En 1966, la película Viaje alucinante se estrena en cines. Una historia de ciencia ficción en la que la tripulación de un submarino nuclear es reducida a dimensiones microscópicas por una moderna tecnología. Su objetivo es introducirse en el cuerpo del científico Jan Benes para curar una parte de su tejido cerebral, dañado después de un intento de asesinato. Disponen de solo una hora para llegar desde la corriente sanguínea al cerebro antes de recuperar su tamaño natural. Lo consiguen.
No se trata de instrumentos metálicos. Ni tienen nada que ver con la imagen mental que nos podemos hacer de la nanorrobótica. Más bien, todo lo contrario.
"Todo está inspirado en la naturaleza. Estos nanorrobots tienen la estructura de un virus, la inteligencia de una bacteria y el movimiento asimétrico polarizado de una célula cancerígena", explica Sánchez.
La química y la biología se encuentran bajo el diseño de estas nanopartículas. Una de sus principales características es que se mueven mediante el uso de enzimas. Un sustituto del agua oxigenada, antiguo propulsor de estos nanorrobots, el cual no era compatible con el cuerpo humano y no se podía utilizar para las aplicaciones biomédicas, como es la administración de fármacos.
Este sistema puede ser útil en el tratamiento del cáncer de vejiga. Y es que mediante el uso de nanopartículas autopropulsadas es mucho más certera la aplicación de un fármaco a un punto determinado. No obstante, este diseño no es apto para todos los órganos. Por ejemplo, la acumulación de dióxido de silicio podría provocar efectos secundarios en algunos órganos.
Motivo por el que se decidió crear una nueva estructura a base de liposomas, preparada para un campo de actuación distinto, el aparato digestivo. Un medio en el que la acidez de pH3 y 5 acababa con el anillo de ureasa que tenía que mover la nanopartícula. Así, se optó por poner las enzimas dentro de la cápsula de lípidos. Las pruebas de laboratorio demostraron que los llamados LipoBots sobrevivían a las características del estómago y podían llegar hasta el intestino, su destino final. Allí, el nanorrobot abandonaría su naturaleza estática para comenzar a moverse.
"En el tracto intestinal es donde queremos tener la aplicación. Allí se encontrará con un componente de los jugos biliares, el desoxicolato de sodio que abrirá unos pequeños poros en el liposoma. Entonces, se producirá una reacción química a partir de la cual se generará un chorro desde estos poros que hará que la partícula comience a moverse", asegura Sánchez.
Un descubrimiento que no se ha probado todavía en seres vivos, pero que ha sido reconocido por la revista científica Advanced Functional Materials, donde los investigadores han publicado un artículo sobre la validez de los LipoBots impulsados por ureasa. En este se recoge el trabajo de síntesis realizado por el grupo Supramolecular Nanochemistry and Materials del ICN2, liderado por el profesor Daniel Maspoch, y el diseño del IBEC.
Sánchez reconoce que estos hallazgos les "dan muchas esperanzas". Según él, se pueden crear más de estos nanomotores con diferentes materiales y enfocados a otras enfermedades. Incluso, se podrían crear cápsulas en las que viajasen tan solo nanorrobots. Instrumentos biocompatibles que se podrían administrar de manera oral y ayudar a combatir cualquier mal. Mejorarían la efectividad del 0,7% que atribuyó un artículo científico a estas nanopartículas en el tratamiento del cáncer. Entonces, no se habían probado los LipoBots.
"La nanomedicina existe desde hace 20 años. Sin embargo, hace 10 empezó a decaer porque no curaba todo lo que parecía que iba a curar. Pero, se ha avanzado mucho en este periodo. Ahora con esta robótica que copia a los sistemas vivos, podemos empezar a demostrar muchas cosas. Hay que empezar a curar", sentencia Sánchez.
A veces, con un lavado de cara, la ciencia ficción encuentra su camino hacia la realidad. Más de 40 años después, Viaje alucinante pierde el 'ficción' para ser simplemente ciencia.