Según la nutricionista Lucio, recurrir a la comida cuando nos sentimos mal o aburridos es un mecanismo muy común, que se aprende desde la infancia. Los padres suelen premiar los logros de sus hijos con comida o usarla como consuelo si se sienten mal. Estas acciones van creando un estrecho vínculo entre la comida y las emociones.
"Cuando tenemos una mala gestión emocional hay un recurso que aprendemos desde pequeños: la comida nos genera una sensación de placer. Esto se debe a la segregación de serotonina —la hormona del bienestar— que contrarresta lo que nos provoca una mala emoción", explicó.
"Estos generan una respuesta muy potente en nuestro cerebro, dado que segregan una cantidad de serotonina mucho mayor que la de los alimentos dulces naturales como las frutas. Por eso las personas que no tienen control sobre el hambre emocional consumen más productos ultraprocesados y acaban con problemas de sobrepeso", añadió la nutricionista.
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Pero la función de la comida no es aportarnos serotonina sino alimentarnos, por lo que se debe intentar controlar el estrés y la ansiedad, y estimular esta hormona de la felicidad de otras formas. Algunas opciones son la meditación, la realización de ejercicio físico y el buen descanso, que tiene como principal función regular las hormonas.
"Estamos diseñados para movernos. Cuando no nos movemos nuestro cuerpo no se regula bien y cuando lo hacemos generamos de manera natural, sin necesidad de ingerir otra cosa, esa serotonina y endorfinas que ayudan a tener una sensación de bienestar", aseguró Lucio.
Desde el coaching nutricional ayudan a los pacientes a identificar qué aspectos de su vida son los que les generan picos de ansiedad o estrés. Luego analizan cuáles son los alimentos a los que recurren en estos momentos e intentan reducir su consumo y buscar opciones alternativas con sabores similares pero más saludables.
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