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"Queremos que traguen su propia medicina y se vayan": así son los últimos 'escracheadores' de España

© Sputnik / Alberto García PalomoAsistentes a la manifestación frente a la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero
Asistentes a la manifestación frente a la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero - Sputnik Mundo
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Menos de una decena de vecinos de Galapagar, localidad madrileña donde viven Pablo Iglesias e Irene Montero, vicepresidente de Gobierno y ministra de Igualdad, siguen reuniéndose frente a su casa cada noche.

"¿Buscas a los violentos de ultraderecha?", pregunta con sorna Miguel Frontera. "Pues aquí los tienes", responde desde un montículo de tierra del monte que rodea la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero, vicepresidente y ministra de Igualdad del Gobierno de España. Junto a él, otras cinco personas se reúnen en silencio y toman imágenes de las fuerzas de seguridad que custodian la zona. "Queremos que se traguen su propia medicina y que se vayan", alegan, defendiendo su "derecho" a expresarse, a pesar de que "casi nunca" lo hayan ejercido anteriormente.

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Son los últimos participantes del escrache a estos miembros de Unidas Podemos, actualmente al mando del Gobierno en una coalición con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Vecinos de Galapagar, la localidad de la sierra de Madrid de 33.400 habitantes donde viven Iglesias y Montero junto a sus tres hijos, que cada tarde se acercan hasta la puerta de su vivienda para emitir gritos o, como indica Francisco Zugasti, de 58 años, "dejar constancia": "Es una protesta por la gestión criminal de la pandemia".

Comenzaron hace más de tres meses. Cuando se permitió salir a la calle durante unas horas en la llamada desescalada. Entonces saltaron a la palestra las caceroladas de Núñez de Balboa, una calle del acomodado barrio de Salamanca en la capital española. Los participantes de estas manifestaciones fueron tildados de cayetanos, apodo referido a la gente de clase alta. Pedían "libertad" entre banderas rojigualdas o coches de alta gama y acusaban al Gobierno de "comunistas" que "engañaban a la población".

© Sputnik / Alberto García PalomoUn asistente a la protesta frente a la casa de Irene Montero y Pablo Iglesias
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Un asistente a la protesta frente a la casa de Irene Montero y Pablo Iglesias

La cita se extendió por diferentes barrios y ciudades. Y en Galapagar, donde la pareja formada por el vicepresidente Iglesias y la ministra Montero se mudó hace cuatro años, se convirtió en un escrache diario, incluso con campañas virtuales o con insultos en la localidad asturiana donde se alojaban de vacaciones: tuvieron que abandonarla, suscitando una división entre el respaldo o la crítica. Al principio, las 30 o 40 personas que acudían se arremolinaban enfrente de este inmueble de unos 600.000 euros, en una calle de chalets a pocos pasos del río Guadarrama. Pero el final del estado de alarma, el verano y el cansancio mermaron la afluencia y el volumen de sus improperios o de los golpes a los utensilios de cocina, ya ausentes.  

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Ahora, solo estos seis asistentes resisten en una "lucha" que aseguran "apolítica". "Estoy en contra de los hipócritas, de los bolivarianos y de las mentiras", insiste Frontera, militante de ultraderecha, entre gritos de "¡Viva España!". Detrás, una pareja de Guardia Civil restringe el paso. Acaban de llegar como refuerzo puntual. Durante el día, la vivienda solo está protegida por dos policías nacionales metidos en una caseta. Es en torno a las nueve de la noche cuando aparecen algunos coches de la Guardia Civil que desaparecen a los pocos minutos, en cuanto este pequeño grupo de gente se disemina entre la urbanización hablando sobre la cantidad de "moros" que hay en las playas donde han pasado las vacaciones.

"Es una zona de seguridad y tenemos que estar aquí", concede uno de los policías a media tarde, cuando aún pega el sol con fuerza y alrededor solo se oye el chapoteo de las piscinas. Según varias publicaciones de algunos medios y mensajes colgados en redes sociales, cada día se apostan hasta 25 agentes frente a la casa de Iglesias y Montero. Algo que desmienten desde el Ministerio de Interior: "No se sabe cuántos efectivos hay porque es difícil saberlo. Según la situación, se mandan más o menos coches", justifican, alegando que ninguno de los pueblos de alrededor ha perdido profesionales debido a Pablo Iglesias e Irene Montero.

​Lo que dejan claro los agentes es que la calle ya no está cortada, otra de las denuncias de los vecinos. Eso fue una medida "transitoria" por motivos de seguridad. Los ánimos estaban tan caldeados que existía la posibilidad de que ocurriera algo más grave. Además, se registraron amenazas directas a los líderes políticos y sus hijos, que el 24 de agosto fueron denunciadas ante la fiscalía.

