intensos de la epidemia, sin embargo, se planteó incluso llamar a programas de televisión. Su solitude se había tornado loneliness. Y, aunque engrosaba esa estadística del INE, valora su estancia en la residencia: "Te distraes más. Estoy relativamente feliz. Aunque sé que la soledad ha hundido a muchas personas. A mí no, pero me he cortado de avisar a mis hijos, para no molestarles", concluye.
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Dice Ramón Lobo en
Las ciudades evanescentes que el inglés usa dos términos para la palabra soledad. Su lengua materna distingue entre aquella que se busca voluntariamente (
solitude) y la que viene impuesta (
loneliness). Hay
más variantes que no tienen ni vocabulario: aquella que se da rodeado de gente o la que tiembla en las entrañas sin motivos aparentes, por ejemplo. En España, 4,79 millones de personas vivían solas en 2019, según
un informe del Instituto Nacional de Estadística.
Una cifra que ya llamaba la atención por aquel entonces y que, con el coronavirus, se puso de relieve: ¿Cómo se enfrentaban al confinamiento? Los datos compararon la pandemia provocada por el COVID-19 con la que llevaba tiempo pergeñándose: la soledad como una enfermedad crónica de la sociedad actual.
Y no hubo ni conceptos nuevos ni soluciones, aunque sí que se indagó un poco más en esta realidad y se contemplaron algunas aristas: la gente que vive sola sin visitas, la que se vale sola, la que ingresa en un centro, entre otras. En definitiva: no todas las soledades son iguales ni responden a un perfil concreto.
11 de febrero 2021, 17:20 GMT
Se achaca a varios factores. Por ejemplo, a la dilatación de la esperanza de vida, a la abundancia de relaciones más virtuales que presenciales o a elementos tan inasibles como la arquitectura. Uno de cada cuatro hogares españoles, según el estudio, es unipersonal (el 25,7% de los 18,6 millones en total). Y la población que vive sola supera por la mínima el 10% de los 46,6 millones de habitantes en todo el territorio nacional. La encuesta revelaba, además, que uno de cada 10 españoles vive solo, que el 42 % de estas personas tiene más de 65 años y que, de ellas, casi tres de cada cuatro son mujeres (el 72,3 %).
Datos que han cogido forma cuando el mundo nos ha encerrado en casa. ¿Por qué? Citando de nuevo al periodista Ramón Lobo, "del confinamiento salimos con tanta necesidad de compañía que nos volvimos más vulnerables a su ausencia". La dureza del encierro, que aún colea entre
restricciones y el temor a las olas sucesivas, agitó el problema. Propio, quizás, de la sociedad contemporánea. Y que no se atañe a una población concreta, aunque se agrava en la tercera edad (para muestra, el Ministerio de la Soledad creado en Japón
contra el continuo aumento de jóvenes aislados).
10 de febrero 2021, 17:56 GMT
Gustavo García, responsable de estudios y publicaciones de la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, destacaba en un artículo de elDiario.es que "en los países occidentales, y en España seguro, la soledad es la primera causa de exclusión social".
"Es un fenómeno generalizado y sus consecuencias son también muy diversas: cuestiones de seguridad, que te ocurra algo y nadie se entere; personas que necesitan algún tipo de apoyo y no lo van a tener... Pero, sobre todo, el tema emocional. Un tema gravísimo, que no se tiene en cuenta porque los otros son más fáciles de abordar, aunque la falta de relaciones empobrece muchísimo la vida de las personas", relataba.
Gustavo García
Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales
Los ancianos sufren con mayor vulnerabilidad el problema, aparte de ser los más azotados por el virus. Y no lo hacen de la misma manera, pues cada caso es un mundo, tal y como inciden desde la ONG Grandes Amigos. "Hay que destacar la diversidad de la población mayor y dejar de hablar y de tratarla como un colectivo homogéneo y con las mismas necesida2des y preferencias", apunta José Ángel Palacios. Según analiza, la sociedad vincula la soledad en la vejez "al típico perfil de señora muy mayor de cerca de 90 años, muy arrugada y vulnerable, que está sola en la vida y casi abandonada por su familia o sus vecinos, cuando en la inmensa mayoría de los casos no es así".
"Si seguimos insistiendo en perpetuar este estigma, otros muchos perfiles de personas mayores no se verán identificados ni darán el paso de pedir ayuda cuando se sientan solos. Además, se suele hablar de la población mayor como bloque homogéneo, con las mismas características, intereses y perfiles de vida, pero hagamos un ejercicio rápido: por ejemplo, ¿Qué tienen que ver los millones de españoles que tienen entre los 20 y los 50 años?", arguye.
José Ángel Palacios
Coordinador de Comunicación de Grandes Amigos
Es injusto, por tanto, incluir en el mismo saco a los nueve millones de españoles que superan los 65 años: "Además, las nuevas generaciones de personas mayores ya no aceptan ese rol pasivo y sumiso con el que la sociedad viene tratando a quien envejece; son personas que con frecuencia han tenido una vida laboral y formativa más cualificada, que han luchado por los derechos que hoy disfrutamos y que cada vez tienen más claro que el envejecimiento es otra etapa más en la que continuar construyendo su proyecto de vida".
Palacios añade otra distinción: la de los tipos de soledad. En el imaginario popular, señala, ronda la idea del solitario "taciturno" y de aquellas personas que se hallan muertas después de días o semanas sin responder. Sin ahondar en un tema complejo y sin reflejar las diferentes formas en que alguien puede necesitar apoyo afectivo. "La soledad no es exclusiva de la vejez; también se da en otros segmentos poblaciones", indica el coordinador de comunicación de Grandes Amigos, "otra cosa es que, al cumplir 70, 80 o 90 años, las personas puedan encontrar más dificultades para regenerar su vida social".
