Es que, al menos en el Cono Sur de América, la rudimentaria consola de videojuegos que vendió decenas de millones de unidades entre 1980 y 1990 renació de sus cenizas gracias a las cuarentenas que combaten la propagación del SARS CoV-2.
Es el caso de Camila Plaza González, de Chile. Una profesora de enseñanza básica de 29 años que vive en Valparaíso (centro) y fue aconsejada por sus alumnos.
"No lo conocía, pero sentía la necesidad de hacer algo nuevo; lo encontré mediante una página de Internet y he quedado satisfecha, es barato y fácil de usar", dice a Sputnik.
Copia pirata
El Family Game es, tal vez, la primera tecnología "pirateada" que conocimos en Latinoamérica, tradición que luego continuaron los reproductores de mp3 y los pendrive.
El simple dispositivo de 8 bits es una copia del Famicom, la versión japonesa de la norteamericana Nintendo Family Computer (NES), y las primeras unidades llegaron a esta parte del mundo a principios de los 80, con dos diseños, uno rectangular y otro ovalado, de colores blanco y rojo y con todo el catálogo de juegos NES aunque con distintos nombres, para sortear derechos de propiedad.
Pero hay más: el Double Dragon se llamó Urban Champion; el Bubble Bubble, Devil World; y el Space Invader —o su secuela, el Galaxian— se rebautizó como Galaga, entre otros.
Ni qué hablar de aquellos cartuchos que prometían contener cientos de juegos en uno pero que, en realidad, eran los mismos 10 o 15 repetidos.
"A todos les picó el bichito de volver a jugar", dice a esta agencia el encargado de la tienda Xuruguay, Mario Dittrich, quien asegura que en Montevideo la venta de esas consolas subió entre un 350 y 400%. Aunque aclara: "Ahora se tranquilizó. La gente ya empezó a salir y están corriendo por la rambla".
"Todos esos juegos retro los compró la generación de entre 30 y 40 años porque también quieren inculcárselo a sus hijos, incluso hicimos un censo online de ventas y nos dio un promedio de 38 años", afirma.
El responsable de la tienda que lleva 12 años como referencia en la capital uruguaya asegura que ya no son solo hombres los compradores, sino que el revival trajo un 40% de clientas decididas a romper ese viejo paradigma.
Consultado sobre los juegos preferidos entre sus clientes, responde que "el 95% te dicen: 'quiero el Mario 3, el Super Mario World y, tercero, el Mario Kart. Otros piden los Pac Man, Wonder Boy, los Sonic, Megaman, Castlevania, Zelda, es decir, juegos de nicho pero muy clásicos".
Legado
El fenómeno llamó la atención de Juan Gómez, un uruguayo que vive en Buenos Aires, trabaja en electrónica e informática y hace años compró una marca que estaba suelta: ElectroLab.
La empresa así bautizada, hasta su desaparición, ganó mucho dinero en los 90 comercializando un modelo propio de Family Game, de diseño ovalado y con gamepads (o joysticks) no intercambiables.
Y revela a Sputnik el secreto de las nuevas consolas 8 bits que se ofrecen en el mercado y que son, ni más ni menos, que ordenadores de placa reducida como el Raspberry Pi, creado en Inglaterra con el objetivo de estimular la enseñanza de informática en las escuelas, pero encerrado en una colorida carcasa vintage que escupe colores y sonidos en el televisor.
Gómez estudió el Family Game como si se tratase de un legado impuesto desde un más allá empresarial. Lo conoce tanto que es capaz de describir mejor que nadie el porqué de su renacimiento: "Es una opción económica de entretenimiento familiar para una cuarentena interminable".
Lo que se dice un producto acorde a las necesidades del momento.