Ahora, el reparto de una ayuda de emergencia de 600 reales (112 dólares) mensuales entre trabajadores informales y desempleados durante la pandemia del nuevo coronavirus está aumentando rápidamente la popularidad de Bolsonaro entre los más pobres, y los especialistas advierten: la izquierda se va a quedar sin argumentos.
Bolsonaro tiene ahora el máximo nivel de popularidad desde que es presidente. Según una encuesta de Datafolha de mediados de agosto, para el 37% de brasileños su gestión es "buena u óptima", cinco puntos más que en el mes de junio.
El gancho de las ayudas
"La ayuda de emergencia tiene un gran impacto, pero no es solo eso", dice Baía, que remarca que al final Bolsonaro logró imponer su discurso de que las medidas de aislamiento social iban a provocar un grave daño en la economía. La población compró esa idea y no son pocos los que creen que la crisis económica que vive el país (el PIB cayó un 9,7% en el segundo trimestre) se debe a las exageradas restricciones que impusieron gobernadores y alcaldes. Justo la estrategia de echar balones fuera que trazó Bolsonaro desde el principio.
El más famoso de ellos, el Bolsa Familia, será reformulado y rebautizado como Renta Brasil, para dejar una marca propia ya con la vista puesta en las elecciones de 2022. Hace unos días, Bolsonaro rechazó el borrador de este nuevo programa social que le había encargado al ministro de Economía, Paulo Guedes, porque suponía "quitarle al pobre para darle al paupérrimo".
Guedes habían propuesto hacer recortes en el abono de desempleo para financiar esas ayudas, pero Bolsonaro no solo no lo toleró, sino que le desautorizó en público. Las "pullas" a su hasta hace poco sagrado "superministro" son cada vez más frecuentes. Guedes, un "Chicago boy" defensor del liberalismo más salvaje y las políticas de austeridad, está desubicado ante este "nuevo Bolsonaro".
¿Fin de la austeridad?
"Hay riesgo de que Guedes salga del Gobierno (…) el espejo ahora es la UE, el programa de subsidiar a los estados, ese es el modelo. Se acabó el gobierno de la austeridad", dice Baía. De puertas para fuera, el Gobierno brasileño aún defiende que el "techo de gastos" (la norma que impide al Estado gastar en un porcentaje mayor que el de la inflación del año anterior) es intocable, pero en los bastidores ya se empieza a trabajar en formas de esquivar ese freno para poder empezar a gastar más.
"Bolsonaro ha hecho algo de ingeniería política muy inteligente. Ha secuestrado la pauta de la oposición y les deja solo las cuestiones morales: el aborto, las cuotas raciales, etc. La mayoría de la población no acepta esas pautas identitarias, así que fue una jugada inteligente, dejó a la oposición que hable de lo que a él le interesa que hable", considera Baía.
La élite, atónita
Pero ese movimiento "keynesiano" de Bolsonaro tiene un coste. Sus votantes de las clases más altas, los que defienden un Estado mínimo y que le votaron por identificarse con su discurso contra la corrupción y la "amenaza comunista" del PT, asisten atónitos a la transformación.
En realidad, los llamados "lavajatistas" ya se bajaron del barco del bolsonarismo cuando dimitió el exminisitro de Justicia y juez Sérgio Moro, pero ahora incluso han convocado manifestaciones en su contra, el 6 de septiembre. Mientras tanto, Bolsonaro confía en seguir navegando en este mar agitado cambiando unos desafectos por nuevas conquistas.