Esta semana llegaron a su punto más alto con el anuncio de la creación de un programa de renta básica a partir de 2021 que no fue precisamente bien recibido por el mercado financiero.
Debido a la pandemia, en 2020 el Congreso Nacional aprobó un "presupuesto de guerra" que permite al Gobierno endeudarse de forma excepcional: con este permiso el Ejecutivo de Jair Bolsonaro ha podido gastar en recursos para el sistema sanitario y en las ayudas a trabajadores informales y desempleados. En los primeros cinco meses de estas ayudas de emergencia, que reciben más de 67 millones de brasileños, el Estado ya gastó alrededor de 254.400 millones de reales (más de 45.000 millones de dólares).
Ese gasto tiene dos efectos principales: al mismo tiempo que agranda el agujero del déficit crece la popularidad del presidente. Su aprobación ya roza el 40%, el máximo desde que gobierna, según una reciente encuesta del Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (Ibope). Las ayudas, de 600 reales al mes (poco más de 100 dólares) suponen para los millones de brasileños más pobres el máximo ingreso que han visto en años.
El misterio de la renta ciudadana
"Habrá que hacer un aterrizaje", decía estos días el ministro de Economía Paulo Guedes, un "Chicago boy" defensor a ultranza de la doctrina neoliberal que siempre fue reticente a abrir el grifo del gasto. Ahora hace malabarismos para contentar al mercado financiero (que puso en él sus votos de confianza hacia el gobierno de Bolsonaro) y al presidente, que exige un programa social que de continuidad a esas ayudas en 2021.
La dificultad radica en garantizar recursos abultados en un momento de crisis y de inversiones limitadas por la norma del "Techo de Gastos", aprobado en 2017, que limita el aumento de los gastos a la inflación del año anterior.
En la propuesta inicial, el Gobierno recurrió a un extraño malabarismo para esquivar esas limitaciones y financiar la promesa: con parte del dinero de un fondo destinado financiar la educación pública (que no está sujeto al techo de gastos) y aplazando el pago no obligatorios de indemnizaciones judiciales.
"Estamos buscando recursos con responsabilidad fiscal y respetando la ley del techo (de gastos). Queremos mostrar a la sociedad, al inversor, que Brasil es un país en el que se puede confiar" dijo Bolsonaro. Sus palabras no tuvieron mucho eco en los pasillos de la avenida Faria Lima de São Paulo, donde se concentra el poder económico del país: la Bolsa cerró con pérdidas importantes.
¿Posible salida de Guedes?
"Hay una presión muy grande para que continúen esos gastos extraordinarios, esa es la primera batalla del Gobierno", dice Rochlin. El problema es que dentro del Gobierno, Guedes y su discurso pro austeridad es cada vez más cuestionado, y el Gobierno ya se plantea incluso el regreso de impuestos sobre las transacciones financieras para sostener su nueva alma keynesiana, algo que pone los pelos de punta al mercado financiero.
En los pasillos de Brasilia ya se especula incluso con la caída de Guedes, si se tensa la cuerda y se hace insostenible la convivencia entre esas las dos visiones antagónicas de la economía.
"Si Guedes cae será un problema. Por más que se consiga sustituirle por alguien del mismo nivel, prestigio e ideas en un primer momento, si Guedes tira la toalla el ambiente sería extremadamente turbulento", advierte Rochlin. De momento, este horizonte lleno de dudas ya está pasando factura: el dólar no deja de subir y el real brasileño ya es la moneda más devaluada del mundo en lo que va de año.