El taller Frolov creaba mosaicos para muchos otros edificios en San Petersburgo, Moscú, Kiev, Nóvgorod, en su mayoría, de carácter religioso.
El secreto de su éxito era una técnica especial de ensamblar mosaicos —la veneciana— que se utilizaba en Europa pero casi no se aplicaba en el Imperio ruso. El proyecto del dibujo se calcaba en papel grueso en una imagen de espejo, después se dividía en partes y se pegaban trozos de esmalte en cada una de ellas con su cara frontal. El mosaico terminado se rodeaba con un marco y se cubría con mortero de cemento. Después de instalar el mosaico en la pared y eliminar el papel, el dibujo era exactamente como se pretendía, sin distorsiones ni imprecisiones. Además, este método permitía trabajar en el taller en vez de in situ y reducía considerablemente el tiempo de trabajo.