Nueva York es la jungla. Definición que muchos lugareños dan a su hogar. El corazón de la ciudad late trepidante, al ritmo de millones de personas saltan a sus calles para hacerse un hueco en su acelerada cotidianidad. A la sombra de los rascacielos de la Gran Manzana, camina Diego López.
Sin embargo, tras su apariencia de camisa y americana, se esconde una piel más adaptada al agua que al ajetreo constante de la urbe. Su buena relación con el medio acuática eclosiona en la niñez. López nació en las Canarias, rodeado de mar, y compitió desde pequeño en piscina. En concreto, en las pruebas de fondo. En este caldo de cultivo se criaría su otra cara. La que nada tiene que ver con los beneficios o las pérdidas, ni depende del Dow Jones. Aquella unida a las aguas. Su parte de nadador de aguas abiertas.
La incertidumbre que provoca zambullirte en el océano le enganchó. Poder ir en cualquier dirección y evitar las limitaciones de los bordes de la piscina, también. "Son impredecibles. Es el reto de no saber que te vas a encontrar. Pero, sobre todo, es la parte de reto, conseguir cosas que en la piscina no podrías hacer. La libertad que te ofrece nadar en aguas abiertas", comenta a Sputnik Mundo el canario, quien colabora con una ONG de Hong Kong que lucha contra la polución y el deterioro del medio ambiente.
La adrenalina le ha llevado a recorrer los mares de todo el planeta. Al año de estar en Nueva York, López dio la vuelta a nado a la isla de Manhattan. Más adelante, conoció al presidente de la asociación internacional de natación en aguas abiertas, Steven Munatones, que le propuso nadar en los siete continentes en un solo año. "La verdad es que le cogí el gusto a los récords", ríe el nadador.
En 2018, el español realizó la travesía más complicada de cada continente. Nadó en los casi 20 kilómetros del canal de Rottnest, en Australia. Se sumergió en las aguas del boliviano Lago Titicaca. Fue desde Ciudad del Cabo hasta la isla de Robben. Recorrió los 33 kilómetros de distancia que separan Los Ángeles de la isla de Santa Catalina. Compitió en la maratón acuática Clean Half en el mar hongkonés. Y, por supuesto, pasó de Francia al Reino Unido a través del Canal de la Mancha. Para él, esta fue la travesía más complicada.
"La más emblemática y compleja fue el Canal de la Mancha. Es como el Everest de las aguas abiertas. Por suerte hacía buen tiempo y el agua estaba a 15 grados. No obstante, 11 horas nadando es mucho. Además, en el Canal de la Mancha, desde hace tiempo, hay una invasión de medusas. No puedes nadar más de 20 metros sin comerte una. Tengo más miedo a las medusas que a los tiburones. Los escualos imponen, pero nunca he tenido ningún problema. Las medusas son un peligro mucho más real", reconoce López.
Nadar en el hielo
López había nadado en Europa, Asia, África, Norteamérica, Sudamérica y Oceanía. Lo había hecho con medusas como compañeras y con tiburones cerca. Sin embargo, si quería completar la lista tenía que sumergirse en las aguas de uno más: la Antártida.
En total, estuvo 12 minutos en el mar y quedó tercero en la competición. El ganador, un nadador siberiano, se mantuvo hasta 25 minutos. El canario jamás había experimentado la sensación de nadar en aguas heladas. Y más, sin neopreno, ni ningún tipo de protección. Su única ayuda era el vigilante del bote de apoyo, que se lanzaría al mar si comenzaba a ver a algún nadador bajar la frecuencia de brazadas o hundirse. "Soy del Atlántico, pero el agua nunca está por debajo de los 15 grados. Incluso, en Nueva York, como mucho llega a dos grados. Para enfrentarte a un agua como la de la Antártida tienes que ir poco a poco. Metiendo primero un dedo y luego el otro".
"Ya en el agua, la sensación es distinta. Al nadar en aguas frías, la sangre se va al tórax para proteger los órganos. Entonces, al instante de estar en el mar, dejas de sentir las extremidades. Nadas de memoria. Ves mover los brazos y las piernas, pero no los sientes. Incluso, al rato, falla la memoria. Cuando sales tienes la misma sensación que si hubieses estado de borrachera. No te acuerdas, ni de la mitad, no eres consciente de haber estado tanto tiempo", recuerda López.
No obstante, como sucediera años atrás en Hong Kong con las aguas abiertas, el hielo de la Antártida le cambió. La experiencia le gustó y se especializó en la modalidad de nado en aguas heladas. Disciplina en la que los nadadores se enfrentan a temperaturas por debajo de los cinco grados centígrados. "Son palabras mayores, porque el cuerpo sufre bastante y hay gente que se ha quedado", admite el canario.
A todos estos se enfrentó López en los Mundiales de natación de aguas heladas de 2019. Celebrados en marzo en la ciudad rusa de Múrmansk, el canario consiguió alzarse con el titulo mundial en su categoría. "En Rusia, hay mucha afición y estaba todo muy preparado. Es raro, porque en España no te imaginas a gente yendo a ver esto. Cortan una piscina de 25x25 en un lago helado y la gente va a animarte. Fue una gran experiencia y muy gratificante, ya que fui campeón del mundo en mi categoría, la de 35 a 39 años", indica el deportista.
Este año, antes de que se desatara el tifón del coronavirus, López viajó hasta el Lago Bled de Eslovenia. Allí, volvió a competir en los mundiales, donde consiguió la segunda plaza. Ahora, el objetivo está puesto en China. Pero, no en el agua, sino en las autoridades deportivas. Las asociaciones relacionas con la natación en aguas heladas pelean por conseguir que esta disciplina entre en los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín 2022.
"Ojalá lo consigamos. No sé que pasará, pero me haría ilusión ser olímpico y formar parte de la comitiva española, ya fuese como deportista o como director", sueña el nadador.
Una iniciativa que ha quedado algo paralizada por la pandemia. Lo mismo ha sucedido con las sesiones de entrenamiento de López. "Ha sido complicado nadar esta temporada. Nos cerraron la piscina el 15 de marzo y no he podido hacer casi nada. He intentado ir al mar, pero con mucho cuidado", asevera.
El coronavirus también paralizó su último reto: unir todas las ocho islas del archipiélago canario a nado. "Es un reto bastante bonito y ambicioso. Es más, haría dos canales, los más largos, que nunca se han hecho", advierte López. De momento, tendrá que esperar. El reto que supone sumergirse en las bastas aguas tendrá que cambiarlo por la velocidad de la gran ciudad. El frío del océano por el trajín urbanita. Al final, vivir en Nueva York también es un desafío.