17 de febrero 2021, 17:41 GMT
Motivos no faltan. Puede deberse a problemas de salud y movilidad, a la pérdida de seres queridos o hasta a las barreras físicas mencionadas: "Viviendas no accesibles, barrios y ciudades con un diseño urbanístico poco amigable con el envejecimiento, una sociedad con estilos de vida individualistas e impersonales, sin espacios para el contacto intergeneracional, nuevos tipos de familia donde cada vez hay más gente que decide vivir sola o por diferentes motivos no ha tenido descendencia, con índices de longevidad más altos y tasas de natalidad más bajas, etcétera", enumera Palacios.
Y hay otras "barreras invisibles", continúa Palacios: "estereotipos en torno a la vejez, rechazo y exclusión, discriminación edadista o estigmatización de la soledad y la vejez". "Puede haber casos de personas que sientan una soledad profunda y se encuentren en una situación más delicada, pero también gente que simplemente tiene el interés de hacer nuevas amistades o conocer gente con la que hacer actividades significativas, que le den sentido a su vida o le estimulen, lo cual es una magnífica forma de prevenir los efectos de la soledad", apunta, relacionando estos ingredientes con la vergüenza a reconocerse solo y tratando de revertir los mensajes de "alarma social" por enunciados "en positivo".
Con mensajes tipo 'la pandemia de la soledad' o 'las personas mayores mueren de soledad' se perpetúan esos estigmas, estereotipos e infantilizaciones de la población mayor. Pero, aparte de poco ético y nada riguroso por nuestra parte, estaríamos haciendo un flaco favor a la causa", concede Palacios sobre la forma de abordar el asunto últimamente y mencionando ejemplos de los que atiende la asociación.
En Grandes Amigos acuden a domicilios particulares y a residencias. Con la pandemia
se restringieron estos servicios, pero han seguido acompañando por videollamadas. Mandan
el caso de Carmen y José Luis. Este voluntario siguió en contacto con esta mujer y tuvo que
presentarle a su perro por una pantalla. "A ver si pasa este virus y puedo conocerlo", contestaba ella emocionada. Al desamparo, explican, se le suma el miedo al contagio, la angustia de recibir decenas de noticias al día sobre el alcance y la violencia del coronavirus.
Resaltan en estos casos las residencias de ancianos. De los más de 66.000 fallecidos en España por COVID-19 o síntomas relacionados con el virus, 31.469 se han producido en estos centros, según
lo recopilado por RTVE con los números de cada comunidad autónoma. En marzo coparon titulares
por la falta de asistencia o el abandono. En comunidades autónomas como la de Madrid
se llegó a denunciar al Gobierno regional por la orden de no asistir a los residentes. Con la apertura paulatina y los planes de vacunación (que priorizaron al sector) se oteó un horizonte no tan lejano, pero aún hay reservas.
"Partimos de una ventaja: en estos centros, los mayores están con profesionales y se ayuda mantener las relaciones sociales", comenta Esther García a Sputnik. Directora de la Residencia
Los Llanos Vital desde hace dos décadas, cree que es una manera de evitar la soledad, aunque
ese sentimiento es algo muy personal. "Han sido un respaldo, pero, en cualquier caso, ha sido muy duro", aduce. "Nos vimos
muy afectados en la primera ola. El ánimo se resintió mucho", agrega la responsable del centro, que
ha ganado un premio por un programa de radio creado en sus instalaciones de Alpedrete, al noroeste de Madrid.
García Galbeño subraya la complicación del duelo. Más, en aislamiento. "La enfermedad ha actuado de forma radical. No solo ha afectado a las residencias, sino a todas las casas. Y muchas veces ni se enteraban bien de qué pasaba", indica la directora, que también cree que en estos lugares es donde menos miedo tienen: "Ha sido muy difícil por el tiempo robado".
"Tenemos que ser capaces de recuperar nuestra vida social. Tenemos que ser capaces de cuidar de aquellas personas que tienen riesgos. Somos seres sociales. No podemos vivir asustados. La pandemia, como otras crisis, tiene su lado positivo: ha habido mucha relación con las familias, ha marcado la necesidad de los demás", anota.
Esther García Galbeño
Directora Residencia Los Llanos Vital
Da fe de esta necesidad Eloísa Rodríguez, de 85 años. Pasó el periodo de la pandemia en casa, pero ingresó después, para recuperarse de un accidente. "Soy una persona muy activa. Durante el confinamiento, iba a comprar cosas solo con el objetivo de cambiarlas al día siguiente y tener que salir. Era una misión que yo me puse", expone quien vivía su retiro en Torrevieja (Alicante) y mantenía unos hábitos saludables.
Caminaba "una hora cada día", rememora con pena tras el imprevisto que la mantiene más inmóvil. Ella nunca había sentido tanto la soledad, porque cuenta con tres hijos a los que ve a menudo. Durante los meses más intensos de la epidemia, sin embargo, se planteó incluso llamar a programas de televisión.
"Yo entablo amistad con todo el mundo. Pero entonces veía los casos, no podía hacer nada y me dieron ganas. Nunca lo habría ni pensado. Si no hablo, me apago. Nos hacía falta estar con alguien", afirma.
Su solitude se había tornado loneliness. Y, aunque engrosaba esa estadística del INE, valora su estancia en la residencia: "Te distraes más. Estoy relativamente feliz. Aunque sé que la soledad ha hundido a muchas personas. A mí no, pero me he cortado de avisar a mis hijos, para no molestarles", concluye.