Mónico Sánchez es una de las grandes figuras olvidadas de la historia española, cuya invención dio la vuelta al mundo. Considerado como el Tesla español, fue el creador de la primera máquina de rayos X portátil, que logró incluso a destronar a los aparatos de la mismísima Marie Curie.
Ingeniero de profesión, Mónico Sánchez viajó a Estados Unidos para ampliar sus conocimientos en electricidad y terminar allí los estudios. Se fue con los pocos ahorros que había conseguido al vender su modesta tienda situada en San Clemente, en Cuenca, y curiosamente, lo hizo sin saber inglés. Su valía le llevó a ganarse el apodo del 'Tesla español pasando de ser el dependiente de un pequeño comercio rural, al inventor de la máquina de rayos X portátil.
Deslumbró incluso al rey Alfonso XIII en las ferias de aparatos que se celebran en las distintas ciudades de la península. En una de esas visitas que hizo el rey, se detuvo en su stand y le dio la enhorabuena.
"El rey se sintió orgulloso de que hubiera sido un español el que estuviera detrás de esa creación", narra Valero. Asimismo, el pionero en radiología llegó incluso a destronar en Francia a Marie Curie y a sus Petit Curie, que eran las pequeñas ambulancias
a las que dotaba de un aparato de rayos X portátil para ayudar a los heridos durante la Gran Guerra.
El ejército francés prefirió los equipos del español antes que los de Curie, y le encargó a Sánchez más de un centenar de rayos portátiles. Una adquisición a la que, posteriormente, también se sumaron numerosos países para sus servicios sanitarios.
Mónico Sánchez nació en un pequeño pueblo de Ciudad Real llamado Piedrabuena el 4 de mayo de 1880
y consiguió revolucionar la radiología de la época con la reducción de un "armatoste que pesaba toneladas" en una maleta portátil. No solo fue un gran inventor, también una persona "humana y solidaria" que dedicó todos sus conocimientos en ingeniería y electricidad para dar un paso más allá en la medicina.
A través de su aparato, que fue utilizado desde principios del siglo XX hasta el comienzo de la Guerra Civil española, se podían hacer radiografías
y descubrir infecciones de la piel,
entre otras patologías.
A finales del siglo XIX, la enseñanza por correspondencia ya se había implantado en España. Dejó su tienda en San Clemente para estudiar en Madrid y allí se enteró que una escuela de Londres ofrecía un curso de electricidad, obviamente impartido en inglés. Como "no se achantaba ante nada", decidió estudiarlo sin tener conocimientos del idioma.
"Para mí era un superdotado", describe el autor de su biografía. El propio presidente del instituto británico se quedó deslumbrado de cómo iba evolucionando el alumno y le aconsejó que terminara sus estudios en Estados Unidos. Y así lo hizo. Allí empezó su carrera profesional que le llevó a la cima.
El aparato se empezó a utilizar apenas lo inventó en Estados Unidos, alrededor de 1908. Allí trabajó para Frederick Collins, otro gran cerebro de la electricidad y uno de los grandes precursores de la telefonía inalámbrica. Al principio, patentaron la maleta con el nombre de los dos porque Collins le quiso comprar la patente por medio millón de dólares—no hay que olvidar el dineral que suponía ese monto de dinero para aquella época— pero Mónico mantuvo su patente .
De regreso a España, en lugar de instalarse en una gran ciudad, se fue a su ciudad natal y montó su gran laboratorio en Piedrabuena, desde principios de los años 20 hasta comienzos de la Guerra Civil.
"En Estados Unidos triunfó, pero en España solo lo hizo al principio de siglo por la gran importancia de su invento", resalta el escritor.
En Piedrabuena fabricó las maletas que se repartían a todos los médicos de España y del extranjero. Concretamente en España se empezaron a utilizar en la guerra del Rif en Marruecos alrededor de 1911. Sin embargo, al estallar la guerra española, todo cambió.
"Resulta curioso que un hombre que inventa los rayos X para contribuir a salvar vidas, al final en una guerra los dos bandos se lo quieran cargar", concluye Valero.
Durante la Segunda República Española, los anarquistas fueron a su casa con intención de quitarle la vida y consiguió salvarse gracias a uno de sus contactos en el gobierno, que había conocido gracias a su novedoso aparato.
Una decisión que no sentó del todo bien en el bando republicano "y como no pudieron llevárselo a él, fueron a por su sobrino".
Posteriormente, el otro bando nacionalista le culpó de colaborar con la República y fue difamado por haber sido el instigador de la muerte de su sobrino.
"Los dos bandos se lo quisieron cargar, porque vino de Estados Unidos como un liberal científico", explica Valero, "al final él conocía lo que era vivir en una república mucho más que todos los españoles que vivieron las dos".
Sus memorias quedaron recogidas en la novela del escritor y periodista Manuel Valero, que escribió junto al nieto de Sánchez, Eduardo Estébanez. El rayo indomable, como así se llama la obra, se lanzó en 2020 en plena pandemia.
Sánchez tuvo seis hijos con su mujer Isabel —cinco hijas y un hijo varón—, pero de todos ellos, solo sobrevivió una. Tres niñas murieron de sarampión; un hijo murió de tuberculosis; y su otra hija, Angelita, murió de una infección tras una operación de útero.
El marido de Angelita, al quedarse viudo, se casó con la única hija que quedaba viva, Isabel, y del matrimonio nació el coautor de la novela, Eduardo Estébanez, y sus dos hermanos. Estébanez, que cuando muere su abuelo tiene 6 años y con el tiempo se da cuenta de que no puede hacerse cargo del negocio familiar, le recuerda como una persona muy honesta y emprendedora que "siempre estaba sonriendo y que tenía mucho magnetismo personal".
Después de la guerra, en 1946 decide emprender su último viaje a Estados Unidos para recabar patentes y modernizar la estructura de la maleta, pero ya le fue imposible por los problemas para importar en aquella época.
"España era un páramo que se encontraba en plena autarquía", define Valero. Luego, cayó en el olvido, "si se hubiera abrazado de una manera entusiasta al régimen,
hubiera sido diferente".
El final de su vida lo pasó en Piedrabuena en decadencia. Murió en 1961 "de viejo" a los 81 años de edad, pues según cuentan sus familiares, no padeció ninguna enfermedad.
"Fue olvidado y nunca entendimos por qué", dice el escritor recordando las palabras de la familia. Probablemente, según considera el autor de la obra, influyeron mucho las envidias de los pueblos en esa decadencia, "sobre todo de las clases pudientes".
Para el régimen, Sánchez tampoco fue de "estos que se apuntan al bando vencedor" y eso siempre le valió las sospechas para los vencedores de que había colaborado con el bando contrario. La realidad es que nunca fue así. Mantuvo la independencia hasta el fin de sus días, aunque eso le llevara al más profundo olvido.