A medida que el movimiento sufragista se fue intensificando en el siglo XIX en el mundo occidental, también sus detractores. Cuando las mujeres británicas y estadounidenses comenzaron a organizarse en reclamo del derecho al voto y para exigir que se les diera igual participación en el gobierno de sus países, se encontraron con una férrea campaña en contra en medios de comunicación y… las postales (¿las redes sociales de la época?).
En las ilustraciones de la época se hizo explícita la misoginia, la industria de las postales se dedicó a producir propaganda que desacreditaba y denigraba a las mujeres que luchaban por el voto, contó la escritora búlgara Maria Popova en Brain Pickings.
El hogar destruido era sin duda el leitmotiv de la campaña antisufragista. "¿Qué es el sufragio sin un hogar que sufra?", se preguntaba en las postales. En muchas de ellas se plantea que la legalización del voto femenino supondría el fin del hogar y el matrimonio y condenaría a los hijos (y al marido) a una vida miserable.
"Estas tarjetas a menudo mostraban un mundo patas arriba, y el caos resultante una vez que las mujeres alcanzaban el poder y los maridos se veían obligados a hacer las tareas domésticas y la crianza de los hijos", escribió Kenneth Florey, autor de American Woman Suffrage Postcards: a Study and Catalog, según publicó la Revista Smithsonian.
"Claramente la suposición de estas tarjetas es que las mujeres normales se casan y se establecen en los roles 'tradicionales'; la sufragista no es normal, es una criatura sin género cuyas creencias y apariencia la ponen fuera del orden general. Pero a veces es aterradora y peligrosa", agregó.
La campaña de alarmismo finalmente fracasó. En 1920, la 19 Enmienda otorgó a las mujeres estadounidenses los mismos derechos de voto que a los hombres, y en 1928, la Ley de Franquicias Iguales otorgó también a las mujeres británicas el sufragio pleno.