En algunos lugares, como los bosques cafetaleros de Ahuachapán o el desierto de La Unión, la propia geografía atenta contra la producción y consumo de alimentos; mientras que en ciudades como San Salvador, Santa Ana o San Miguel se come más, pero menos sano.
"Tenemos un problema grave", reconoció el gastrónomo Cipactli Alvarado en diálogo con Sputnik, a propósito de la proliferación de enfermedades asociadas a la obesidad y la malnutrición, que pasaron factura durante la actual pandemia de COVID-19.
Según el también chef y mercadólogo, el coronavirus evidenció las carencias de una población más pendiente de masticar que de alimentarse, y adepta al consumo de productos con excesivos valores de grasas, azúcar y sodio.
A su vez, el confinamiento acentuó el problema del sedentarismo y la poca actividad física, causantes de un alza drástica y sostenida de los casos de obesidad en la infancia durante los últimos diez años.
Un estudio realizado en 2016 por el Ministerio de Salud y el Instituto Nacional de Deportes reveló que 65% de la población salvadoreña mayor de 20 años padecía de obesidad y sobrepeso, pero poco o nada se ha hecho desde entonces para encarar el problema integral y legislativamente.
Bomba calórica
Amén de ser suculenta, la dieta tradicional de los salvadoreños es una bomba calórica: un desayuno típico incluye frijoles molidos y fritos, crema de leche, cuajada (queso fresco), plátano maduro frito, huevo, pan blanco o tortilla de maíz, acompañado de un gran vaso de café ralo con azúcar.
Aparejado a ello, durante la jornada se consumen abundantes bebidas carbonatadas, diversos tipos de comida chatarra (boquitas, productos ultraprocesados, hamburguesas y pollos refritos), que aplacan el hambre, pero no alimentan.
Alvarado integró el equipo de especialistas que hace un lustro cabildeó en la Asamblea Legislativa para impulsar una regulación de los alimentos con altos contenidos de azúcar y sodio, pero la cúpula parlamentaria dejó el asunto en manos del Ministerio de Educación.
"En vez de legislar, aprobaron una reforma a la Ley General de Educación para regular los alimentos vendidos en los centros escolares públicos y privados, crear huertos escolares y tiendas saludables, y mejorar el menú en las escuelas", resaltó el experto.
Pero la mayoría de las escuelas no tienen condiciones para ser sostenibles, ni terrenos o acceso al agua para autoabastecerse y desarrollar proyectos agro-emprendedores, como el que existe (y resiste) en el Complejo Educativo Cantón San Isidro, de Izalco (centro).
Inquietud desfe la FAO
Para Diego Recalde, representante en El Salvador de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), este problema demanda soluciones integrales, empezando por una mayor inversión en los campos.
"El Salvador se ha vuelto un importador de alimentos. Necesitamos recuperar la producción, y con ella los empleos", declaró Recalde a la televisora local TCS.
El funcionario abogó por encarar los grandes retos actuales de la agricultura como oportunidades para que toda la sociedad contribuya a la seguridad y soberanía alimentaria del país.
Factores naturales (sequías, inundaciones, plagas) y sociales (inseguridad en las zonas rurales por las pandillas; paga irrisoria a los jornaleros), atentan contra el desarrollo agrícola en una nación que históricamente se volcó al cultivo de café y caña de azúcar
"El hambre se combate con el azadón y la semilla", resume Alvarado, para quien la clave está en apoyar a los agricultores, aunque sabe que la solución no es tan sencilla como suena.