"Da miedo lo que se dice por internet, pero son cuatro gatos con una cacerola", resume el propietario de un chalet en la misma calle de Iglesias y Montero que prefiere no dar su nombre. "Ha habido oleadas, pero era muy light", añade quien confiesa que a él le dan igual las protestas.

Como a otro vecino, que se baja de un BMW reluciente con una mascarilla estampada con dos banderas de España y dice que "no se escucha nada". "Yo, de todas formas, paso del tema", apostilla. "Cómodo no es. Eso es de perogrullo. Pero no por tenerles aquí en la casa o por lo que hacen ellos, sino por la gente que viene. Yo intento evadirme", añade otra residente mientras pasea.

"No les podemos ni ver, por eso vamos", dicen Antonio y Cándida, una pareja de 71 años. "Es que es una vergüenza que se hayan metido con la Guardia Civil y ahora les protejan", insisten, a pesar de que no hay ningún agente. "Queremos que se marchen de aquí y del Gobierno", defienden orgullosos quienes llevan 35 años en "el pueblo". "Ellos han hecho escraches, los han inventado, pues ahora que se jodan", reflexionan.

Un argumento que se repite entre los manifestantes. Aluden a menudo a las propias palabras de Iglesias, que describía las quejas ciudadanas contra dirigentes públicos como "jarabe democrático". Sin embargo, hay una línea fina entre la protesta libre y el acoso, castigado por el Código Penal si existe violencia física o moral. Eso es lo que han intentado llevar a los tribunales el vicepresidente y la ministra. Las denuncias han sido archivadas en dos ocasiones, pero algunos las apoyan.

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"A mí me han decepcionado y puedo no estar de acuerdo en muchas cosas que hacen, pero no es motivo para molestarles todo los días. Y menos con los niños. Lo veo de cobardes", dice César Acedos, repartidor de alfombras de 49 años. "Creo que ya no tiene ningún sentido. Yo apoyo las manifestaciones, pero me parece mal que se preste atención a los mismos de siempre", coincide Ana Belén Cruz.

Según las informaciones expuestas estos meses, entre los habituales están Melisa Domínguez, líder del grupo neonazi Hogar Social, Cristina Gómez Carvajal, concejal de Vox (grupo de derechas) en Galapagar, y los que acudían al Valle de los Caídos a protestar por la exhumación del dictador Francisco Franco.  

© Sputnik / Alberto García PalomoPanorama de la calle donde viven Pablo Iglesias e Irene Montero, sin vallas ni Guardia Civil
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Panorama de la calle donde viven Pablo Iglesias e Irene Montero, sin vallas ni Guardia Civil

La revuelta, argumentan los asistentes, ha sido "espontánea" y no tiene organizadores. Frontera, no obstante, suele llevarse la etiqueta de "cabecilla" y ha sido detenido por grabar imágenes del interior de la casa. Y el resto señala que se han llevado alguna sanción. "Nos multaban por dar varias vueltas o por ir con las banderas", comenta Zugasti, aludiendo a la Constitución para defender su actividad.

"Tenemos que hacerlo porque, si no, lo hacen ellos", expone un vecino de 77 años que no quiere dar nombre. "Prometen muchas cosas, pero no han hecho nada y encima mienten", comenta sin dar ejemplos e incidiendo en que no es "ni de unos ni de otros". "En el momento actual, solo Vox podría solucionar algo", esgrime.

Hoy se pierde la minúscula concentración porque tiene que sacar al perro y entrar a un supermercado próximo. Allí es donde suele comprar la familia de Pablo Iglesias e Irene Montero. "Les he visto muchas veces y en general no son molestados", atestigua Aitor, canario de 32 años que lleva nueve en este municipio de Madrid, en la puerta. Ningún trabajador quiere aportar más detalles, pero sugieren que tiene razón.

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Irene Montero, por su parte, ha declarado que los escraches a su familia responden a una "estrategia de odio" de la extrema derecha. "No están hablando de los problemas de España ni asumiendo responsabilidades, sino que están intentando implantar una cultura del odio. Es algo que todo el mundo puede imaginar cómo afecta a mi familia, pero sí quiero dar un mensaje claro: en este país el odio no puede salir impune, y nosotros no nos vamos a distraer de nuestro trabajo y vamos a seguir intentando garantizar derechos y pensando en superar esta situación que vivimos", zanjó.

Fuera de su casa, el cielo se oscurece otra jornada más y la pandilla ataviada con banderas de España o de la Cruz de Borgoña, relacionada con el ejército, mira el reloj. Ya han movido la cita a un poco antes de las nueve, la hora prefijada, para tener luz. "Así grabamos lo que pasa, lo que hacemos de verdad, por si nos multan", añade Zugasti. Mañana volverán. "Hasta que se vayan", sueltan con determinación antes de despedirse con más vivas a España. La cena —confiesa en voz baja una de las asistentes— les espera.

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