"Seguimos sometidos a una presión, sometidos a una agresión informativa sin precedentes. Pero el destino de Bielorrusia no se decidirá en acciones callejeras con una dudosa mediación externa, sino por los propios bielorrusos, de manera civilizada y estrictamente dentro de un marco legal", dijo Andréichenko al abrir la sesión de otoño del Parlamento.
El presidente de la Cámara de Representantes también señaló que el país se enfrentó a "unas presiones externas e internas nunca vistas".
Según el parlamentario, se trata de una protesta que atizan desde el exterior ciertos centros de influencia psicológica.
La oposición denunció numerosas irregularidades electorales y exigió una repetición de los comicios, opción que Lukashenko descartó.
En los primeros días de las protestas las fuerzas del orden recurrieron al gas lacrimógeno, las balas de goma, los cañones de agua y las granadas aturdidoras para dispersar a los manifestantes.
Según el Ministerio del Interior, las movilizaciones se saldaron en los primeros días con tres muertos, centenares de heridos, entre ellos más de 170 agentes del orden, y más de 6.700 detenciones.
El 23 de septiembre Lukashenko juramentó como presidente de Bielorrusia en una ceremonia sorpresa.